L’UNIVERS
La experiencia adquirida en la
primera batalla en pro de la libertad de enseñanza mostraba al conde de
Montalembert que la defensa de los intereses de la Iglesia exigía unidad de
acción, difícil de ser obtenida con la desorientación completa en que entonces
se encontraban los católicos. Las varias formas de gobierno que tuvo Francia
habían dado origen a los católicos legitimistas, bonapartistas y orleanistas
que, consciente o inconscientemente, colocaban los ideales políticos por encima
de sus convicciones religiosas. Los errores de Lamennais agravaron aún más la
situación, creando la corriente de los católicos demócratas, que se subdividían
indefinidamente en el afán de conciliar la Iglesia con los principios de la
Revolución. Los católicos ultramontanos, día a día más numerosos, eran, por el
contrario, filialmente dedicados a Roma. Aceptaban completamente la doctrina
tradicional de la Iglesia y, antes de todo católicos, colocaban su vida al
servicio de la religión. Es en torno de ellos que, pasada la aventura de L’Avenir, Montalembert intentaría la unión tan necesaria.
La organización de un Partido
Católico exigía sacrificios enormes. Era necesario despertar el espíritu de
lucha, orientar a todos en esta tremenda confusión, establecer contactos,
organizar centros de acción, disponer de periódicos y convencer al episcopado
de la necesidad de toda esa actividad. Los lazos de familia de Montalembert, su
laboriosidad, los constantes viajes que hacía por Francia y por toda Europa le
permitieron resolver gran parte de esas dificultades. Le faltaba, no obstante,
el apoyo del episcopado y un periódico.
Salvo excepciones, los obispos
de Francia, que deberían ser los jefes naturales del partido, o eran galicanos
o amigos de las conciliaciones, con verdadero horror por la lucha. Mover la
totalidad de los miembros del episcopado en la defensa de los intereses de la
Iglesia era tarea sobrehumana y casi imposible. Como el gobierno francés tenía
el derecho de presentar a Roma los candidatos al episcopado, el trabajo de
Montelembert en este campo se limitó casi exclusivamente al empleo de su influencia,
en calidad de par de Francia, para conseguir la nominación de los obispos
ultramontanos en las sedes vacantes.
Encontrar un periódico que
reemplazara L’Avenir en las campañas
del partido católico era otro problema casi insoluble. Montalembert conocía por
experiencia propia las enormes dificultades que surgirían con la fundación de
un nuevo periódico, tanto más que era imposible prever la aceptación que
tendría en los medios católicos la aparición de un órgano ultramontano. Por
otro lado, entre los ya existentes, L’ami de la religion et du clergé y el Journal des villes et des campagnes
eran órganos oficiosos del galicanismo, y casi todos los otros eran
legitimistas. Restaba apenas un pequeño periódico de París, L’Univers,
que tenía una historia de las más curiosas. Sería ése el que Montalembert
transformaría en el órgano del partido.
La necesidad de un periódico
exclusivamente católico ya se había hecho sentir, y habían sido innumerables
los intentos para fundarlo. En 1834, el P. Migne, que después se volvería
conocido con la publicación de la Patrología, resolvió fundar al mismo tiempo
dos periódicos que, de acuerdo con los folletos, deberían orientarse cada uno
de acuerdo con las “dos opiniones religiosas de la Francia católica”. Todo muy
vago, y ninguna de las dos opiniones eran estaban caracterizadas. Fueron entonces lanzados Spectateur y L’Univers
religieux, con pomposos artículos y en tono agresivo, prometiendo mundos y
fondos.
La osadía del P. Migne, lanzando
dos periódicos católicos en un ambiente que acogió con indiferencia u
hostilidad a todos los otros, le aseguró éxito desde el principio. Poco antes
de él, el fundador de la Sociedad de los Buenos Estudios, el Sr. Bailly, había
lanzado el Tribune Catholique, sin
mucho éxito. Viendo aparecer dos más periódicos que le hacían competencia,
Bailly propuso al P. Migne la fusión de los tres, apareciendo entonces L’Univers, en el cual dentro de poco
colaborarían todos los antiguos discípulos de Lamennais. Entre ellos se
destacaban, por la solidez de doctrina y dedicación al periódico, Melchior du
Lac, que dirigía la redacción, y que pasaría toda su vida en el L’Univers.
Durante cuatro años Bailly y
Melchior du Lac sustentaron L’Univers.
Bailly, que compró la parte del P. Migne en el periódico, no era bastante rico
para cubrir los déficits que aumentaban, a pesar del socorro que representaron
la entrada del periódico del rico negociante Taconet y las fusiones con
pequeños periódicos católicos. Melchior de Lac, el alma de la redacción, deseaba
ser sacerdote. Esperaba apenas la solución de ciertas cuestiones de familia
para entrar en la abadía de Solesmes, que el gran Dom Guéranger reconstruyó.
Sin embargo, el futuro del periódico no era de los más prometedores.
En 1838 la situación se volvió
insustentable. L’Univers tenía una
pérdida mensual de 1.000 francos y ya debía 26.000. Fue entonces que
Montalembert decidió transformarlo en órgano del partido católico. Pagó la
deuda del periódico y se responsabilizó por los déficits mensuales,
consiguiendo también otros donativos de sus amigos. Él se convirtió
prácticamente en dueño del periódico. Colocó en la redacción a un elemento de
confianza, Saint Chéron, encargado de la orientación política del periódico, y
consiguió que todos los grandes nombres del catolicismo europeo colaborasen en
él.
A pesar de todo, el periódico
continuó en mala situación. La colaboración de Rio, de Ozanam, de Montalembert,
de Lacordaire, del P. Rohrbacher, del futuro cardenal Wiseman, no era
suficiente para interesar a la opinión pública católica. Faltaba el periodista
ultramontano que viniera a realizar la finalidad por la que fue fundado el
periódico: ser un periódico exclusivamente católico. Esta situación preocupaba
a los dirigentes del partido católico en formación, y el mayor mérito de
Montalembert fue el haber salvado al L’Univers
colocando en su redacción al hombre indispensable.
Louis Veuillot |
Hijo de obreros humildes,
Veuillot no recibió educación religiosa en la infancia, creciendo absolutamente
sin fe. Habiendo apenas cursado las primeras letras, a los catorce años
abandonó su ciudad natal y fue a París para ganarse la visa. En poco tiempo se
impuso su talento, y todavía muy joven, los orleanistas le entregaron la
dirección de sus periódicos, inicialmente en las provincias, y después en
París. En su primer empleo en París, en la firma de abogados de Fortunato
Delavigne, Veuillot conoció a Gustavo Olivier, con quien estableció una sólida
amistad. Olivier, habiéndose convertido al catolicismo, deseaba ardientemente
la conversión de su amigo, pero siempre se encontraba con la indiferencia que
nada conseguía romper.
Un día en que Veuillot estaba
cansado y convencido de la necesidad de un reposo, Gustavo Olivier le propuso
un viaje a Roma y a Oriente. Como su propuesta fue aceptada, Gustavo, que
decidió aprovechar el viaje para intentar nuevamente la conversión del amigo, le
pidió a las monjes del convento Des
Oiseaux que rezaran por Veuillot durante el viaje. En Roma él se convirtió,
y cambió el viaje a Oriente por un retiro con los jesuitas de Friburgo y
regresó a París dispuesto a dedicar su vida al servicio de la Iglesia. Abandonó
los periódicos orleanistas, en cuyas redacciones consideraba que un católico no
podía permanecer, y comenzó a escribir sus primeros libros.
L'Univers, el periódico del partido católico francés |
“L’Univers salía entonces por la mañana y su oficina de redacción
estaba en la calle des Fossés-Saint
Jacques, una calle estrecha de un barrio pobre. Visto desde fuera, el
número 11 era desalentador, y dentro tenía un aspecto peor de lo que prometía.
Le dijeron a Louis que tendría las pruebas a las diez de la noche. En la hora
fijada, fue para el periódico y yo lo acompañé. No había luz en la entrada ni
portero que nos anunciara. Empujamos una puerta entreabierta y entramos en la
sala de redacción. Una sala pequeña, mal iluminada, sin muebles, asiento de
paja y una mesa llena de periódicos. Dos redactores trabajaban en silencio: uno
de ellos, de sotana, era Melchior du Lac, que respondió a nuestro saludo
levantándose un poco; el otro, un lego, era Jean Barrier, pegando con mucha
gravedad, con los dos pulgares, noticias diversas en una gran hoja gris.
‘Dentro de cinco minutos tendrá las pruebas’ – nos dijo. En efecto, luego
llegaron. Louis las corrigió y salimos, sin haber intercambiado diez palabras con
los redactores. Ellos sólo habían interrumpido el trabajo para tomar tabaco,
frecuente y abundantemente.
“Así que llegamos a la calle,
riendo, exclamamos al mismo tiempo:
—
¿Qué tal?
Después de un corto silencio,
Louis dijo:
—
Realmente ese
periódico es muy pobre, pero vale mucho más que los otros. El joven clérigo
poco hablador, cuya nariz tan grande absorbe todo el rostro, tiene una
fisonomía muy inteligente: debe ser un hombre.
—
Sí, y el otro debe
ser un buen muchacho.
Como todavía no me había convertido, agregué que no me gustaría verlo
como redactor de un periódico tan desconocido, y al cual ciertamente faltaban
recursos.
—
Bien, hermano –
dijo él –, si yo vuelvo al periodismo, será ciertamente aquí.
—
Tú eres bien capaz
de eso.
Y pasamos para otro tema”.
Y desde esa época a la carta de
Saint Chéron a Montalembert. Las cosas se acomodaron y el 24 de enero de 1840,
Saint Chéron comunicó: “La colaboración del Sr. Veuillot está garantizada”. Más
de que sus donaciones, el interés de Montalembert por el ingreso de Louis
Veuillot en el periódico salvó L’Univers
y dotó al partido católico de un gran órgano.
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