miércoles, 14 de mayo de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 3

L’UNIVERS

                La experiencia adquirida en la primera batalla en pro de la libertad de enseñanza mostraba al conde de Montalembert que la defensa de los intereses de la Iglesia exigía unidad de acción, difícil de ser obtenida con la desorientación completa en que entonces se encontraban los católicos. Las varias formas de gobierno que tuvo Francia habían dado origen a los católicos legitimistas, bonapartistas y orleanistas que, consciente o inconscientemente, colocaban los ideales políticos por encima de sus convicciones religiosas. Los errores de Lamennais agravaron aún más la situación, creando la corriente de los católicos demócratas, que se subdividían indefinidamente en el afán de conciliar la Iglesia con los principios de la Revolución. Los católicos ultramontanos, día a día más numerosos, eran, por el contrario, filialmente dedicados a Roma. Aceptaban completamente la doctrina tradicional de la Iglesia y, antes de todo católicos, colocaban su vida al servicio de la religión. Es en torno de ellos que, pasada la aventura de L’Avenir, Montalembert  intentaría la unión tan necesaria.

                La organización de un Partido Católico exigía sacrificios enormes. Era necesario despertar el espíritu de lucha, orientar a todos en esta tremenda confusión, establecer contactos, organizar centros de acción, disponer de periódicos y convencer al episcopado de la necesidad de toda esa actividad. Los lazos de familia de Montalembert, su laboriosidad, los constantes viajes que hacía por Francia y por toda Europa le permitieron resolver gran parte de esas dificultades. Le faltaba, no obstante, el apoyo del episcopado y un periódico.

                Salvo excepciones, los obispos de Francia, que deberían ser los jefes naturales del partido, o eran galicanos o amigos de las conciliaciones, con verdadero horror por la lucha. Mover la totalidad de los miembros del episcopado en la defensa de los intereses de la Iglesia era tarea sobrehumana y casi imposible. Como el gobierno francés tenía el derecho de presentar a Roma los candidatos al episcopado, el trabajo de Montelembert en este campo se limitó casi exclusivamente al empleo de su influencia, en calidad de par de Francia, para conseguir la nominación de los obispos ultramontanos en las sedes vacantes.

                Encontrar un periódico que reemplazara L’Avenir en las campañas del partido católico era otro problema casi insoluble. Montalembert conocía por experiencia propia las enormes dificultades que surgirían con la fundación de un nuevo periódico, tanto más que era imposible prever la aceptación que tendría en los medios católicos la aparición de un órgano ultramontano. Por otro lado, entre los ya existentes, L’ami de la religion et du clergé y el Journal des villes et des campagnes eran órganos oficiosos del galicanismo, y casi todos los otros eran legitimistas. Restaba apenas un pequeño periódico de París, L’Univers, que tenía una historia de las más curiosas. Sería ése el que Montalembert transformaría en el órgano del partido.

                La necesidad de un periódico exclusivamente católico ya se había hecho sentir, y habían sido innumerables los intentos para fundarlo. En 1834, el P. Migne, que después se volvería conocido con la publicación de la Patrología, resolvió fundar al mismo tiempo dos periódicos que, de acuerdo con los folletos, deberían orientarse cada uno de acuerdo con las “dos opiniones religiosas de la Francia católica”. Todo muy vago, y ninguna de las dos opiniones eran estaban caracterizadas.  Fueron entonces lanzados Spectateur y L’Univers religieux, con pomposos artículos y en tono agresivo, prometiendo mundos y fondos.

                La osadía del P. Migne, lanzando dos periódicos católicos en un ambiente que acogió con indiferencia u hostilidad a todos los otros, le aseguró éxito desde el principio. Poco antes de él, el fundador de la Sociedad de los Buenos Estudios, el Sr. Bailly, había lanzado el Tribune Catholique, sin mucho éxito. Viendo aparecer dos más periódicos que le hacían competencia, Bailly propuso al P. Migne la fusión de los tres, apareciendo entonces L’Univers, en el cual dentro de poco colaborarían todos los antiguos discípulos de Lamennais. Entre ellos se destacaban, por la solidez de doctrina y dedicación al periódico, Melchior du Lac, que dirigía la redacción, y que pasaría toda su vida en el L’Univers.

                Durante cuatro años Bailly y Melchior du Lac sustentaron L’Univers. Bailly, que compró la parte del P. Migne en el periódico, no era bastante rico para cubrir los déficits que aumentaban, a pesar del socorro que representaron la entrada del periódico del rico negociante Taconet y las fusiones con pequeños periódicos católicos. Melchior de Lac, el alma de la redacción, deseaba ser sacerdote. Esperaba apenas la solución de ciertas cuestiones de familia para entrar en la abadía de Solesmes, que el gran Dom Guéranger reconstruyó. Sin embargo, el futuro del periódico no era de los más prometedores.

                En 1838 la situación se volvió insustentable. L’Univers tenía una pérdida mensual de 1.000 francos y ya debía 26.000. Fue entonces que Montalembert decidió transformarlo en órgano del partido católico. Pagó la deuda del periódico y se responsabilizó por los déficits mensuales, consiguiendo también otros donativos de sus amigos. Él se convirtió prácticamente en dueño del periódico. Colocó en la redacción a un elemento de confianza, Saint Chéron, encargado de la orientación política del periódico, y consiguió que todos los grandes nombres del catolicismo europeo colaborasen en él.

                A pesar de todo, el periódico continuó en mala situación. La colaboración de Rio, de Ozanam, de Montalembert, de Lacordaire, del P. Rohrbacher, del futuro cardenal Wiseman, no era suficiente para interesar a la opinión pública católica. Faltaba el periodista ultramontano que viniera a realizar la finalidad por la que fue fundado el periódico: ser un periódico exclusivamente católico. Esta situación preocupaba a los dirigentes del partido católico en formación, y el mayor mérito de Montalembert fue el haber salvado al L’Univers colocando en su redacción al hombre indispensable.

               
Louis Veuillot
En 1839, en una carta a Montalembert, Saint Chéron habló de un joven y enérgico escritor que él deseaba interesar en el periódico: “Su colaboración nos será muy preciosa, pero él es muy pobre, y nosotros más que él. Será enteramente nuestro en el día en que podamos pagar un poco sus artículos”. Montalembert se interesó por el joven y enérgico escritor, y dentro de poco fue integrado al L’Univers. Su nombre era Louis Veuillot.

                Hijo de obreros humildes, Veuillot no recibió educación religiosa en la infancia, creciendo absolutamente sin fe. Habiendo apenas cursado las primeras letras, a los catorce años abandonó su ciudad natal y fue a París para ganarse la visa. En poco tiempo se impuso su talento, y todavía muy joven, los orleanistas le entregaron la dirección de sus periódicos, inicialmente en las provincias, y después en París. En su primer empleo en París, en la firma de abogados de Fortunato Delavigne, Veuillot conoció a Gustavo Olivier, con quien estableció una sólida amistad. Olivier, habiéndose convertido al catolicismo, deseaba ardientemente la conversión de su amigo, pero siempre se encontraba con la indiferencia que nada conseguía romper.

                Un día en que Veuillot estaba cansado y convencido de la necesidad de un reposo, Gustavo Olivier le propuso un viaje a Roma y a Oriente. Como su propuesta fue aceptada, Gustavo, que decidió aprovechar el viaje para intentar nuevamente la conversión del amigo, le pidió a las monjes del convento Des Oiseaux que rezaran por Veuillot durante el viaje. En Roma él se convirtió, y cambió el viaje a Oriente por un retiro con los jesuitas de Friburgo y regresó a París dispuesto a dedicar su vida al servicio de la Iglesia. Abandonó los periódicos orleanistas, en cuyas redacciones consideraba que un católico no podía permanecer, y comenzó a escribir sus primeros libros.

               
L'Univers, el periódico del partido católico francés
Sus contactos iniciales con L’Univers no tuvieron nada de extraordinario. Comenzó escribiendo una carta al periódico en defensa del general Bougeaud, y de ahí datan sus relaciones con Saint Chéron. Un día envió al periódico un artículo sobre una ceremonia realizada en el convento Des Oiseaux, al cual lo unía una gran gratitud porque sus religiosas habían rezado por su conversión. Le pidieron que pasase por el periódico a fin de corregir las pruebas. Esa primera visita fielmente descrita por Eugène Veuillot en la biografía que escribió de su hermano:

                L’Univers salía entonces por la mañana y su oficina de redacción estaba en la calle des Fossés-Saint Jacques, una calle estrecha de un barrio pobre. Visto desde fuera, el número 11 era desalentador, y dentro tenía un aspecto peor de lo que prometía. Le dijeron a Louis que tendría las pruebas a las diez de la noche. En la hora fijada, fue para el periódico y yo lo acompañé. No había luz en la entrada ni portero que nos anunciara. Empujamos una puerta entreabierta y entramos en la sala de redacción. Una sala pequeña, mal iluminada, sin muebles, asiento de paja y una mesa llena de periódicos. Dos redactores trabajaban en silencio: uno de ellos, de sotana, era Melchior du Lac, que respondió a nuestro saludo levantándose un poco; el otro, un lego, era Jean Barrier, pegando con mucha gravedad, con los dos pulgares, noticias diversas en una gran hoja gris. ‘Dentro de cinco minutos tendrá las pruebas’ – nos dijo. En efecto, luego llegaron. Louis las corrigió y salimos, sin haber intercambiado diez palabras con los redactores. Ellos sólo habían interrumpido el trabajo para tomar tabaco, frecuente y abundantemente.

                “Así que llegamos a la calle, riendo, exclamamos al mismo tiempo:
      ¿Qué tal?
                Después de un corto silencio, Louis dijo:
      Realmente ese periódico es muy pobre, pero vale mucho más que los otros. El joven clérigo poco hablador, cuya nariz tan grande absorbe todo el rostro, tiene una fisonomía muy inteligente: debe ser un hombre.
      Sí, y el otro debe ser un buen muchacho.
Como todavía no me había convertido, agregué que no me gustaría verlo como redactor de un periódico tan desconocido, y al cual ciertamente faltaban recursos.
      Bien, hermano – dijo él –, si yo vuelvo al periodismo, será ciertamente aquí.
      Tú eres bien capaz de eso.
Y pasamos para otro tema”.
               
                Y desde esa época a la carta de Saint Chéron a Montalembert. Las cosas se acomodaron y el 24 de enero de 1840, Saint Chéron comunicó: “La colaboración del Sr. Veuillot está garantizada”. Más de que sus donaciones, el interés de Montalembert por el ingreso de Louis Veuillot en el periódico salvó L’Univers y dotó al partido católico de un gran órgano.


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