domingo, 3 de junio de 2012

Confianza filial en nuestra Señora, punto de partida para una viva devoción a Ella


Plinio Corrêa de Oliveira
Santo del Día[1] 18 de mayo de 1964
Estamos en la novena de la bienaventurada Virgen María Auxilio de los Cristianos. Son tantos los puntos de vista bajo los cuales nuestra Señora es el auxilio de los cristianos, que casi se podría hacer una enciclopedia sobre este tema. Pero tengo la impresión de que hay un aspecto que podríamos muy bien considerar y que, a mi ver, es la parte más viva de la devoción a nuestra Señora.
La devoción viva a nuestra Señora comienza, en general, por un auxilio de Ella que hace despertar en las almas una aurora de confianza
La imagen de María Auxiliadora que se mensiona en esta reunión
En general, toda persona que tiene una verdadera devoción viva a nuestra Señora ha notado que esa devoción comenzó por una especie de favores que nuestra Señora le concedió a la persona.
La persona se ve en apuros ―sean espirituales, temporales, o de cualquier otro tipo― y pide a nuestra Señora para librarse de ellos. Y nuestra Señora, al mismo tiempo que salva a la persona de tales dificultades, opera algo en el alma, en el orden imponderable y en el orden de la gracia, que la persona adquiere como que una vivencia de la condescendencia maternal, sonriente, afable, bondadosa de nuestra Señora y con eso queda con la esperanza viva de que en otras circunstancias difíciles será atendido de nuevo.
Ese “pedir-pedir” de todas las gracias ―sobre todo del amor a Dios, que es por la que más se debe suplicar― acaba yendo en un crescendo de tal manera que nuestra Señora se va haciendo más exorable, más materna, de una asistencia más meticulosa, a medida que la persona va creciendo en esa especie de vivencia de la providencia sonriente y afable de Ella para con cada uno.
De tal manera que las personas, a veces, acaban pidiendo a nuestra Señora verdaderas bagatelas, cositas que son insignificantes y que Ella da como una madre desea dar a los hijos cosas grandes y pequeñas, y que tiene una sonrisa particularmente afectuosa para las cosas pequeñas que se le piden.
Hay una especie de aurora de la confianza, de aurora de la verdadera comprensión de cuáles son nuestras relaciones con nuestra Señora, y aunque el alma pase por probaciones muy largas, muy duras, periodos de arideces, periodos de dificultades, algo de eso queda. Es como una luz que acompaña a la persona la vida entera, inclusive en los últimos y más amargos transes de la muerte.
Yo recomendaría mucho que hicieran esto: pidan a nuestra Señora por lo menos la gracia de que Ella, por medio de algunas concesiones, los coloque en esta vía, que es toda amorosa, toda especial de esos pequeños pedidos, de esas pequeñas condescendencias, de esa especie de intimidad con Ella. Y en que, a veces, Ella hasta hace con nosotros lo siguiente: pedimos una cosa que no está en sus designios conceder, porque es una prueba por la cual tenemos que pasar y nuestra Señora quiere que sea de ese modo. Pues bien, Ella no da lo que la persona pide, pero nos concede una fuerza para soportar lo que viene, que es mucho mayor de lo que suponíamos. Y, después de todo, acaba dando alguna otra cosa mejor que aquello que la persona pidió.
Las leyendas medievales presentan el verdadero aspecto de nuestra Señora
Aquellos devocionarios medievales y aquellas leyendas sobre la devoción a nuestra Señora en la Edad Media, algunas verdaderas y otras imaginadas, presentan esta especie de gracia, de gentileza de María Santísima en el trato con las almas y de modo indeciblemente ameno, interesante.
No nos interesa saber si el hecho es verdadero cuanto a los hombres que habrían participado de ellas, porque la leyenda es verdadera cuanto a nuestra Señora, porque muestra un aspecto verdadero de Ella. Por lo tanto, aunque sean leyendas, como son teológicas y mariales, nos hacen sentir bien quien es nuestra Señora.
Me acuerdo de un hecho que, si no me engaño, está en Las Glorias de María de San Alfonso de Ligorio.
Una persona, en la Edad Media tenía unas ganas enormes de ver a nuestra Señora y daba todo para obtener eso, aunque tuviese que quedar ciego. Entonces, tuvo una inspiración, o vino un ángel, que le hizo saber que si él aceptase después quedar ciego durante la vida entera, tendría la gracia de ver a nuestra Señora. Él aceptó. Nuestra Señora se le apareció en una hermosura resplandeciente, inmensamente bondadosa, regia, condescendiente, con que quedó extasiado. Cuando la visión cesó, verificó que estaba ciego de un ojo, no de los dos. Entonces, quedó con aquella nostalgia de nuestra Señora…
Pidió de nuevo y la pregunta: “¿usted acepta quedar ciego del otro ojo?” – Él quedó en la duda…: “Acepto, respondió, tengo tantos deseos de verla una vez más, que consiento en quedar ciego del otro ojo”. Entonces nuestra Señora se le apareció, habló con él, y cuando la visión se disipó, estaba con los dos ojos en perfecto estado…
Yo no me intereso en saber si el hecho es verdadero o no, porque lo que yo sé es que nuestra Señora es así. O sea, Ella puede hacernos pasar por un cierto apuro para probar el amor y por lo tanto quitar una vista, hacer pasar por estas angustias, pero en último análisis Ella acaba sonriendo y, aun cuando se pasa por las necesarias probaciones, todo se termina con su sonrisa.
Otro caso mucho más conocido, que todos ciertamente se recuerdan, pero es apenas por el placer de mencionarlo: es el famoso juglar de Notre-Dame. Un hombre que conocía el arte de los juegos, y no sabía otra cosa sino, digamos, jugar con cinco bolas en las manos, o cualquier cosa por el estilo. Él, no sabiendo hacer otra cosa para nuestra Señora, queriendo agradarla, en una iglesia vacía, en una hora en que no había nadie, se puso a hacerle sus juegos, y nuestra Señora se le apareció sonriendo, demostrándole cómo aquello le había agradado.
El punto de partida para una devoción viva a nuestra Señora: una confianza filial en Ella
Así también nosotros: al presentarle nuestras ofrendas a nuestra Señora, por pequeñas que sean, debemos hacerlo con entera confianza de que Ella será condescendiente con eso.
Si no lo hacemos así, va a ocurrir que nuestra devoción para con Ella nunca será perfectamente verdadera. Debemos tener para con nuestra Señora una especie de aisance, de desembarazo, de intimidad de hijo que a veces hasta cuando la contrista a Ella, se le presenta con toda la confianza, con la seguridad de obtener su auxilio y su sonrisa.
Este es el punto de partida inefablemente suave de una devoción viva a nuestra Señora.
Estoy lejos de decir que esto basta. La persona, en la medida en que sus recursos intelectuales lo permitan, debe estudiar los fundamentos de la devoción a nuestra Señora, debe raciocinarlos, armados de manera que representen una convicción profunda, basada en el dogma. No hay duda. Pero una cosa es la formación intelectual, y otra es la vida de devoción. Ambas se completan. ¡Esta unión es magnífica! Esto explica exactamente por qué un tan gran Doctor de la Iglesia, como San Alfonso de Ligorio, haya escrito su libro Las Glorias de María ilustrando varias tesis doctrinarias con hechos concretos.
De manera que no es malo que en esta noche de preparación de la novena de Nuestra Señora Auxiliadora ―nos que debemos rezarle a Ella todos los días y que tenemos su imagen en nuestra capilla― recordemos esto para pedirle que nos de esa gracia de esta dulzura especial en la devoción, que es una especie de flor del catolicismo, del que, por ejemplo, un alma protestante no es capaz.
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El presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.


[1] Los Santos del Día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.

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