Plinio Corrêa de Oliveira
Santo del Día[1] 18
de mayo de 1964
Estamos
en la novena de la bienaventurada Virgen María Auxilio de los Cristianos. Son tantos
los puntos de vista bajo los cuales nuestra Señora es el auxilio de los
cristianos, que casi se podría hacer una enciclopedia sobre este tema. Pero tengo
la impresión de que hay un aspecto que
podríamos muy bien considerar y que, a
mi ver, es la parte más viva de la devoción a nuestra Señora.
La devoción viva a
nuestra Señora comienza, en general, por un auxilio de Ella que hace despertar
en las almas una aurora de confianza
La imagen de María Auxiliadora que se mensiona en esta reunión |
En
general, toda persona que tiene una verdadera devoción viva a nuestra Señora ha
notado que esa devoción comenzó por una especie de favores que nuestra Señora le
concedió a la persona.
La
persona se ve en apuros ―sean espirituales, temporales, o de cualquier otro
tipo― y pide a nuestra Señora para librarse de ellos. Y nuestra Señora, al
mismo tiempo que salva a la persona de tales dificultades, opera algo en el
alma, en el orden imponderable y en el orden de la gracia, que la persona
adquiere como que una vivencia de la condescendencia maternal, sonriente, afable,
bondadosa de nuestra Señora y con eso queda con la esperanza viva de que en
otras circunstancias difíciles será atendido de nuevo.
Ese
“pedir-pedir” de todas las gracias ―sobre todo del amor a Dios, que es por la
que más se debe suplicar― acaba yendo en un crescendo de tal manera que nuestra
Señora se va haciendo más exorable, más materna, de una asistencia más
meticulosa, a medida que la persona va creciendo en esa especie de vivencia de la
providencia sonriente y afable de Ella para con cada uno.
De
tal manera que las personas, a veces, acaban pidiendo a nuestra Señora
verdaderas bagatelas, cositas que son insignificantes y que Ella da como una
madre desea dar a los hijos cosas grandes y pequeñas, y que tiene una sonrisa particularmente
afectuosa para las cosas pequeñas que se le piden.
Hay
una especie de aurora de la confianza,
de aurora de la verdadera comprensión de cuáles son nuestras relaciones con
nuestra Señora, y aunque el alma pase por probaciones muy largas, muy duras,
periodos de arideces, periodos de dificultades, algo de eso queda. Es como una luz que acompaña a la persona
la vida entera, inclusive en los últimos y más amargos transes de la muerte.
Yo
recomendaría mucho que hicieran esto: pidan a nuestra Señora por lo menos la gracia
de que Ella, por medio de algunas concesiones, los coloque en esta vía, que es
toda amorosa, toda especial de esos pequeños pedidos, de esas pequeñas
condescendencias, de esa especie de intimidad con Ella. Y en que, a veces, Ella
hasta hace con nosotros lo siguiente: pedimos una cosa que no está en sus
designios conceder, porque es una prueba por la cual tenemos que pasar y
nuestra Señora quiere que sea de ese modo. Pues bien, Ella no da lo que la
persona pide, pero nos concede una fuerza para soportar lo que viene, que es
mucho mayor de lo que suponíamos. Y, después de todo, acaba dando alguna otra
cosa mejor que aquello que la persona pidió.
Las leyendas
medievales presentan el verdadero aspecto de nuestra Señora
Aquellos
devocionarios medievales y aquellas leyendas sobre la devoción a nuestra Señora
en la Edad Media, algunas verdaderas y otras imaginadas, presentan esta especie
de gracia, de gentileza de María Santísima en el trato con las almas y de modo
indeciblemente ameno, interesante.
No
nos interesa saber si el hecho es verdadero cuanto a los hombres que habrían participado
de ellas, porque la leyenda es verdadera cuanto a nuestra Señora, porque muestra
un aspecto verdadero de Ella. Por lo tanto, aunque sean leyendas, como son teológicas
y mariales, nos hacen sentir bien quien es nuestra Señora.
Me
acuerdo de un hecho que, si no me engaño, está en Las Glorias de María de
San Alfonso de Ligorio.
Una
persona, en la Edad Media tenía unas ganas enormes de ver a nuestra Señora y
daba todo para obtener eso, aunque tuviese que quedar ciego. Entonces, tuvo una
inspiración, o vino un ángel, que le hizo saber que si él aceptase después quedar
ciego durante la vida entera, tendría la gracia de ver a nuestra Señora. Él aceptó.
Nuestra Señora se le apareció en una hermosura resplandeciente, inmensamente
bondadosa, regia, condescendiente, con que quedó extasiado. Cuando la visión cesó,
verificó que estaba ciego de un ojo, no de los dos. Entonces, quedó con aquella
nostalgia de nuestra Señora…
Pidió
de nuevo y la pregunta: “¿usted acepta quedar ciego del otro ojo?” – Él quedó
en la duda…: “Acepto, respondió, tengo tantos deseos de verla una vez más, que
consiento en quedar ciego del otro ojo”. Entonces nuestra Señora se le
apareció, habló con él, y cuando la visión se disipó, estaba con los dos ojos
en perfecto estado…
Yo
no me intereso en saber si el hecho es verdadero o no, porque lo que yo sé
es que nuestra Señora es así. O sea, Ella puede hacernos pasar por un
cierto apuro para probar el amor y por lo tanto quitar una vista, hacer pasar
por estas angustias, pero en último análisis Ella acaba sonriendo y, aun cuando
se pasa por las necesarias probaciones, todo se termina con su sonrisa.
Otro
caso mucho más conocido, que todos ciertamente se recuerdan, pero es apenas por
el placer de mencionarlo: es el famoso juglar de Notre-Dame. Un hombre que
conocía el arte de los juegos, y no sabía otra cosa sino, digamos, jugar con
cinco bolas en las manos, o cualquier cosa por el estilo. Él, no sabiendo hacer
otra cosa para nuestra Señora, queriendo agradarla, en una iglesia vacía, en
una hora en que no había nadie, se puso a hacerle sus juegos, y nuestra Señora
se le apareció sonriendo, demostrándole cómo aquello le había agradado.
El punto de partida
para una devoción viva a nuestra Señora: una confianza filial en Ella
Así
también nosotros: al presentarle nuestras ofrendas a nuestra Señora, por pequeñas
que sean, debemos hacerlo con entera confianza de que Ella será
condescendiente con eso.
Si
no lo hacemos así,
va a ocurrir que nuestra devoción para con Ella nunca será perfectamente
verdadera. Debemos tener para con nuestra Señora una especie de aisance, de desembarazo, de intimidad de
hijo que a veces hasta cuando la contrista a Ella, se le presenta con toda la
confianza, con la seguridad de obtener su auxilio y su sonrisa.
Este es el punto
de partida inefablemente suave de una devoción viva a nuestra Señora.
Estoy
lejos de decir que esto basta. La persona, en la medida en que sus recursos
intelectuales lo permitan, debe estudiar los fundamentos de la devoción a
nuestra Señora, debe raciocinarlos, armados de manera que representen una convicción
profunda, basada en el dogma. No hay duda. Pero una cosa es la formación intelectual, y otra es la vida de devoción. Ambas
se completan. ¡Esta unión es magnífica! Esto explica exactamente por qué un
tan gran Doctor de la Iglesia, como San Alfonso de Ligorio, haya escrito su
libro Las Glorias de María ilustrando
varias tesis doctrinarias con hechos concretos.
De
manera que no es malo que en esta noche de preparación de la novena de Nuestra
Señora Auxiliadora ―nos que debemos rezarle a Ella todos los días y que tenemos su imagen en nuestra capilla―
recordemos esto para pedirle que nos de esa gracia de esta dulzura especial en
la devoción, que es una especie de flor del catolicismo, del que, por ejemplo,
un alma protestante no es capaz.
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El presente texto es una adaptación resumida de la
transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese
vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial
disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la
Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto
se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si,
por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la
rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en
el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y
Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en
el Nº 100 de "Catolicismo",
en abril de 1959.
[1] Los Santos del Día eran unas
breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario
relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.
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