(basado en una
conferencia del prof. Plinio Correa de Oliveira)
El curso de la historia, al
contrario de lo que afirman tantos filósofos y sociólogos, no se traza
exclusiva o preponderantemente por los dictados de la materia sobre los
hombres. Sin lugar a dudas, estos tienen su influencia en la acción humana,
pero la dirección de la historia pertenece a los hombres, dotados como
están de almas libres y racionales. En otras palabras, son ellos los que
dirigen el curso de los acontecimientos, actuando más o menos profundamente sobre
las circunstancias en las que ellos se encuentran, y recibiendo en medida
variable las influencias de esas mismas circunstancias.
Carlomagno, pintado por Albrecht Dürer |
Ahora bien, la acción humana ocurre
normalmente en conformidad con la visión o comprensión que el hombre tiene del
universo, de sí mismo y de la vida. Eso equivale a decir que las
doctrinas religiosas y filosóficas dominan la historia, que el núcleo más
dinámico de los factores que transforman la historia se encuentra en las
actitudes sucesivas del espíritu humano frente a la religión y a la filosofía.
Tanto la Antigua Ley como la Nueva
contienen los preceptos por los que el hombre debe modelar su alma para llegar
a ser semejante a Dios, preparándose a sí mismo para la visión beatífica. Estas
leyes contienen también las normas fundamentales de la conducta humana en
conformidad con el orden natural de las cosas.
Maurice Joseph Louis Gigost d'Elbée, generalísimo de la católica y real armada Vandeana |
Por lo tanto, en la medida en
que el hombre avanza en la vida de la gracia por la práctica de la
virtud, al mismo tiempo elabora una cultura —un orden político,
social y económico— en entera consonancia con los principios básicos y perennes
de la Ley Natural. Esto es lo que llamamos civilización cristiana.
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