CAPÍTULO VI
LA REVOLUCIÓN,
UNA DE LAS ÉPOCAS DEL MUNDO
A inicios
del siglo XIX se podía creer que la revolución francesa fue principalmente una
revolución política, y que, terminada esa revolución, la sociedad iría a
recuperar su estabilidad. Hoy ya no se puede tener más esa ilusión, incluso si
se considera la revolución apenas en su primer período. Como dijo Brunetière:
“La grandeza de los acontecimientos [de la revolución francesa] transborda y
ultrapasa en todos los sentidos la mediocridad de aquellos que creen ser o que
creemos son sus autores. Es prodigiosa la desproporción entre la obra y los
obreros. Los arrastra una corriente más fuerte que ellos, los arrastra, los
hace rodar, los quiebra… y continua avanzando”.
Cuando el
duque de Rochefoucault-Liancourt despertó a Luis XVI para anunciarle la caída
de la Bastilla, el rey preguntó: “¿Entonces eso es una rebelión? El duque
respondió: “No, sire, es una
revolución”. Él no le dijo lo suficiente; no se trataba de una revolución, sino de la Revolución que
surgía.
Lo que
aparece a primera vista en la revolución, lo que de Maistre vio en ella y
señaló desde el día en que se puso a analizarla, y que nosotros vemos en el
momento presente con más evidencia aún, es el anticristianismo.
La Revolución consiste esencialmente en la rebelión contra Cristo, e incluso en
la rebelión contra Dios, más aún, en la negación de Dios. Su objetivo supremo
es sustraer al hombre y a la sociedad de lo sobrenatural. La palabra libertad, en boca de la Revolución no
tiene otro significado: libertad para la naturaleza humana de ser de ella, como
Satanás se quiso pertenecer, y esto, como explicaremos más adelante, por
instigación de Lucifer, que quiere recuperar la supremacía que la superioridad
de su naturaleza le daba sobre la naturaleza humana, y de la cual fue despojado
por la elevación del cristiano al orden sobrenatural. Y es por eso que J. de
Maistre caracterizó con tanta propiedad la Revolución con esta palabra:
“satánica”.
“Sin duda la
revolución francesa, recorrió un período cuyos momentos, todos, no son
semejantes entre sí; sin embargo, su carácter general no varió, e incluso en su
nacimiento ella demostró lo que debía ser”. “Hay en la Revolución un carácter satánico que la distingue de todo lo que
ya se vio y tal vez de todo lo que se verá. Ella es satánica en su esencia”[1].
En 1849, Pío
IX dijo —ya recordamos esas palabras— con más autoridad aún: “La Revolución
está inspirada por el mismo Satanás; su objetivo es destruir desde la base a la
cima, el edificio del cristianismo, y reconstruir sobre sus ruinas el orden
social del paganismo”.
Después de
nuestros desastres de 1870 – 1871, Saint-Bonnet decía: “¡Francia trabaja desde
hace un siglo para apartar de todas sus instituciones a Aquel a quien ella le
debe Tolbiac, Poitiers, Bouvines e Denanin, es decir, a Aquel al cual ella le
debe su territorio, su existencia! Para mostrar todo su odio contra Él, para
hacerle la injuria de expulsarlo fuera de las murallas de nuestras ciudades, la
secta estimula, desde 1830, una prensa odiosa que asecha impacientemente a ese
‘¡Cristo que ama a los francos’, de Aquel que se hizo Hombre para salvar al
hombre, que se hizo pan para alimentarlo!’. Y concluye: “Y Francia se pregunta
cuál es la causa de sus desdichas”.
A este odio
a Cristo, que no se cría posible en el seno del cristianismo, se le suma la rebelión
directa contra Dios[2].
Hay razones
para creer que una tal rebelión contra Dios no puede haber ocurrido ni siquiera
en el ardor del gran combate entre Lucifer y el arcángel San Miguel.
Es necesario
tener el espíritu limitado del hombre para levantarse contra lo infinito. Es
necesario también la corrupción y extrema bajeza del corazón.
Lo que no se
veía, se ve hoy. “La Revolución es la lucha entre el hombre y Dios; es decir,
el triunfo del hombre sobre Dios”. Eso es lo que declaran los que dicen que en
el momento actual se trata de saber quién vencerá: la Revolución o la
Contra-Revolución.
Así,
Saint-Bonnet no dijo nada de más, tal vez no dijo bastante, cuando afirma que
“el tiempo presente no se puede comparar sino a aquel de la rebelión de los
ángeles”. Y, consecuentemente, de Maistre, Bonald, Donoso-Cortés, Blanc de
Saint-Bonnet y otros concuerdan en afirmar: “El mundo no puede permanecer como
está”.
O él llega
al fin, en el odio que el anticristo tornará más generalizado y más violento
contra Dios y su Cristo; o se encuentra en la víspera de la mayor misericordia
que Dios pueda haber ejercido en este mundo, después de la Redención.
Este es el
estado en que nos encontramos, aquel que la Revolución creó, aquel que no ha
dejado de existir desde los primeros días de la Revolución, bajo el imperio del
cual nosotros todavía estamos.
En 1796, dos
años después de la caída de Robespierre, J de Maistre escribía: “La revolución
no terminó, nada presagia su fin. Ella ya produjo grandes infelicidades, ella
anuncia aún mayores”[3].
En la
víspera del día en que parecía a los espíritus superficiales que la
consagración de Napoleón iba a volver estable el nuevo orden de cosas, él
escribía a de Rossi (3 de noviembre de 1804): “Estamos tentados en creer que
todo está perdido, pero acontecerán cosas por las cuales nadie espera… Todo
anuncia una convulsión general del mundo político”[4].
En el apogeo
de la época napoleónica: “¡Jamás el universo vio nada igual! ¿Qué debemos ver
aún? ¡Ah, como estamos lejos del último acto o de la última escena de esa
pavorosa tragedia!”. “Nada anuncia el fin de las catástrofes, y todo, al
contrario, anuncia que ellas deben perdurar”[5].
Fue en 1806 que él formuló ese pronóstico. Al año siguiente, él convidó a de
Rossi a hacer con él esta observación: “¿Cuántas veces, desde el origen de esta
terrible Revolución, tuvimos todas las razones del mundo para decir: Acta est fabula? Y, mientras tanto, la
pieza siempre continúa… Tanto eso es verdadero que la sabiduría consiste en saber encarar con mirada firme esta época como
lo que ella es, es decir, una de las
mayores épocas del universo; desde la invasión de los bárbaros y de la
renovación de la sociedad en Europa, nada de igual ocurrió en el mundo; se
necesita tiempo para semejantes operaciones, y me repugna creer que el mal no
pueda tener fin, o que él pueda terminar mañana… Estando el mundo político
absolutamente trastornado, hasta en sus fundamentos, ni la generación actual,
ni probablemente aquella que la sucederá, podrá ver el cumplimiento de todo lo
que se prepara… Nosotros tendremos esa situación tal vez por dos siglos… Cuando
pienso en todo lo que aún debe acontecer en Europa y en el mundo, me parece que
la Revolución comienza”[6].
Vino la
restauración de los Borbones. Él jamás dejó de anunciar, con una imperturbable
seguridad, a pesar de la llegada del Imperio, de la consagración de Bonaparte y
de la marcha constantemente triunfante de Napoleón a través de Europa, que el
rey retornaría. Su profecía se realizó; él volvió a ver a los Borbones sobre el
trono de su país y dijo: “Un cierto no sé
qué, anuncia que NADA terminó”. “El cúmulo de la infelicidad para los
franceses sería creer que la Revolución terminó y que la columna fue recolocada
porque fue re-erguida. Debes creer, al contrario, que el espíritu revolucionario
es sin comparación, más fuerte y más peligroso de lo que era hace algunos años.
¿Qué puede el rey cuando la inteligencia se apaga?[7].
“Nada es estable aún, y se ven por todos lados semillas de infelicidad”[8].
El estado actual de Europa (1819) causa horror; el de Francia, particularmente,
es inconcebible. La Revolución sin duda está de pie, y no solamente está de
pie, sino que camina, se precipita. La única diferencia que percibo entre esta
época y aquella del gran Robespierre, es que entonces las cabezas caían y que
hoy ellas giran. Es infinitamente probable que los franceses nos proporcionarán
aún una tragedia”[9].
¿Esa nueva
tragedia no se anuncia próxima?
Lo que daba
a J. de Maistre esa seguridad de visión es que él había sabido dirigir su mirada
por encima de los hechos revolucionarios de los cuales era testigo, hasta sus
causas primeras.
“Desde la
época de la Reforma, decía, e incluso después de aquella de Wiclef, existió en
Europa un cierto espíritu terrible e invariable que ha trabajado sin descanso
para derrumbar las monarquías europeas y el cristianismo… En ese espíritu
destructor se han venido ejerciendo todos los sistemas antisociales y
anticristianos que aparecieron en nuestros días: calvinismo, jansenismo, filosofismo, iluminismo, etc. (acrecentaremos:
liberalismo, internacionalismo, modernismo); todo eso no forma sino un todo y
no debe ser considerado sino como una única secta que juró la destrucción del
cristianismo y de todos los tronos cristianos, pero, sobre todo y antes de
todo, la destrucción de la casa Borbón y de la Sede de Roma”[10].
No solamente
de Maistre veía que la Revolución tenía, en el tiempo, una estabilidad que se
extiende por cuatro siglos, sino que él la veía, en el espacio, alcanzar todos
los pueblos.
En el
encabezamiento de un memorial dirigido en 1809 a su soberano, Víctor Manuel I,
él decía: “Si hay alguna cosa evidente, es la inmensa base de la Revolución
actual, que no tiene otras fronteras que el mundo”[11].
“Las cosas
se conjugan para una confusión general del globo”.
“Es una
época, una de las mayores épocas del universo”, decía sin cesar, viendo en la
Revolución tan grandes preliminares y una tan grande superficie. Y añadía:
“¡Infelices las generaciones que asisten a las épocas del mundo!”[12].
“La
revolución francesa es una gran época, y sus consecuencias de todos los géneros
se sentirán mucho más allá del tiempo de su explosión y de los límites de su
centro”[13].
“Cuanto más examino lo que sucede, más me persuado de que asistimos a una de
las mayores épocas del género humano”[14].
“El mundo está en un estado de parto”.
Estado de
parto, es exactamente esto lo que hace con que un tiempo sea una época. Hubo
una época del diluvio, que dio a luz la nueva generación de los hombres; la
época de Moisés, que concibió al pueblo precursor; la época de Cristo, que dio
a luz al pueblo cristiano.
La época de
la Revolución, es la época del más agudo antagonismo entre la civilización
cristiana y la civilización pagana, entre el naturalismo y lo sobrenatural,
entre Cristo y Satanás.
¿Cuál será
el resultado de esa lucha? Lucifer y los suyos creen triunfar… Los judíos dicen
que la venida del su Mesías, que el reino del anticristo está próximo, y que
ese reino abrirá, en provecho de ellos, la mayor época del mundo.
Esperamos
que nuestros lectores, después de haber leído este libro, compartan con
nosotros la convicción exactamente opuesta. La derrota de la Revolución
inaugurará el reinado social de nuestro Señor Jesucristo sobre el género
humano, formando un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Vea los anteriores capítulos publicados haciendo clic aquí: La Conjuración Anticristiana
[1] Oeuvres
complètes de J. de Maistre, t. I, pp. 51, 52, 55, 303.
[2] En una de sus cartas a d'Alembert, Voltaire señala como carácter especial de
Damilaville “odiar a Dios” y trabajar para hacerlo odiado. Es sin duda por eso
que él le escribía más frecuentemente y con más intimidad que a todos sus otros
adeptos.
Después de la muerte de ese infeliz, arruinado
y separado de su mujer, Voltaire escribía esto: “Lloraré a Damilaville toda mi
vida. Yo amaba la intrepidez de su corazón. Él tenía el entusiasmo de San Pablo
(es decir, tanto celo para destruir la religión cuanto San Pablo tenía para
establecerla): era un hombre necesario.
[5] Ibid., t. X, pp. 107-150.
[6] Ibid., t. XI, p. 284.
[8] Ibid., t. XIII, pp.
133-188.
[9] Ibid., t. XIV, p. 156.
[11] Ibid., t. XI, p. 232.
[12] Ibid., t. VIII, p. 273.
[13] Ibid., t. I, n. 26.
[14] Ibid., t.
IX, p. 358.
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