Santo Tomás enseña que la suprema felicidad del hombre radica en la contemplación de la Verdad, que es Dios. Por lo mismo, la vida humana, tanto individual como social, está ordenada a la divina contemplación de la Verdad y a la posesión del Sumo Bien. No siendo éste sino una única Verdad y un único Bien y no habiendo para el hombre sino un único camino para alcanzarla, no puede haber sino una única especie de civilización como no hay sino una única especie humana. Por eso Cristo afirmó “sin Mi, no podéis hacer nada”.
Todo hombre busca la felicidad, hace parte de su naturaleza querer ser feliz. Las naturalezas inteligentes, sólo tienen voluntad de decidir por la felicidad, dice Bossuet. Hay en el corazón del hombre un impulso invencible hacia la búsqueda de la felicidad. Esto es tan verdadero para el individuo como para la sociedad. El impulso hacia la felicidad viene del Creador, y Dios le da la luz que le ilumina el camino, directamente por la gracia, indirectamente por las enseñanzas de su Iglesia. Pero pertenece al hombre, ya sea como individuo o sociedad, le pertenece a su libre arbitrio de dirigirse, de ir en busca de su felicidad allí donde le plazca ponerla, en lo que es realmente bueno, y, por encima de toda bondad, en el bien absoluto, Dios; o en lo que tiene apariencias de bien, o en lo que no es más que un bien relativo.
El hombre ama la felicidad, y donde ponga ese amor, ahí va a buscarla. San Agustín dice que dos amores construyen dos ciudades: aquellos que se aman a sí mismos hasta olvidarse de Dios construyen la ciudad del hombre; y aquellos que aman a Dios hasta olvidarse de sí mismos edifican la ciudad de Dios. Ambas ciudades se disputan el mundo, y la humanidad se debate entre cuál de las dos ciudades quiere edificar. Y bien se puede afirmar que en esto consiste la trama de la historia.
Lo que hemos venido presenciando desde el siglo XV hasta nuestros días es cómo el corazón del hombre se ha vuelto cada vez más hacia sí mismo que hacia Dios. Y una vez que el hombre se vuelve hacia sí mismo, cae en la soberbia de sentirse dios, y eso lo enceguece para conocer la verdad. Por eso Jesucristo dijo a Pilatos: Los que son de la verdad oyen mi voz. Esto es, los humildes de corazón. Y San Pablo, de los paganos decía: Se entontecieron en sus racionamientos, haciéndose insensible su insensato corazón, y alardeando de sabios se hicieron necios. Como decíamos, no hay nada que haga más ciego al hombre que la soberbia.
El humanismo puso como centro al hombre y eso lo llevó a mirar con admiración la antigüedad pagana, lo que dio origen al Renacimiento (renacimiento de la antigüedad pagana, eso quiere decir el término) y el Renacimiento preparó las condiciones para el surgimiento del Protestantismo y del racionalismo que fue la subversión en el plano religioso y en el orden de las ideas. El Protestantismo y el racionalismo a su vez trabajaron por la subversión en el plano político y dieron origen a la Revolución Francesa. El ideal revolucionario de “libertad, igualdad y fraternidad” llegó a convertirse en el nuevo credo del mundo moderno y en el fundamento de la sociedad contemporánea. Estas ideas llevadas al plano económico condujeron al capitalismo liberal, al socialismo y al comunismo, tres versiones distintas o aparentemente distintas, de una misma concepción de la vida. Y este proceso se introdujo lamentablemente dentro de las filas de la Iglesia Católica principalmente a partir del Concilio Vaticano II. Se intentó conciliar a la Iglesia con este “nuevo mundo”, conciliación que es imposible lograr sin traicionar la fe.
Y así hemos llegado hasta nuestros días, encontrándonos en un mundo desnaturalizado, colmado de injusticias, cansado, estresado, desorientado, y sumido en el indiferentismo o en la duda religiosa. Uno se pregunta finalmente, ¿el hombre encontró la felicidad que buscaba? Creemos que nadie se atrevería a afirmar que sí. Y si al menos logró conseguir una cierta felicidad material, ésta no alcanza a todos ya que muchos siguen en la miseria. ¿Y que saca el hombre con lograr una pisca de felicidad en este mundo, si después de su vida va al infierno por haberse apartado de Dios?
Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios Encarnado, nos indicó el único camino para que el hombre sea feliz, porque la felicidad plena no existe en este mundo, sino en el cielo. Por eso dijo: Mi Reino no es de este mundo… Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida… Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura.
1 comentario:
Así que comenzamos con la censura?
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