Hay ciertas almas que sólo son grandes cuando sobre ellas soplan las ráfagas del infortunio. María Antonieta que fue frívola como princesa, e imperdonablemente despreocupada en su vida de reina, frente a la oleada de sangre y miseria que inundó Francia durante la revolución, se transformó –y no hay historiador que no lo verifique, tomado de respeto– de un modo sorprendente: de la reina surgió una mártir, y de la muñeca una heroína*.
Este es un homenaje a una figura mítica que consideramos admirable por las virtudes y la grandeza de alma que manifestó al final de su corta vida. Ella fue la encarnación de la elegancia, del encanto y de la bondad. Sobre todo, ella representa uno de los últimos vestigios del orden social cristiano anterior a la Revolución Francesa. Un orden, que a pesar de que ya contenía en su seno los gérmenes de la revolución, continuaba siendo cristiano en su esencia y por lo mismo, era un orden legítimo.
* palabras de Plinio Corrêa de Oliveira, 1928.
Este es un homenaje a una figura mítica que consideramos admirable por las virtudes y la grandeza de alma que manifestó al final de su corta vida. Ella fue la encarnación de la elegancia, del encanto y de la bondad. Sobre todo, ella representa uno de los últimos vestigios del orden social cristiano anterior a la Revolución Francesa. Un orden, que a pesar de que ya contenía en su seno los gérmenes de la revolución, continuaba siendo cristiano en su esencia y por lo mismo, era un orden legítimo.
* palabras de Plinio Corrêa de Oliveira, 1928.
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