CAPÍTULO IX
ES LA MASONERÍA LA QUE COMANDA LA GUERRA CONTRA LA CIVILIZACIÓN
CRISTIANA
Al día
siguiente de la publicación de la encíclica en la cual León XIII denunció
nuevamente al mundo a la francmasonería como siendo el agente de la guerra
contra la Iglesia y contra todo el orden social, el Bulletin de la Grande Loge Symbolique Écossaise expresó en estos
términos el pensamiento de la secta:
“Lo mínimo que la francmasonería puede
hacer es agradecer al soberano pontífice su última encíclica. León XIII, con
una autoridad incontestable y con gran lujo de pruebas, acaba de demostrar, una
vez más, que existe un abismo
infranqueable entre la Iglesia, de la cual él es el representante, y la
Revolución, de la cual la francmasonería es el brazo derecho. Es bueno que los que tienen dudas dejen de
abrigar vanas esperanzas. Es preciso que todos se habitúen en comprender que ha llegado la hora de optar entre el orden antiguo, que se
apoya en la revelación, y el nuevo orden, que no reconoce otros fundamentos que
no sean la ciencia y la razón humana, entre el espíritu de autoridad y el
espíritu de libertad”[1].
Este pensamiento fue nuevamente
expresado en la Convención de 1902, por el orador encargado de pronunciar el
discurso de clausura: “… ¿Qué es lo que nos separa? Es un abismo, abismo que no
será cubierto sino en el día en que triunfe la masonería, obrera incansable del
progreso democrático de la justicia social… Hasta allá, nada de tregua, de
reposo, de aproximación, de concesiones… Es la última frase de la lucha de la
Iglesia y de la Congregación contra nuestra sociedad republicana y laica. El esfuerzo debe ser supremo…”.
Derrumbada la Iglesia, todo el resto caerá.
También, La Lanterne, órgano oficioso de nuestros gobernantes y de la
francmasonería, no cesó de decir todos los días y en todos los tonos: “Antes de
cualquier otra cuestión, antes de la cuestión social, antes de la cuestión
política, es preciso terminar de una vez con la cuestión clerical. Esa es la
clave de todo el resto. Si cometiéramos el crimen de capitular, de retardar
nuestra acción, de dejar escapar al adversario, pronto el partido republicano y
la república estarán perdidos… La Iglesia no nos permitiría recomenzar la
experiencia. Ella sabe hoy que la república le será mortal, y si no la matase,
es ella la que matará a la república. Entre la república y la Iglesia existe un
duelo a muerte. Apresurémonos en aplastar al infame[2], o
resignémonos a dejar la libertad sofocada durante siglos”.
Un hecho que acaba de ocurrir, muestra
resumidamente lo que será expuesto en la segunda y en la tercera parte de este
libro: cómo la secta actúa para llegar a la realización de sus designios.
Bajo un pretexto vano, se produjo una
rebelión en Barcelona; incendios y masacres forzaron al gobierno español a
colocar en estado de sitio a la ciudad… El instigador Ferrer fue preso. En vez
de ser fusilado en el acto, fue entregado al tribunal militar, que lo condenó a
la muerte. El juicio fue ratificado. Falsas noticias fueron enviadas a los
periódicos de todos los países: Ferrer no fue juzgado según las leyes. Su
defensor fue arrestado. El clero, el propio Papa están involucrados. “La mano
sangrienta de la Iglesia, parte en el proceso —escribía La Lanterne— condujo todo; y los solados del rey de España
se limitaron a ejecutar sus voluntades. Todos los pueblos deben rebelarse
contra esa religión de muerte y de sangre”. En apoyo, una caricatura representó
a un sacerdote con un puñal en la mano. Amenazas de represalias, de asesinato
del rey y del Papa llovieron en Madrid y en Roma. Peticiones circularon en
París, Roma, Bruselas, Londres, Berlín, para protestar contra el juicio. Ferrer
fue ejecutado. Luego se produjeron manifestaciones, varias sangrientas, en las
principales ciudades de Francia y de todos los países europeos. Por
acumulación, una especie de triunfo quiso glorificarlo en las calles de París,
con la cobertura de la policía y la participación del ejército, al canto de la Internacional.
Los gobernantes fueron interpelados en
los diversos parlamentos, las protestas fueron apoyadas por los consejos
departamentales, municipales. Cincuentaisiete ciudades de Francia decidieron poner
el nombre de Ferrer a una de sus calles.
La espontaneidad y el conjunto
prodigioso de esas manifestaciones por una causa extraña a los intereses de los
diversos países indica que existe una organización que se extiende a todos los
pueblos, teniendo capacidad de acción hasta en las más humildes localidades.
Entre las piezas del proceso de Barcelona, hay una que estableció que Ferrer
pertenecía a la gran logia internacional, el misterioso centro de donde se
ejerce sobre el mundo el poder oculto de la masonería.
Pero aquí la secta se denuncia a sí
misma.
El consejo de la orden del Gran
Oriente de París envió a todas sus oficinas y a todas las potencias masónicas
del mundo, un manifiesto de protesta contra la ejecución de Ferrer. En él, el
consejo reivindicaba al revoltoso como uno de los suyos: “Ferrer era uno de los
nuestros. Él sintió que la obra masónica expresaba el más alto ideal que puede
realizar el hombre. Él afirmó nuestros principios hasta el fin. Lo que se quiso
alcanzar en él fue el ideal masónico.
“Delante de la marcha del progreso
indefinido de la humanidad se levanta una fuerza de estagnación cuyos principios
y acción tienen en vista lanzarnos en la noche de la Edad Media”.
El Gran Oriente de Bélgica se apresuró
en responder al manifiesto del Gran Oriente de Francia: “El Gran Oriente de
Bélgica, compartiendo los nobles sentimientos que inspiraron la proclamación
del Gran Oriente de Francia, se asocia, en nombre de las logias belgas, a la
protesta indignada que se envió a la masonería universal y al mundo civilizado
contra la sentencia inicua pronunciada e impiadosamente ejecutada contra el
hermano Francisco Ferrer”.
El Gran Oriente italiano y otros
hicieron lo mismo: “Francisco Ferrer, honra de la cultura y del pensamiento
moderno, apóstol infatigable del ideal laico, fue fusilado por orden de los
jesuitas, en el horrible calabozo de la fortaleza de Montjuich, en la cual
todavía resuenan los gritos de innumerables víctimas… Un estremecimiento de
horror recorrió el mundo, que, en un sublime impulso de solidaridad humana,
maldijo a los autores conocidos y ocultos de la muerte y los condena a la
execración y a la infamia”.
El comité central de la liga masónica
de los derechos del hombre, reunida en sesión extraordinaria el 13 de octubre
de 1909, decidió levantar un monumento a la memoria de Ferrer, “mártir del
libre pensamiento y del ideal democrático”. Convidó a todas las organizaciones
de libre pensamiento a contribuir para la realización de este proyecto, y
resolvió erguirlo en Montmartre, frente a la Iglesia del Sagrado Corazón.
La francmasonería declaró, pues, en
palabras y en actos que ella consideraba y defendía a Ferrer como la
encarnación del “ideal masónico”. ¿Cuál era el ideal de Ferrer? Él mismo lo
proclamó en mayo de 1907, en la revista pedagógica Humanidad Nueva, en la cual expone los principios de la “Escuela
moderna” que acababa de fundar con dinero conseguido de manera poco legal de un
católico practicante e incluso piadoso.
“Cuando tuvimos, hace seis años, la
inmensa alegría de abrir la escuela moderna de Barcelona, nos apresuramos en
divulgar que su sistema de enseñanza seria, racionalista y científica.
Queríamos prevenir al público de que, siendo la ciencia y la razón los
antídotos de todo dogma, no enseñaríamos en nuestra escuela ninguna religión…
“Cuánto más hemos demostrado la
temeridad que teníamos en colocarnos tan francamente en frente de la Iglesia
todopoderosa de España, más sentíamos el coraje para perseverar en nuestros
proyectos.
“Sin embargo, es necesario aclarar que
la misión de la escuela moderna no se limita solamente al deseo de ver
desaparecer los preconceptos religiosos de las inteligencias. Si bien que esos
preconceptos sean aquellos que más se oponen a la emancipación intelectual de
los individuos, no obtendríamos, con su desaparición, una humanidad libre y
feliz, puesto que se puede concebir un pueblo sin religión, pero también sin
libertad.
“Si las clases trabajadoras se
liberasen de los preconceptos religiosos y conservasen el de la propiedad tal
como existe actualmente, si los trabajadores aún creyesen en la parábola que
siempre habrá pobres y ricos, si la enseñanza racionalista se contentase en
diseminar nociones sobre la higiene y las ciencias, en preparar solamente
buenos aprendices, buenos obreros, buenos empleados en todas las profesiones,
nosotros continuaríamos viviendo más o menos sanos y robustos con el modesto
alimento que nos proporcionaría nuestro módico salario, pero no dejaríamos de
ser siempre los esclavos del capital.
“La escuela moderna pretende, por lo
tanto, combatir todos los preconceptos que se oponen a la emancipación total
del individuo y ella adoptó, con ese objetivo, el racionalismo humanitario, que
consiste en inculcar en la juventud el deseo de conocer el origen de todas las
injusticias sociales, a fin de que se combatan a través de los conocimientos
que se han adquirido.
“Nuestro racionalismo combate las
guerras fratricidas, sean internas, sean externas, la explotación del hombre
por el hombre; lucha contra el estado de servidumbre en el cual se encuentra
actualmente colocada la mujer en nuestra sociedad; en una palabra, combate a
los enemigos de la harmonía universal, como la ignorancia, la maldad, el
orgullo y todos los vicios y defectos que dividen a los hombres en dos clases:
los explotadores y los explotados”.
En una carta dirigida a uno de sus
amigos, Ferrer manifestaba de maneja aún mejor el pensamiento de su escuela:
“Para no atemorizar a las personas y para no dar al gobierno un pretexto para
cerrar mis establecimientos, yo los llamo ‘escuela moderna’ y no ‘escuela de
anarquistas’. Porque la finalidad de mi propaganda es, lo confieso francamente,
formar en mis escuelas anarquistas convencidos. Mi deseo es convocar la
revolución. Por ahora, debemos contentarnos en implantar en el cerebro de la
juventud la idea del saqueo violento. Ella debe aprender que no existe, contra
los policías y la tonsura, sino un único medio: la bomba y el veneno”.
La investigación del caso llevó al
descubrimiento, en la villa “Germinal”, en que él vivía, de documentos
escondidos en un subterráneo hábilmente disimulado y que tenía diversas puertas
de salida. Esos documentos probaban que él era el alma de todos los movimientos
revolucionarios que se producían en España desde 1872. Estos son, entre otros,
extractos de circulares redactadas en 1892.
“Compañeros, seamos hombres,
aplastemos a esos infames burgueses… Antes de construir, arruinemos todo… Si
entre los políticos algunos apelasen a vuestra humanidad, matadlos… Abolición
de todas las leyes… expulsión de todas las comunidades religiosas… Disolución
de la magistratura, del ejército y de la marina… Demolición de las iglesias…”.
Al final, de la propia mano de Ferrer,
esta nota:
“Adjunto
una receta para fabricar un explosivo”.
Este es el hombre que la
francmasonería presentó al mundo como profesando su ideal.
Algunos días después de la ejecución
de Ferrer, el gabinete de Madrid se vio obligado a dimitir; los jefes del
partido liberal y del partido democrático, obedeciendo sin duda a las órdenes
de la logia, llevaron al conocimiento de Maura que ellos harían una obstrucción
irreductible a cualquier medida, a todo proyecto que él presentase. Sin
embargo, en España, sin por lo menos dos tercios de los votos todo puede quedar
inmóvil y tornarse legalmente imposible. El partido liberal y el partido
democrático, al rehusar su participación, hicieron imposible la administración.
Esa dimisión alegró a los librepensadores y a los ateos en toda Europa. El Action dijo:
“¿No es verdad que, en el mundo
entero, un gran duelo, el mismo en todas partes, se libra entre las religiones
y el libre pensamiento, entre la autocracia y la democracia, entre el
absolutismo y la revolución? ¿Existen fronteras para la Iglesia y una patria
para el Vaticano? ¿El drama de la humanidad no se juega alrededor de esas
formas internacionales que son la convención y la escuela? La caída del gabinete
de Maura, así como la ejecución de Ferrer, no constituyeron sino un episodio de
ese gran drama incesante”.
Ya nos hemos explayado lo suficiente
sobre este asunto. Nada puede preparar mejor al lector para comprender lo que
viene a continuación: la historia de la acción de la masonería en Francia
durante los dos últimos siglos, la organización de la secta, sus medios de
acción y procedimientos, y las posibles hipótesis sobre el resultado final de
la lucha trabada por la sinagoga de Satanás y la Iglesia de nuestro Señor
Jesucristo.
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[2] El infame, así se referían a Jesucristo.
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