Plinio Corrêa de
Oliveira
Selección bibliográfica:
San Jerónimo, Confesor y Doctor de
la Iglesia (341-420) es considerado el más grande Doctor de las Escrituras de
la Iglesia.
San Jerónimo, Confesor y Doctor de la Iglesia Master Theoderich (s. XIV) |
Él otorgó esta alabanza a San
Agustín: “Al igual como lo he hecho yo, habéis
aplicado toda vuestra energía para hacer de los enemigos de la Iglesia vuestros
enemigos personales”. Este elogio es consistente con el consejo de San
Agustín: “Debéis odiar el mal, pero amar al
que yerra”.
Respecto de San Jerónimo el
Breviario Romano dice: “Él aporreó a los herejes con sus más duros escritos”.
Comentarios del Prof. Plinio:
En la Iglesia Católica, San
Jerónimo es el representante por excelencia del espíritu polémico, y en este
sentido es un símbolo contra el diálogo ecuménico progresista. Sus escritos son
tan directos, enérgicos, e intransigentes que algunas personas imaginan que un
santo no podría escribir como él lo hizo. Casi todo el mundo de su tiempo
temblaba ante él.
Una vez San Agustín, con quien
tuvo una continua correspondencia, le dijo amablemente que con la mitad de la
energía que San Jerónimo utiliza en una de sus cartas, él ya estaría convencido
de su argumento. También recuerdo que una vez leí que una señora piadosa envió
a San Jerónimo un regalo: algunas palomas jóvenes y una cesta de cerezas. Él
contestó preguntándole qué estaba pensando cuando ella envió esas cosas
delicadas a él. Él sospechaba que ella podría querer corromper la austeridad de
su vida penitente. De inmediato le dio los regalos a los pobres.
Uno de mis primeros encuentros con
el progresismo fue con la mentalidad reformista litúrgica que estaba siendo
aceptada por muchos monjes en el monasterio benedictino de Sao Paulo. Yo estaba
hablando con el abad y él me dijo que algunas obras de San Jerónimo se leían en
el refectorio del monasterio durante la comida del mediodía. Él me comentó que
los monjes se habían puesto furiosos por las lecturas. En mi ingenuidad,
pensaba que su odio se dirigía hacia los herejes que San Jerónimo combatía,
pero pronto me di cuenta de que estaba equivocado. Su odio era contra el mismo
San Jerónimo, porque ellos [esos monjes] tenían simpatía por los herejes.
La combatividad de San Jerónimo era
una expresión de su celo consumidor por la Casa de Dios. Este tipo de
militancia es una de las expresiones más legítimas y santas de ese celo. Puesto
que su energía era inspirada por el amor a Dios y no por resentimientos
personales, era una cosa muy santa. Si la fuerza se ejerce debido a resentimientos
personales, es una cosa completamente diferente.
Esa santa militancia hizo de él
una espada viviente de Dios. No conozco ningún mejor elogio que decir que un
hombre es la espada viviente de Dios, que corta, perfora, hiere, y destruye a
sus enemigos. San Jerónimo representa el pináculo del espíritu polémico, y como
tal, él es el santo patrón de la lucha contrarrevolucionaria.
Su elogio de San Agustín acerca de
cómo él hizo de los enemigos de la Iglesia sus enemigos personales es notable.
Es un santo que elogia a otro santo, y por esta razón se puede decir que ese
panegírico refleja la santidad de la Iglesia. La selección señala que este
aspecto se armoniza perfectamente con otro aparentemente contrario que se puede
ver en otras palabras de San Agustín: “Debemos aborrecer el mal, pero amar a
los que yerran”.
La militancia de San Jerónimo hizo de él la espada de Dios Antonio Vivarini |
Hoy es importante que tengamos una
clara comprensión de lo que significa “amar a los que yerran”. Es una
simplificación liberal y ecuménica decir que si uno ataca vigorosamente los que
yerran, se está perjudicando a esas personas o es una muestra de falta de
caridad. Hay tres razones por las que este no es el caso:
En primer lugar, cuando una persona está en grave peligro de caer
en un abismo, lo que hay que hacer es gritarle y decirle: “Tenga cuidado, usted está en el borde del acantilado y si usted se cae,
usted se romperá la cabeza y morirá” no sería sensato hablarle suavemente,
diciendo: “Hola, estoy parado en un lugar
mucho mejor que tú. ¿Por qué no vienes a unirte conmigo?”
Esta sería una manera tonta para prevenir
al hombre de caer en el abismo. La forma correcta de rescatar a un hombre del
peligro no es mostrarle el lado positivo de su posición, sino exponerle el
peligro de su posición y la imprudencia de permanecer en ella.
¿Quién de ustedes, al ver a un
hombre jugando imprudentemente con un arma cargada y con el dedo en el gatillo,
le sugeriría suavemente jugar en su lugar al ajedrez con usted? Esa es una
actitud necia. Lo correcto es dirigirse a él con severidad: “Mira, deja de jugar con el arma o puedes hacerte
daño a ti o a mí”. Un hombre que es tentado de hacer algo errado
necesita que le digan palabras que inspiren temor.
Esto es cierto sobre todo
cuando se trata de la doctrina católica. Los hombres son más fácilmente
movidos por el miedo de las malas consecuencias que pueden experimentar que de un
posible bien que puedan disfrutar. Ellos son más fácilmente movidos por el
miedo del infierno que por el amor del cielo. Por lo tanto, con el fin de
convertir a un hombre, es más caritativo y conveniente que nosotros le
señalemos primero que debe salir de su error y sus malas consecuencias, y
luego hablarle de la belleza y la bondad de la verdad. San Jerónimo fue un
modelo de esta forma de actuar.
Sé que algunas almas raras pueden
ser tocadas por la dulzura en lugar de la combatividad, pero esta no es la
regla. Es la excepción a la regla. Dios da a su Iglesia santos que tienen
carismas especiales para atraer con amabilidad, como San Francisco de Sales,
que atrajo almas por su dulzura. Sin embargo, la regla es atacar el mal para
convertir a la persona, como lo hizo San Jerónimo.
En segundo lugar, otra simplificación que el espíritu liberal y
ecuménico no considera es que cuando debatimos con un hereje, un pastor
protestante, por ejemplo, nuestro principal objetivo no es
convertirlo, sino confirmar en la fe a los católicos que están siguiendo
el debate y les ayude a no ser contaminados por los errores protestantes. Para
ello, es sumamente ventajoso derrotar al hereje.
El objetivo secundario del debate
es el de convertir a los protestantes que también están siguiendo el debate y
no son tan obstinados en el error como el pastor. El tercer y último objetivo
es la conversión del pastor protestante, que también debe ser considerado
seriamente. Esta es la jerarquía correcta de objetivos en un debate de un
católico con un protestante. Los progresistas simplifican enormemente el tema
diciendo que es sólo un debate entre A y B, y que la manera más eficiente para
convertir a B es sonreír y hacer concesiones. No es así. Al ignorar los dos
objetivos más importantes del debate, se establece una trampa que lleva a la
gente en una mentalidad más progresista y ecuménica.
En tercer lugar, Nuestro Señor, el modelo divino de santidad, no
actuó con la conciliación cuando se debatía con los fariseos. En cambio, Él los
llamó como una generación de víboras, hijos de Satanás, sepulcros blanqueados,
etc. Además, cuando se encontró con los cambistas en el Templo, se indignó y usó
un látigo para expulsarlos físicamente. Es decir, Él utilizó no sólo la energía
en la polémica contra la gente mala, sino que también utilizó la violencia
física para castigar a los profanadores.
El espíritu combativo y polémico
del gran San Jerónimo nos da la oportunidad de ver cómo el progresismo y el
espíritu ecuménico están saboteando la militancia católica en todas partes. Hoy
en día casi nadie escucha esta doctrina católica enseñada en su totalidad.
La Iglesia progresista evita esta
enseñanza, ya que quiere impulsar su agenda de ecumenismo que tiende hacia una
espuria pan-religión.
Desde luego, debemos pedirle a San
Jerónimo que nos ayude en nuestras polémicas contrarrevolucionarias, pero
deberíamos también y sobre todo pedirle que nos ayude a destruir esta
mentalidad liberal que abre la puerta para el mal que está asaltando y se
está apoderando de toda la Iglesia.
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