martes, 30 de septiembre de 2014

San Jerónimo – 30 de septiembre

Plinio Corrêa de Oliveira
Selección bibliográfica:

San Jerónimo, Confesor y Doctor de la Iglesia (341-420) es considerado el más grande Doctor de las Escrituras de la Iglesia.
San Jerónimo, Confesor y Doctor de la Iglesia
Master Theoderich (s. XIV)
Él otorgó esta alabanza a San Agustín: “Al igual como lo he hecho yo, habéis aplicado toda vuestra energía para hacer de los enemigos de la Iglesia vuestros enemigos personales”. Este elogio es consistente con el consejo de San Agustín: “Debéis odiar el mal, pero amar al que yerra”.
Respecto de San Jerónimo el Breviario Romano dice: “Él aporreó a los herejes con sus más duros escritos”.

Comentarios del Prof. Plinio:

En la Iglesia Católica, San Jerónimo es el representante por excelencia del espíritu polémico, y en este sentido es un símbolo contra el diálogo ecuménico progresista. Sus escritos son tan directos, enérgicos, e intransigentes que algunas personas imaginan que un santo no podría escribir como él lo hizo. Casi todo el mundo de su tiempo temblaba ante él.
Una vez San Agustín, con quien tuvo una continua correspondencia, le dijo amablemente que con la mitad de la energía que San Jerónimo utiliza en una de sus cartas, él ya estaría convencido de su argumento. También recuerdo que una vez leí que una señora piadosa envió a San Jerónimo un regalo: algunas palomas jóvenes y una cesta de cerezas. Él contestó preguntándole qué estaba pensando cuando ella envió esas cosas delicadas a él. Él sospechaba que ella podría querer corromper la austeridad de su vida penitente. De inmediato le dio los regalos a los pobres.
Uno de mis primeros encuentros con el progresismo fue con la mentalidad reformista litúrgica que estaba siendo aceptada por muchos monjes en el monasterio benedictino de Sao Paulo. Yo estaba hablando con el abad y él me dijo que algunas obras de San Jerónimo se leían en el refectorio del monasterio durante la comida del mediodía. Él me comentó que los monjes se habían puesto furiosos por las lecturas. En mi ingenuidad, pensaba que su odio se dirigía hacia los herejes que San Jerónimo combatía, pero pronto me di cuenta de que estaba equivocado. Su odio era contra el mismo San Jerónimo, porque ellos [esos monjes] tenían simpatía por los herejes.
La combatividad de San Jerónimo era una expresión de su celo consumidor por la Casa de Dios. Este tipo de militancia es una de las expresiones más legítimas y santas de ese celo. Puesto que su energía era inspirada por el amor a Dios y no por resentimientos personales, era una cosa muy santa. Si la fuerza se ejerce debido a resentimientos personales, es una cosa completamente diferente.
Esa santa militancia hizo de él una espada viviente de Dios. No conozco ningún mejor elogio que decir que un hombre es la espada viviente de Dios, que corta, perfora, hiere, y destruye a sus enemigos. San Jerónimo representa el pináculo del espíritu polémico, y como tal, él es el santo patrón de la lucha contrarrevolucionaria.
Su elogio de San Agustín acerca de cómo él hizo de los enemigos de la Iglesia sus enemigos personales es notable. Es un santo que elogia a otro santo, y por esta razón se puede decir que ese panegírico refleja la santidad de la Iglesia. La selección señala que este aspecto se armoniza perfectamente con otro aparentemente contrario que se puede ver en otras palabras de San Agustín: “Debemos aborrecer el mal, pero amar a los que yerran”.
La militancia de San Jerónimo hizo
de él la espada de Dios
Antonio Vivarini
Hoy es importante que tengamos una clara comprensión de lo que significa “amar a los que yerran”. Es una simplificación liberal y ecuménica decir que si uno ataca vigorosamente los que yerran, se está perjudicando a esas personas o es una muestra de falta de caridad. Hay tres razones por las que este no es el caso:
En primer lugar, cuando una persona está en grave peligro de caer en un abismo, lo que hay que hacer es gritarle y decirle: “Tenga cuidado, usted está en el borde del acantilado y si usted se cae, usted se romperá la cabeza y morirá” no sería sensato hablarle suavemente, diciendo: “Hola, estoy parado en un lugar mucho mejor que tú. ¿Por qué no vienes a unirte conmigo?
Esta sería una manera tonta para prevenir al hombre de caer en el abismo. La forma correcta de rescatar a un hombre del peligro no es mostrarle el lado positivo de su posición, sino exponerle el peligro de su posición y la imprudencia de permanecer en ella.
¿Quién de ustedes, al ver a un hombre jugando imprudentemente con un arma cargada y con el dedo en el gatillo, le sugeriría suavemente jugar en su lugar al ajedrez con usted? Esa es una actitud necia. Lo correcto es dirigirse a él con severidad: “Mira, deja de jugar con el arma o puedes hacerte daño a ti o a mí”. Un hombre que es tentado de hacer algo errado necesita que le digan palabras que inspiren temor.
Esto es cierto sobre todo cuando se trata de la doctrina católica. Los hombres son más fácilmente movidos por el miedo de las malas consecuencias que pueden experimentar que de un posible bien que puedan disfrutar. Ellos son más fácilmente movidos por el miedo del infierno que por el amor del cielo. Por lo tanto, con el fin de convertir a un hombre, es más caritativo y conveniente que nosotros le señalemos primero que debe salir de su error y sus malas consecuencias, y luego hablarle de la belleza y la bondad de la verdad. San Jerónimo fue un modelo de esta forma de actuar.
Sé que algunas almas raras pueden ser tocadas por la dulzura en lugar de la combatividad, pero esta no es la regla. Es la excepción a la regla. Dios da a su Iglesia santos que tienen carismas especiales para atraer con amabilidad, como San Francisco de Sales, que atrajo almas por su dulzura. Sin embargo, la regla es atacar el mal para convertir a la persona, como lo hizo San Jerónimo.
En segundo lugar, otra simplificación que el espíritu liberal y ecuménico no considera es que cuando debatimos con un hereje, un pastor protestante, por ejemplo, nuestro principal objetivo no es convertirlo, sino confirmar en la fe a los católicos que están siguiendo el debate y les ayude a no ser contaminados por los errores protestantes. Para ello, es sumamente ventajoso derrotar al hereje.
El objetivo secundario del debate es el de convertir a los protestantes que también están siguiendo el debate y no son tan obstinados en el error como el pastor. El tercer y último objetivo es la conversión del pastor protestante, que también debe ser considerado seriamente. Esta es la jerarquía correcta de objetivos en un debate de un católico con un protestante. Los progresistas simplifican enormemente el tema diciendo que es sólo un debate entre A y B, y que la manera más eficiente para convertir a B es sonreír y hacer concesiones. No es así. Al ignorar los dos objetivos más importantes del debate, se establece una trampa que lleva a la gente en una mentalidad más progresista y ecuménica.
En tercer lugar, Nuestro Señor, el modelo divino de santidad, no actuó con la conciliación cuando se debatía con los fariseos. En cambio, Él los llamó como una generación de víboras, hijos de Satanás, sepulcros blanqueados, etc. Además, cuando se encontró con los cambistas en el Templo, se indignó y usó un látigo para expulsarlos físicamente. Es decir, Él utilizó no sólo la energía en la polémica contra la gente mala, sino que también utilizó la violencia física para castigar a los profanadores.
El espíritu combativo y polémico del gran San Jerónimo nos da la oportunidad de ver cómo el progresismo y el espíritu ecuménico están saboteando la militancia católica en todas partes. Hoy en día casi nadie escucha esta doctrina católica enseñada en su totalidad.
La Iglesia progresista evita esta enseñanza, ya que quiere impulsar su agenda de ecumenismo que tiende hacia una espuria pan-religión.

Desde luego, debemos pedirle a San Jerónimo que nos ayude en nuestras polémicas contrarrevolucionarias, pero deberíamos también y sobre todo pedirle que nos ayude a destruir esta mentalidad liberal que abre la puerta para el mal que está asaltando y se está apoderando de toda la Iglesia.

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