UN ENIGMA
Votada por las Cámaras la supresión de la Compañía
de Jesús en Francia, Guizot, quien entonces encabezaba el gobierno, no tuvo el
coraje de aplicar inmediatamente la ley, temiendo la resistencia. Realmente,
todos los ultramontanos insistían con los jesuitas para que no se dispersasen y
procurasen por todos los medios evitar la ejecución de la ley.
Pero si ese era el deseo de los
ultramontanos, no obstante el gobierno consiguió su objetivo, que era dividir
las fuerzas católicas. Lacordaire continuó viviendo como si nada hubiera
ocurrido, incapaz de defender o atacar a los jesuitas, el conde de Coux, valiéndose
del cargo de redactor jefe de L’Univers, obstaculizaba los movimientos de Louis
Veuillot, uno de los más entusiastas partidarios de la resistencia; y el
arzobispo de París usaba de su autoridad para obligar a los jesuitas a
disolverse. Por otro lado, el nuncio apostólico, Mons. Parisis, el obispo de
Arras y el padre general apoyaban en Roma a la Compañía de Jesús en Francia y
por todos los medios la prestigiaban.
Viendo a las fuerzas católicas divididas,
Guizot concibió el proyecto de obtener del propio soberano pontífice la disolución,
y envió a Roma al Sr. Rossi como negociador. Su misión fue uno de los episodios
más intrincados de la historia de la Iglesia en Francia durante el siglo XIX. Eminente
diplomático, Rossi uso de todos sus recursos para obtener éxito: amenazó,
suplicó, negoció, pidió auxilio al gobierno francés, no midió promesas ni
ahorró amenazas.
El arzobispo de París escribió al soberano
pontífice pidiendo la disolución. Luis Felipe, que según la costumbre secular
de los reyes de Francia se dirigía a los cardenales llamándolos primos, intentó
utilizar de su influencia en el sacro colegio para llevarlo a apoyar la política
de su gobierno. Al mismo tiempo, procuró intimidar al nuncio apostólico con la
expectativa de una persecución religiosa que nadie sería capaz de detener. El gobierno
hizo valer todos los medios de que podía disponer para facilitar la misión del
Sr. Rossi.
Lo que ocurrió realmente en Roma es un
misterio. El papa Gregorio XVI sometió el asunto a la Congregación de los
Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, y ésta rechazó unánimemente el pedido
de Francia. Rossi entonces retiró la carta que entregó a la Santa Sede y volvió
a la carga junto al cardenal Lambruschini, Secretario de Estado, diciendo que
el gobierno no era enemigo de los jesuitas ni les deseaba mal, pero que se
encontraba en muy embarazoso delante de la ley que había sido votada, y se
contentaría con poca cosa: sería suficiente que el gabinete pudiese decir, en
la reapertura de las Cámaras, que se había hecho algo; bastaría que algunas de
las casas de la Compañía, más conocidas, quedasen menos en evidencia, y que
algunos padres fuesen transferidos para lugares de menor relevancia.
Parece que esas razones llevaron al cardenal
Lambruschini a reconsiderar el asunto, y la decisión fue dejada al general de
los jesuitas. Éste, que aconsejaba la resistencia, mudó repentinamente de
actitud y cerró la Compañía en Francia. No se sabe con certeza lo que ocurrió. Lo
más probable es que el Secretario de Estado había ejercido presión sobre el
padre general para que tomase esa decisión. El hecho es que Rossi se vanaglorió
del éxito completo de su misión, y el Moniteur,
periódico oficioso del gobierno francés, publicó la siguiente nota: “El
gobierno del rey recibió noticias de Roma. La negociación que había sido
encargada al Sr. Rossi consiguió su fin. La congregación de los jesuitas dejó
de existir en Francia y se dispersará por sí misma; sus casas serán cerradas y
sus noviciados disueltos”.
La derrota de los ultramontanos fue
completa. Veuillot, Montalembert, y Mons. Parisis estaban desolados, y el
general de la compañía los exhortaba por cartas y emisarios a conformarse con
la decisión, intentando explicarles que esa era la mejor solución. Mons.
Parisis y Veuillot no tocaron más el asunto, pero Montalembert era incapaz de
guardar silencio cuando perdía la partida. En una carta al padre de Ravignan,
ya se anunciaba como uno de los corifeos del liberalismo católico, al cual dentro
de poco se iría a entregar completamente.
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