domingo, 20 de julio de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 10

UN ENIGMA
Votada por las Cámaras la supresión de la Compañía de Jesús en Francia, Guizot, quien entonces encabezaba el gobierno, no tuvo el coraje de aplicar inmediatamente la ley, temiendo la resistencia. Realmente, todos los ultramontanos insistían con los jesuitas para que no se dispersasen y procurasen por todos los medios evitar la ejecución de la ley.
Pero si ese era el deseo de los ultramontanos, no obstante el gobierno consiguió su objetivo, que era dividir las fuerzas católicas. Lacordaire continuó viviendo como si nada hubiera ocurrido, incapaz de defender o atacar a los jesuitas, el conde de Coux, valiéndose del cargo de redactor jefe de L’Univers, obstaculizaba los movimientos de Louis Veuillot, uno de los más entusiastas partidarios de la resistencia; y el arzobispo de París usaba de su autoridad para obligar a los jesuitas a disolverse. Por otro lado, el nuncio apostólico, Mons. Parisis, el obispo de Arras y el padre general apoyaban en Roma a la Compañía de Jesús en Francia y por todos los medios la prestigiaban.
Viendo a las fuerzas católicas divididas, Guizot concibió el proyecto de obtener del propio soberano pontífice la disolución, y envió a Roma al Sr. Rossi como negociador. Su misión fue uno de los episodios más intrincados de la historia de la Iglesia en Francia durante el siglo XIX. Eminente diplomático, Rossi uso de todos sus recursos para obtener éxito: amenazó, suplicó, negoció, pidió auxilio al gobierno francés, no midió promesas ni ahorró amenazas.
El arzobispo de París escribió al soberano pontífice pidiendo la disolución. Luis Felipe, que según la costumbre secular de los reyes de Francia se dirigía a los cardenales llamándolos primos, intentó utilizar de su influencia en el sacro colegio para llevarlo a apoyar la política de su gobierno. Al mismo tiempo, procuró intimidar al nuncio apostólico con la expectativa de una persecución religiosa que nadie sería capaz de detener. El gobierno hizo valer todos los medios de que podía disponer para facilitar la misión del Sr. Rossi.
Lo que ocurrió realmente en Roma es un misterio. El papa Gregorio XVI sometió el asunto a la Congregación de los Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, y ésta rechazó unánimemente el pedido de Francia. Rossi entonces retiró la carta que entregó a la Santa Sede y volvió a la carga junto al cardenal Lambruschini, Secretario de Estado, diciendo que el gobierno no era enemigo de los jesuitas ni les deseaba mal, pero que se encontraba en muy embarazoso delante de la ley que había sido votada, y se contentaría con poca cosa: sería suficiente que el gabinete pudiese decir, en la reapertura de las Cámaras, que se había hecho algo; bastaría que algunas de las casas de la Compañía, más conocidas, quedasen menos en evidencia, y que algunos padres fuesen transferidos para lugares de menor relevancia.
Parece que esas razones llevaron al cardenal Lambruschini a reconsiderar el asunto, y la decisión fue dejada al general de los jesuitas. Éste, que aconsejaba la resistencia, mudó repentinamente de actitud y cerró la Compañía en Francia. No se sabe con certeza lo que ocurrió. Lo más probable es que el Secretario de Estado había ejercido presión sobre el padre general para que tomase esa decisión. El hecho es que Rossi se vanaglorió del éxito completo de su misión, y el Moniteur, periódico oficioso del gobierno francés, publicó la siguiente nota: “El gobierno del rey recibió noticias de Roma. La negociación que había sido encargada al Sr. Rossi consiguió su fin. La congregación de los jesuitas dejó de existir en Francia y se dispersará por sí misma; sus casas serán cerradas y sus noviciados disueltos”.

La derrota de los ultramontanos fue completa. Veuillot, Montalembert, y Mons. Parisis estaban desolados, y el general de la compañía los exhortaba por cartas y emisarios a conformarse con la decisión, intentando explicarles que esa era la mejor solución. Mons. Parisis y Veuillot no tocaron más el asunto, pero Montalembert era incapaz de guardar silencio cuando perdía la partida. En una carta al padre de Ravignan, ya se anunciaba como uno de los corifeos del liberalismo católico, al cual dentro de poco se iría a entregar completamente.
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