lunes, 8 de julio de 2013

La Iglesia del hombre – Parte II

ATAQUE CONTRA LA UNIDAD E INTEGRIDAD DE LA FE

Robert P. Banaugh, Ph.D.

Advertencia a nuestros lectores: el autor de este artículo no sostiene la postura sedevacantista que sostenemos nosotros. Al publicar su artículo, no pretendemos con ello darle la razón o dar a entender que creemos que su posición no-sedevacantista es una segunda posición que se pueda admitir, tan válida como la nuestra. Publicamos su artículo simplemente porque es útil para dar a los lectores más conocimiento y elementos de juicio para que lleguen a la conclusión de que esa Iglesia del Vaticano II no es y no puede ser la verdadera Iglesia Católica fundada por Cristo. Para conocer la respuesta a las objeciones más comunes en contra de la posición sedevacante, por favor haga clic aquí. Nos hemos permitido editar algunas pequeñas partes del original de este artículo que son  irrelevantes y/o erróneas.

En el artículo anterior vimos que el Concilio Vaticano II estableció una inversión fundamental en los objetivos de la Iglesia. A partir de entonces su objetivo sería la aspiración humanista de servir al hombre en la tierra, en lugar de la meta sobrenatural de ayudarle a alcanzar la salvación eterna. Este artículo trata acerca del ataque realizado contra la integridad y la unidad de la fe.

La Iglesia debe cambiar con los tiempos

Desde el momento de su creación hace más de 2000 años, una característica definitoria de la Iglesia Católica había sido la integridad y la unidad de su fe. Esta integridad y la unidad se debían en gran medida a que la fe estaba estructurada de una manera rigurosa. Ese método se perfeccionó y generó la filosofía escolástica de Santo Tomás de Aquino, que a su vez contribuyó a fortalecer la unidad de la fe.

La Iglesia se dirigió con seguridad y sólidamente
bajo la enseñanza de Santo Tomás
Sin embargo, a comienzos del siglo XIX, las filosofías del liberalismo, del modernismo y, en el siglo XX, del progresismo, alcanzaron influencia cada vez mayor entre los intelectuales. Lo que estas filosofías tienen en común es la idea de adaptar el catolicismo al mundo moderno, que a su vez acepta el principio de una evolución universal.

Pronto los modernistas, y luego los progresistas, defendieron que ninguna de las verdades de la Iglesia son permanentes y, por lo tanto, éstas debían cambiar con los tiempos. Los teólogos modernistas procedieron a desafiar tanto la fe católica tradicional como los ritos litúrgicos.

Las consecuencias de estos nuevos conceptos estaban tan en desacuerdo con la fe católica tradicional que, antes de 15 años después de la clausura del Concilio Vaticano II, era obvio para todos, incluso para los acatólicos, que la unidad e integridad de la fe estaban severamente fracturadas. Era como si la fe tradicional católica hubiese sido destrozada y abandonada.

Es más, menos de 20 años después de la clausura del concilio, los desastrosos efectos de los cambios en el bienestar eterno de las almas de los fieles se hizo tan evidente que el propio [antipapa] Juan Pablo II declaró:

Es necesario admitir de manera realista y con profunda y sentida sensibilidad que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta desilusionados: fueron divulgadas pródigamente ideas que contrastan con la Verdad revelada y desde siempre enseñada; fueron difundidas verdaderas y propias herejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones y rebeliones; se alteró incluso la Liturgia; sumergidos en el ‘relativismo’ intelectual y moral y por consiguiente en el permisivismo; los cristianos son tentados por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva (7 de febrero de 1981, en una conferencia acerca de las “Misiones entre las poblaciones católicas”).

En 2003, casi un cuarto de siglo más tarde, el mismo Juan Pablo II admitió:

El tiempo en que vivimos parece ser una época aberrante donde muchos hombres y mujeres parecen desorientados” (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, nº 7, DC nº 2296, 20 de julio de 2003, pp. 670-671).

Y, en el mismo discurso:

“Reina sobre Europa una ‘especie de agnosticismo práctico e indiferentismo religioso’ a tal grado que la cultura europea da la impresión de una ‘apostasía silenciosa’” (ibídem, pp. 671-672).

Advertencias de la Virgen María

Nuestra Señora se apareció en Lourdes para ayudar
 a la salvación de la humanidad 
A lo largo de la historia de la Iglesia, la Virgen María, en el papel de emisaria de Dios, se ha aparecido en la tierra para dar mensajes a varias personas. En reconocimiento de que la Iglesia necesitaría ayuda para enfrentar el más grave de los ataques, sus mensajes hablaban de estos ataques y crisis.

Por ejemplo, uno de esos graves ataques fue la acusación de que María, la Madre de Jesús, no fue inmaculadamente concebida [esto es, que la Virgen no había sido concebida sin pecado original]. Para ayudar al Papa en la defensa de la enseñanza de la Iglesia sobre la Inmaculada Concepción, en 1858 la Santísima Virgen se apareció a una simple, e inocente niña sin educación, Bernardita Soubirous en Lourdes, Francia.

La Santísima Virgen se reveló a Bernardita diciéndole: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Para darle credibilidad tanto a su mensaje como a su aparición, la Virgen le pidió a Bernardita que excavara en el suelo; cosa que ella hizo, ganándose el desprecio de la gente del pueblo que la observaba. Inmediatamente, sin embargo, comenzó a fluir agua desde ahí, y, finalmente, afloró un pequeño arroyo que pareció crecer convirtiéndose en un pequeño río cuya agua cuando se bañaba en ella o se bebíaha logrado miles de curaciones aparentemente imposibles de curar para los enfermos.

Los graves ataques a la fe católica tradicional que comenzaron en el siglo XX fueron advertidos por la Santísima Virgen varios siglos antes que comenzaran.

En Quito, Ecuador, el 2 de febrero de 1594, casi 400 años antes de la clausura del Concilio Vaticano II, laVirgen se apareció una serie de veces a la madre Mariana de Jesús Torres, una monja concepcionista del real Convento de la Inmaculada Concepción.

En su primera aparición, la Virgen le dijo a la monja que a finales del siglo XIX y durante una gran parte del siglo XX, aparecerían varias herejías, reinaría la impureza, se atacarían y profanarían los sacramentos, los sacerdotes se apegarían a las riquezas y placeres y las vocaciones se perderían.

En Quito Nuestra Señora advirtió de una gran crisis
en la Iglesia a partir del siglo XX
Una advertencia similar le fue dada al Papa León XIII el 25 de septiembre de 1888 [véanse más detalles pulsando aquí]. Al final de la celebración de la Misa, el Papa se asomó repentinamente pálido y tembloroso y dijo que escuchó una conversación en la que Satanás le pedía a Dios le concediera 75 a 100 años para destruir la Iglesia.

Otra advertencia fue dada a dos niños, Melanie Calvet y Maximino Giraud, el 19 de septiembre de 1886, en La Salette, Francia, en la que la Virgen les reveló que Roma perderá la fe y se convertiría en la sede del Anticristo y que la Iglesia sería eclipsada [véanse más detalles pulse aquí].

La característica esencial de todos los mensajes era su completo acuerdo con la finalidad para la que Jesús estableció la Iglesia y con los medios que Él le dio para lograr ese propósito.

Es fundamental tener en cuenta que una aparición de la Virgen es una manifestación directa de la voluntad de Dios, y por lo tanto, sus mensajes son mensajes que Dios quiso dar. Consecuentemente, estos mensajes constituyen una base válida para evaluar en qué grado los nuevos cambios que impuso el Concilio Vaticano II están de acuerdo o no con el propósito de Cristo para su Iglesia mediante la comparación de los numerosos cambios del Vaticano II en la fe y la liturgia.

Esta comparación mostrará rápidamente que muchas de las nuevas enseñanzas y acciones de la Iglesia conciliar están en oposición a las palabras de Jesús y de su Madre, y por lo tanto, están en contra de la finalidad para la que Jesús estableció su Iglesia. Es el objetivo de estos artículos proporcionar tales comparaciones y por lo tanto validar esta afirmación.

Cambios que no glorifican a Dios ni salvan las almas

Casi inmediatamente después de la clausura del concilio, la controversia surgió a raíz de los numerosos cambios, tanto en los ritos litúrgicos como en las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. Con el paso de los años la intensidad de la controversia se ha incrementado y ahora, casi medio siglo después de su término, se habla cada vez más de la necesidad de una reevaluación completa de las deliberaciones del concilio [para un conocimiento pormenorizado de las escandalosas herejías enseñadas por el apóstata Concilio Vaticano II pulse aquí].

Dado que es un dogma de fe un principio fundamental de la fe católica que el propósito de la Iglesia Católica es dar honor y gloria a Dios y salvar las almas, la verdadera medida de la aceptación de cualquier cambio en los ritos litúrgicos o en las enseñanzas tradicionales de la Iglesia debe ser el grado en que el cambio permite dar un mejor honor y gloria a Dios y favorezca mejor la salvación de las almas.

1 comentario:

  1. Este artículo es una mentira, las verdades de la Iglesia se siguen defendiendo como siempre, lo que cambia es que no vamos por ahí matando gente, sino que los respetamos, como cristianos que somos.

    Me encantaría darle a cada uno de Uds. los sedevacantistas (por supuesto alejados de la verdadera Iglesia) una espada y enviarlos a matar musulmanes, en una de esas nos hacen el favor de enviarlos al cielo y no joden más.
    gracias.

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