Ángeles de Bicci di Lorenzo |
Don Francisco Delafuente
Es
muy común escuchar en los “ambientes católicos” que no debemos juzgar, citando
maliciosa y falsamente a Mateo 7, 1 que dice “No
juzguéis para que no seáis juzgados”. Y bajo esta palabra talismán del
“no debemos juzgar” se neutraliza la sana reacción frente a los obradores de
iniquidad que así pueden impunemente prevalecer y esparcir sus malas obras, sus malas
doctrinas, sus conspiraciones. Maliciosa estratagema es esta, porque tomada en
su falso contexto, hace creer que no se puede juzgar a los hombres y sus acciones.
Sin embargo, en el contexto de la Escritura, se comprende que el “no
juzguéis” se refiere al juicio injusto, al juicio temerario, al juicio falso,
al juicio mal intencionado y no al juicio recto, que es el fundamento de toda
justicia. De no ser así, sería imposible una sociedad justa y verdaderamente cristiana.
1
Corintios 6, 3: “¿No sabéis que hemos de juzgar a
los ángeles? ¡Cuánto más hemos de juzgar asuntos de esta vida!”.
Todos
aquellos que se hacen falsos jueces amargos en prohibir juicios justos, en esta
vida, sobre TODAS LAS COSAS, de las cuales, y por su conocimiento cierto y
evidente, pueden y deben juzgarse; no se dan cuenta que están prohibiendo el
juicio no sólo que castiga, anatemiza y condena; sino también el que perdona,
que indulta, que repara, que enmienda y que pacifica armoniosamente el orden
público y restaura el bien común.
Que
hemos de JUZGAR TODAS LAS COSAS lo confirma el Apóstol cuando dice:
1
Corintios 2, 15: “En cambio, el que es espiritual
juzga todas las cosas...”.
Y si
no fuera necesario juzgar, no se podría CORREGIR AL QUE YERRA, como manda la
tercera de las siete obras de misericordia espirituales que nos manda la Santa
Iglesia Católica. Y, por lo mismo, no diría autoritativamente Nuestro Señor:
Mateo
18, 15: “Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a
solas...”.
Porque
si no se juzgara previamente; no se podría aplicar sobre el juicio las virtudes
de la discreción, la humildad y la mansedumbre en procura de mejorar (en el
caso del que merece un juicio desfavorable) y hacer que “escuche” y entienda
aquel que recibirá, a partir del juicio, el aviso caritativo, la corrección
fraterna contra sus pecados o imperfecciones. Y por eso el Apóstol, sobre la
base de un buen juicio, aconseja restaurar con mansedumbre:
Gálatas
6, 1: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de
mansedumbre, mirándose a sí mismo, no sea que vosotros también seáis tentados”.
Es
cierto que es el hombre de mala voluntad, falto de humildad y juzgador temerario
―porque, o se es juez justo, o se es juez malo― no acepta la justicia cuando se
vuelve contra sí mismo y sus mezquinos intereses. En cambio aquel que es
verdadero cristiano; no sólo acepta, sino que pide ser ajusticiado; tal como
dice el Salmista:
Salmos
141, 5: “Que el justo me hiera con bondad y me
reprenda; será aceite sobre la cabeza; no lo rechace mi cabeza, pues todavía mi
oración es contra las obras impías”.
Pero
para el pecador, que se hace un dios a su medida y no quiere oír; sufrirá las
mismas palabras de Jesucristo cuando, persiguiendo al que bien juzga, intenta
juzgarlo a Él mismo, al Juez justo. Porque todo juicio verdadero que se intenta
abolir o aniquilar; no atenta contra el hombre; sino contra Dios; Jesucristo,
la Verdad.
¡Qué
tarde será cuando comprenda! De los que son como dice el Proverbio:
Proverbios
28, 5: “Los hombres malvados no entienden de
justicia, mas los que buscan al Señor lo entienden todo”.
Dios
nos dio buen juicio para juzgar las cosas buenas como buenas, y las malas como
malas. ¡Y Ay del que juzgue subversivamente! ¡Ay del que lavándose las manos,
como Poncio Pilatos, no juzgare justamente o prohibiera el juicio justo,
utilizando y, por cambiar el sentido, profanando las Palabras Eternas de
Nuestro Señor Jesucristo! Porque si Dios dijo “No Juzguéis” (Mt. 7, 1 y Lc. 6,
37) lo dijo en el sentido que siempre supo resguardar y mantener la Santa
Iglesia Católica con todos sus verdaderos discípulos: Aquellos que siempre
obedecieron, obedecen y obedecerán el mandato de JUZGAR bien. Porque Cristo
preserva de un posible error el Mandamiento de Juzgar TODAS LAS COSAS, no por
el juez que se reconoce y es católico; sino por lo juzgado que no puede, a
veces, llegar a reconocerse plenamente... Por eso la Iglesia enseña que Jesús
prohíbe el juicio temerario; no el juicio, ni el juez. Porque juicioso y juez
justo es todo buen católico. Y por ello mismo, explican los Padres de la
Iglesia y demás exégetas:
San
Ambrosio: “Añade
el Señor que no debemos juzgar temerariamente, con el fin de que conociendo tu
propio delito, no te atrevas a dar tu parecer sobre otro. Por lo que dice: ‘No
juzguéis’”.
San
Jerónimo: “Jesucristo
no mandó no juzgar; sino que mandó juzgar bien. Mas, si prohíbe juzgar, ¿cómo
San Pablo juzga al incestuoso de Corinto (1 Cor 5), y San Pedro acusa de
mentira a Ananías y Sáfira (Hch. 4)?”.
San
Juan Crisóstomo:
“Por eso no dijo: ‘No dejes descansar el pecado’, sino más bien: ‘No juzgaréis’,
esto es, no seas amargo juez. Corrige, sí, pero no como enemigo que busca la
venganza, sino como médico que brinda la medicina”.
Por
eso mismo, porque es Jesucristo quien nos lo ordena: ¡Juzgad, Juzgad y Juzgad!
Escuchadlo, Oh cristianos fieles, ustedes que juzgarán hasta a los mismos
ángeles, de su propia Boca Sagrada:
Proverbios
31, 9: “Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende
los derechos del afligido y del necesitado”.
Génesis
31, 37: “Que juzguen...”.
Éxodo
18, 22: “Juzgad al pueblo en todo tiempo...”.
Deuteronomio
1,16: “Oigan los pleitos entre sus hermanos, y
juzguen justamente...”.
Deuteronomio
25, 1: “Cuando haya pleito entre algunos y acudan al
tribunal para que los juzguen, absolverán al justo y condenarán al culpable”.
Zacarías
7, 9: “Así ha dicho el Señor de los Ejércitos: ‘Juicio
verdadero juzguen, y misericordia y compasión practique cada uno con su hermano’”.
Zacarías
8, 16: “Díganse la verdad unos un otros, juzguen con
verdad y juicio de paz”.
Jeremías
21, 12: “Casa de David, así dijo el Señor: ‘Juzgad
de mañana juicio, y librad al oprimido de mano del opresor; para que mi ira no
salga como fuego...’”.
Isaías
5, 3: “...Juzguen entre Mí y Mi viña”.
1
Corintios 10, 15: “Os hablo como a sabios; juzgad
vosotros lo que digo”.
1
Corintios 11, 13: “Juzgad vosotros mismos: ¿es
propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?”.
1
Corintios 14, 29: “...Los demás juzguen”.
Hechos
4, 19: “Ustedes mismos juzguen si es justo delante
de Dios obedecer al hombre antes que obedecer a Dios”.
Juan
7, 24: “No juzguéis según las apariencias, sino
juzgad con juicio justo”.
1
Corintios 6, 3: “¿No sabéis que hemos de juzgar a
los ángeles? ¡Cuánto más hemos de juzgar asuntos de esta vida!”.
Publicado
originalmente en La Puerta Angosta
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