Plinio Corrêa de
Oliveira
Reunión del 22 marzo
1966
Reseña biográfica:
Santo Toribio de Mogrovejo, su fiesta se conmemora en Perú el 27 de abril |
“Santo Toribio nació en 1538, en
Mayorga, España, de una noble familia. Desde la infancia reveló gusto por la
virtud y un extremo horror al pecado, al lado de una gran devoción a la
Santísima Virgen. Cada día recitaba su Oficio y el Rosario, y los sábados
ayunaba en su honor.
“Con inclinación para los
estudios, los hizo en Valladolid y Salamanca. Felipe II pudo conocerlo, y notándole
las cualidades, lo nombró primer Magistrado de Granada y Presidente del
Tribunal de la Inquisición de esa ciudad, cargo que ejerció de forma
excepcional durante cinco años. Habiendo vacado la sede episcopal de Lima, en
el Perú, el soberano lo llamó para el cargo a pesar de sus vehementes
protestas. Fue ordenado sacerdote y obispo y asumió su puesto a los 43 años de
edad.
“Su diócesis era inmensa y las
costumbres de los españoles y otros conquistadores, incluso del clero, dejaban
mucho que desear.
“Los salvajes, a su vez, estaban
abandonados o eran perseguidos. Santo Toribio no se dejó desanimar. Resolvió
aplicar las decisiones del Concilio de Trento para reformar la región.
“Dotado de excepcional prudencia y
celo activo y vigoroso, comenzó por la reforma del clero, tornándose inflexible
con cualquier escándalo que de allí viniese. Se tornó el azote de los pecadores
públicos y el protector de los oprimidos. Fue duramente perseguido por ello.
“Como algunos cristianos diesen a
la ley de Dios una interpretación que favorecía las inclinaciones desarregladas
de la naturaleza, les mostró que Cristo era la Verdad y no una costumbre, y que
en su Tribunal todos nuestros actos serían pesados, no por la falsa balanza del
mundo, mas por la balanza del Santuario”.
“Consiguió nuestro santo lo que
quería, y se volvió a la práctica de las máximas evangélicas con enorme fervor,
principalmente con la llegada del virtuoso Virrey Don Francisco de Toledo.
“Infatigable por la salvación de
la menor de las almas de su rebaño, no ahorraba ningún trabajo. Protegió a los
indios, llegando a aprender, en edad avanzada, varios de sus dialectos para
poder enseñarles el catecismo. Toda esa actividad era iluminada por intensa
piedad: Misa, larga meditación diaria, largas horas de oración y severas
penitencias. Su oración era continua, pues la gloria de Dios era el fin de
todas sus palabras y acciones.
“Santo Toribio cayó enfermo en
Zaña, ciudad distante de Lima. Previó su muerte, y distribuyó sus bienes a sus
criados y a los pobres. Repitiendo sin cesar las palabras de San Pablo, “Deseo
ser libertado de los lazos de mi cuerpo para unirme a Cristo”, murió diciendo
con el Profeta: “Señor, en tus manos entrego mi espíritu”. Era el 23 de marzo
de 1606 cuando expiró el gran apóstol del Perú”.
Comentario del Prof. Plinio:
"Milagro de Santo Toribio", del pintor italiano Sebastiano Conca |
Es una tan bonita biografía que
casi no provoca comentarla.
En todo caso, vamos a considerar
algunos aspectos. El primero de ellos, naturalmente, es la excepcional devoción
de Santo Toribio a la Santísima Virgen. Todos nosotros sabemos bien que sin devoción
a Ella no hay santidad y que la santidad está, de algún modo, en la medida de
la devoción a Nuestra Señora.
Pero después, pasemos un poco para
la consideración de cosas del tiempo.
Este hombre tan piadoso es
“notado” por el rey Felipe II; y tan pronto el rey lo nota, lo convoca para el
poder judicial.
Imaginen ustedes que alguien les
contase una cosa así: “El presidente X, de tal país, estuvo en tal lugar, y oyó
hablar de un hombre muy religioso, que ayunaba, que todos los sábados hacía tal
penitencia así, rezaba el Oficio Parvo [de la Santísima Virgen]. Cuando el
presidente oyó hablar de él, exclamó: «¡Oh, aquí está el magistrado que busco!».
¿Ustedes lo creerían?
Si eso fuese publicado nadie lo
creería, porque todo el mundo sabe que ningún jefe de Estado contemporáneo
selecciona los hombres verdaderamente piadosos, verdaderamente religiosos.
Ahora, ¡maravilla de las
maravillas! Él [Felipe II] encontró un hombre piadoso, pero que no era para
nada blando, sentimental, de cuello torcido... El rey Felipe II, que era bien
lo contrario de ese sentimentalismo —cualidad que no le puede ser negada en
ningún caso—, viendo ese hombre tan bueno, lo llamó para el ramo especial de la
judicatura, que era la Inquisición “contra la perfidia de los herejes” que se
hacían pasar por católicos. Y he aquí entonces a nuestro hombre transformado en
perseguidor de los herejes. Y este hombre sale de las sombras, del santuario,
de las dulzuras de su piedad, para ser el azote de los herejes, y ejerce tan
bien su cargo que es nombrado después obispo del Perú.
Felipe II |
Ustedes están viendo cómo esto
significa, al fin de cuentas, toda una atmósfera, toda una época en que la
virtud era procurada, era galardonada, era considerada como un instrumento para
la buena marcha del gobierno de un reino. Y ustedes ven el acierto de Felipe II
mandando para el Perú a un hombre de estos.
Es decir, comprendiendo muy bien
toda la corrupción a que estaba sujeta una nación del imperio español, con la
permanencia de la élite en España, o en Portugal, y la venida de la “borra”
para América del Sur. Entonces, su preocupación fue tomar un hombre eminente de
esos para implantar el reino de Cristo en el Perú; para consolidar los
fundamentos del reino de Cristo en el Perú. Ustedes, entonces, pueden percibir
mejor cómo había verdadero celo de parte de Felipe II en la propagación de la
fe.
Hay por ahí unos agitadores que
dicen que España y Portugal, cuando hicieron el descubrimiento, sólo se
interesaban por dinero. ¿Qué ganaba en términos monetarios Felipe II en
implantar, en mandar a un hombre de ese valor para el Perú, para hacer reformas
de carácter espiritual? ¡Nada!
Ese hombre comienza a actuar, ese
hombre se transforma allí en el azote del mal, porque él es un santo auténtico,
que sabe azotar. Él se transforma en el azote de los malos sacerdotes, reforma
el clero, etc., pero su acción es prestigiada por otro hombre de altas
virtudes, que Felipe II manda para el cargo de Virrey del Perú y que es Don
Francisco de Toledo.
Ustedes están viendo un rey al que
Santa Teresa llamaba “nuestro gran Rey”, “nuestro santo Rey Felipe”. Están
viendo un santo obispo Inquisidor, un santo Virrey. ¿Quién es que oye hablar de
cosas de esas en los días de hoy?
¡Cómo hemos bajado! ¡Cómo caímos!
¡Cómo hemos llegado a un estado de cosas tan tremendo, que nuestra tentación es
hasta de considerarlo natural! A veces se habla [en el Brasil] de ciertos
campesinos degradados que viven en el litoral marítimo, que son tan decadentes
que hasta encuentran natural la vida que llevan. Nosotros, los hombres del
siglo XX, espiritualmente somos así. Estamos en una tal decadencia, que nos
parece natural que haya ciertos entes de pesadilla por ahí, gobernando,
mandando, hablando, dirigiendo, etc. No comprendemos el fondo del abismo en que
estamos, porque lo normal es eso: normal es que un obispo sea un Santo Toribio
de Mogrovejo, y no que sea (...) ¡Eso es lo normal! Normal es que el poder
político esté entregado a un rey o a un virrey virtuoso; no a ciertos hombres
que nosotros vemos por ahí.
Pero nosotros hasta ya perdimos la
noción de normalidad: los padrones de normalidad se arruinaron.
Entonces, ¿qué debemos pedirle en
su fiesta a Santo Toribio de Mogrovejo?
Debemos pedirle que nos obtenga la
gracia de luchar activamente para que cese este estado de impiedad en que la
normalidad parece un cuento de hadas; parece un cuento chino, y es ese horror
que se ve por ahí lo que parece “normalidad”.
Es la derrota del “orden”
revolucionario de cosas y el triunfo de la Contra-Revolución, lo que debemos
pedir a ese Santo inquisidor, que habría luchado por la Contra-Revolución, y
que tanto luchó como inquisidor por la Contra-Revolución. De lo alto de los
cielos, ciertamente, él oirá con benignidad y con alegría nuestra súplica.
Fuente: PlinioCorreadeOliveria.info
Fuente: PlinioCorreadeOliveria.info
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