lunes, 8 de diciembre de 2014

La Inmaculada Concepción – II, 8 de diciembre

Cómo su pureza genera la intransigencia y la combatividad

Plinio Corrêa de Oliveira

Nuestra Señora fue concebida sin pecado original. Ella tuvo una pureza perfecta, sin malas inclinaciones. Por lo tanto, ella tuvo una gran facilidad para corresponder enteramente a la gracia de Dios en todo momento. La grandeza natural y sobrenatural se fusionaban en su alma en una profunda y extraordinaria armonía. Por encima de todas las demás criaturas, ella tuvo el más alto noción de la santidad de Dios y de su correspondiente gloria. Ella conocía y conoce cómo todos los seres creados deben glorificar a Dios.
Como consecuencia, ella también tenía un profundo horror de lo que es opuesto al bien, de lo que es malo. Ella tenía una gran intransigencia contra esos males, un completo rechazo a sus formas más mínimas y una fuerte combatividad en contra de ellos. Es por eso que la Sagrada Escritura se refiere a Nuestra Señora como “terribilis ut castrorum acies ordinata”, un terrible ejército en orden de batalla. La Iglesia también dice que ella sola venció todas las herejías. Para celebrar este hecho, en las estatuas de la Inmaculada Concepción, la Virgen aparece aplastando la cabeza de la serpiente.
La fiesta de la Inmaculada Concepción es, por tanto, en muchos sentidos, la conmemoración de su pureza, su intransigencia y combatividad.
Veamos más de cerca lo que es la intransigencia. Cuando una persona tiene una muy clara noción de lo que es bueno y una comprensión de las más altas expresiones del bien, esa persona sabe que lo opuesto es malo. No es un conocimiento teórico, como el de un científico que analiza un espécimen en un laboratorio, sino un conocimiento que viene de la mano con un gran amor por el bien. La persona reconoce naturalmente lo que es opuesto a ese bien, que es el mal, y odia el mal con una intensidad  proporcionada a la magnitud de su amor por el bien.
Dado que ama los más altos ideales que representa el bien, no puede tolerar lo puesto al bien, porque ve claramente el mal existe en ello. Rechaza el mal no solo en su conjunto, sino en cada una de sus partes. Rechaza el mal no sólo cuando es muy intenso, sino cuando apenas aparece. En esto consiste la intolerancia y la intransigencia.
El espíritu humano está constituido de tal manera que cuando un hombre odia el mal, él aumenta y perfecciona su amor por el bien. En cierto modo, la presencia de algo que él rechaza refuerza su convicción y su amor por el bien. La psicología humana está tan establecida que tal contraste hace que la persona sea más consciente de cómo el bien es bueno. Por ejemplo, nosotros amamos más nuestra vocación contrarrevolucionaria cuando podemos ver concretamente cómo los revolucionarios la odian. Al ver esto, recibimos una confirmación de que estamos tomando la posición correcta.
¿Qué es la combatividad? La combatividad es una consecuencia de la intransigencia. Es tomar una decisión deliberada para destruir el mal que se opone a la gloria de Dios. Es una deliberación tranquila seguida de la utilización de todos los medios que uno tiene a su disposición para lograr ese objetivo. No es una resolución pasajera para luchar durante un solo episodio cuando el mal está atacando al bien, sino que es una determinación permanente aplicada a todos los aspectos del mal y a través de toda la vida de una persona. La persona no descansa hasta que el mal sea destruido.
La verdadera combatividad no descansa hasta que el mal sea reducido a cenizas. En Portugal había una expresión con respecto a la maldad que se aplicaba de diferentes maneras en la antigua Ley portuguesa: El mal debe ser reducido a cenizas por el fuego. Si un hombre cometía un crimen terrible, recibía la sentencia de castigo capital: su cuerpo era quemado y sus cenizas dispersadas en el aire o en el agua. Esa era una aplicación de aquel axioma.
Aquí no estoy abogando a que este castigo sea aplicado a tal o cual persona en tal o cual Estado en la actualidad. Lo estoy tomando como un principio general para ser aplicado a la lucha de las ideas e instituciones. Un hombre malo puede ser muerto, y él desaparece. Pero, ¿quién puede matar una mala idea o destruir una conspiración revolucionaria que se empeña en impedir que Dios reciba la gloria que Él se merece y que la Santa Madre Iglesia realice su misión sobre la tierra? Para esta lucha necesitamos una verdadera combatividad que reduzca la Revolución y a sus cohortes a las cenizas por el fuego. Este tipo de intransigencia y combatividad eran dos atributos de Nuestra Señora que son consecuencias del privilegio de su Inmaculada Concepción.
¿Qué debemos pedirle a la Virgen en este día de fiesta? Debemos pedirle un gran amor a Dios y una alta comprensión de su gloria, que como consecuencia natural nos dará una gran intransigencia y combatividad.

Recuerdo que Santa Teresa de Lisieux se lamentaba de que no podía ser un guerrero y luchar con una espada contra los enemigos de Dios. Esta es el alma de un santo. Ella deseaba luchar por Dios en todos los lugares y en todos los tiempos. Así es como debemos ser. Pidámosle a Nuestra Señora la pureza y combatividad propia a la santidad para que podamos ser sus verdaderos hijos e hijas.

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