El padre Dupanloup y un acuerdo inesperado
El ministro de educación pública, el conde de Falloux dio
toda la medida de su valor como político. Hombres como Tocqueville,
completamente indiferente a su orientación ideológica, o Émile Oliver, que de
él no gustaba, tuvieron la más profunda impresión de su habilidad. El primero
afirmó: “Quien no lo vio al Sr. de Falloux discutir en una mesa, no sabe lo que
es el poder de un hombre”. El segundo: “Falloux es de los políticos que, por
ciertos lados, me dieron la idea menos imperfecta de un hombre de Estado”.
Toda esa capacidad fue aplicada para
liquidar al partido católico y substituirlo por el catolicismo liberal.
El partido católico era antiliberal por
convicción y por haber tenido origen y desenvolvimiento en medio de luchas. Si continuase
existiendo, no sería posible la propaganda del liberalismo en los medios
católicos; por eso, aquellos que desean acomodarse con el mundo tenían
necesariamente que deshacer la impresión que el catolicismo declarado y
corajoso del partido causara al público.
Montalembert,
jefe incontestable de los católicos, era un tropiezo que era preciso ser
apartado. Le ofrecieron la embajada de Londres, pero Lord Palmerston, primer ministro
de Inglaterra, rechazó el agréement.
El conde de Falloux, el padre Dupanloup y
varios otros iniciaron entonces la involucración del gran líder, sustentando
que el peligro socialista hacía que fuese necesario un acuerdo con la
Universidad en la cuestión de la enseñanza.
Muchos años después, el conde de Falloux
publicó un folleto sobre la historia del partido católico, y en él dio las
razones que lo llevaron a ese acuerdo. Entre otras, apunta la siguiente: “Para salvar una nación, no es suficiente que
la educación de las familias de elite sea irreprensible desde el punto de vista
religioso; es necesario también que, en todo lo que es legítimo, la educación
se ponga de acuerdo con el medio social que espera el hombre al salir de la
juventud. Evitemos que se tenga que avergonzar de sus maestros, que sea tentada
a imputarle su inferioridad en el fórum, en el ejército o en cualquier otra
carrera. Educar a los jóvenes en el siglo XIX como si, al dejar la escuela,
debiesen ingresar en la sociedad de Gregorio VII o de San Luis, sería tan
pueril como educar a nuestros jóvenes oficiales en Saint Cyr en el manejo del
ariete o de la catapulta, escondiéndoles el uso de la pólvora y del cañón”.
Este extracto deja claro ver que el conde
de Falloux no deseaba el aparecimiento de verdaderas universidades católicas,
en lo que chocaba con uno de los puntos fundamentales del programa del partido
liderado por Montalembert. Además, luego después de nominado ministro, designó
una comisión para preparar la ley sobre la libertad de enseñanza, y el criterio
con que la constituyó revela bien el camino que deseaba seguir. Dicha comisión
se componía de veinticuatro miembros, y era presidida por Thiers en la ausencia
del ministro. Por parte de la Universidad fueron escogidos Victor Cousin, Saint Marc Girardin
y otros; por los católicos, Montalembert, el padre Dupanloup, el padre Sibour,
el vizconde de Melun, Agustin Cochin y algunos más; y para contrabalancear sus
tendencias, políticos como Thiers, EugèneJanvier, etc.
De todos los católicos llamados a
participar de los debates, sólo Montalembert era de los jefes del partido
católico. Louis Veuillot
fue dejado de lado por “intransigente”; Mons. Parisis,
obispo de Langres y líder eclesiástico del partido, no fue convidado para no
entrabar la acción del padre Dupanloup; Lenormant, demitido de la Universidad
por causa de su fidelidad al partido católico, ni siquiera mereció que le
explicasen porqué prescindían de su participación.
En las reuniones de la comisión, desde
luego Thiers dominó completamente la situación. En un cambio espectacular de orientación,
propuso que se entregara toda la enseñanza primaria a los católicos, y que se
extinguiesen las escuelas normales, viveros de maestros socialistas. Por la
primera y última vez, Montalembert habló en nombre de los católicos en la comisión,
para… oponerse al proyecto de Thiers y pedir la libertad de enseñanza.
Al discutirse la organización de la
enseñanza secundaria, Victor Cousin recordó a Thiers que todos los argumentos
que éste usara contra el monopolio de enseñanza primaria eran también válidos
para la enseñanza secundaria. Y Thiers respondió: “Entonces la sacrificaremos también; es preciso sacrificar todo para la salvación
de la sociedad”. Montalembert no tuvo el coraje de intervenir nuevamente, y
dejó la palabra al padre Dupanloup, ¡que propuso un acuerdo con la Universidad
en ese momento en que parecía completamente derrotada por los católicos!
Durante su exposición Thiers se levantó y, con gestos e inclinaciones de
cabeza, pasó a apoyar al orador. Cuando el padre Dupanloup terminó, todas las
miradas se volvieron hacia Montalembert. Obligado a pronunciarse, apenas dijo: “No tengo nada que acrecentar a las palabras
del padre Dupanloup”. Estaba liquidado el gran líder católico. No habló más
durante las sesiones, y el padre Dupanloup tomó el bastón de mando, resolviendo
por los católicos el acuerdo con la Universidad.
Inicialmente fue elaborado el proyecto de
ley. La dirección moral de enseñanza primaria sería confiada al clero. La secundaria
era proclamada libre, y reducida al beneplácito de la Universidad, que pasaría solamente
a fiscalizarla. Los ministros de los diferentes cultos serían los encargados de
la dirección moral y de la enseñanza religiosa en las escuelas secundarias. En cuanto
a la Universidad, ella perdía el control de la enseñanza. En su Consejo
Superior, al lado de los profesores entrarían los magistrados, consejeros de
Estado, miembros del Instituto y tres obispos indicados por el episcopado.
Tal proyecto era profundamente contrario a
la orientación del partido católico. Principalmente porque, en lugar de la
libertad de fundar universidades propias, era dado a la Iglesia un lugar bien
modesto en el Consejo Superior de la Universidad, en cuanto a esta aún le era
conservada la importantísima atribución de fiscalizar los establecimientos
secundarios libres. Por otro lado, si el proyecto contenía alguna cosa de bueno,
es de extrañar que los católicos hayan tenido la iniciativa de proponer tan
poco en favor de gravísimos intereses de la Iglesia.
En todo caso, Montalembert perdió el
liderazgo del movimiento católico. El conde de Falloux y el padre Dupanloup
serían los nuevos jefes, si los católicos apoyasen el proyecto, y con eso el
catolicismo liberal conseguiría la victoria en Francia.
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