sábado, 16 de agosto de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 12

LAMARTINE, MENTOR DE LA II REPÚBLICA

En todos los tiempos, la Iglesia tuvo que luchar contra la tendencia de ciertos católicos de adaptar su doctrina y sus principios a las ideas dominantes en la época. Esa tentación es constante, y es causa de casi todas las herejías y desvíos doctrinarios que ya aparecieron. En Francia, durante la Revolución, surgió la Iglesia Constitucional; en la Restauración, el galicanismo volvió a causar preocupaciones a la Santa Sede; en el reinado de Luis Felipe estuvo de moda el romanticismo y el culto al “hombre de bien” en el católico. Con la república liberal de 1848 se consolidó el liberalismo católico, que tiene como una de sus principales consecuencias la disolución de las verdades y la adhesión de los fieles a toda novedad que esté de moda.
Desde 1848 en adelante la división entre los católicos franceses se tornó nítida: de un lado los ultramontanos, del otro los católicos liberales. Entre ambos, toda una legión de indefinidos (centristas), quienes, ora favorecían el error ora lo combatían, pero impidiendo siempre que el catolicismo liberal fuese completamente desenmascarado. Para tener una visión clara de los hechos, es necesario recordar lo que ocurrió en el campo político y cómo se constituyó la 2ª república, pues en el siglo XIX hay una exacta correspondencia entre el católico liberal dentro de la Iglesia con el republicano moderado en la política.
La república proclamada el 10 de agosto de 1792 fue impuesta por los revolucionarios, para que el pueblo se fuese acostumbrando poco a poco con su tiranía. Es claro que ella no podría sobrevivir. Incluso para que se mantuviera durante algunos años fue necesario recurrir al Terror, a tal punto que fue un régimen contrario a los deseos del pueblo francés. Hecha la experiencia, ella desapareció mansamente para que Napoleón, con el prestigio de la gloria militar y bajo las apariencias de un imperio, consolidase los errores de la Revolución francesa y le preparase el terreno para el triunfo futuro.
En 1815 se produjo la Restauración. Si bien Luis XVIII y Carlos X tuvieron “todo restablecido pero nada restaurado”, como dijo Joseph de Maistre, la simple presencia de un Bourbon en el trono atrasó considerablemente el desenvolvimiento de las ideas revolucionarias.
La república era el ideal político de los partidarios de la Revolución francesa, si bien no lo proclamaban abiertamente. En su gran mayoría los políticos franceses del siglo XIX eran republicanos, pero dejaron la propaganda ostensiva a cargo de un pequeño grupo, que constituía el partido republicano. Durante la Restauración, la posibilidad de proclamar la república era tan lejana que sus adeptos, no pudiendo triunfar por sí mismos, se aliaron a los remanentes del bonapartismo. Por medio de las logias masónicas como los carbonarios en Italia, los descamisados en España, etc. se lanzaron a las actividades subterráneas. Vivían ellos en complots y asesinatos, formando una verdadera tropa de choque para las grandes logias masónicas, que aparentemente apoyaban a los reyes legítimos.
La caída de Carlos X abrió nuevas posibilidades. Aún no había ambiente para la instauración de la república, pero estaba a la disposición de los republicanos un príncipe “dedicado a la causa de la Revolución”, hijo de un regicida, y que tenía la gran ventaja de pertenecer a la familia real. Sería una transacción óptima entre la monarquía y la república, además de dar al pueblo la impresión de que se podía constituir una monarquía sin reyes legítimos. Esa es la razón por la cual vemos a La Fayette, presidente de los comités republicanos y jefe carbonario, preferir a Luis Felipe antes que la república, cuando victoriosa la revolución de 1830.
En los primeros tiempos del reinado de Luis Felipe, la mayoría de los miembros del partido republicano no comprendieron el retroceso estratégico de sus jefes y redoblaron la violencia. A partir de 1840, entre tanto, mudaron completamente de actitud. Rompieron con los bonapartistas, de quienes pensaban no necesitar más, renunciaron a las actividades ilegales y procuraron moderar sus ideas, de modo de tornarlas simpáticas. Repudiaron los excesos revolucionarios de 1792. Pasaron a buscar en el Evangelio modelos de lenguaje, y ejemplos de vida social en los primeros siglos de la Iglesia. Querían atraer de ese modo a los católicos de “corazón tierno”.
Fue ese nuevo partido republicano el que hizo la revolución de 1848. Ella vino en un momento de confusión general de las ideas. En menos de cincuenta años Francia había sido república, imperio, monarquía legítima y monarquía ilegítima. Republicanos como La Fayette defendieron la monarquía. Monárquicos como Thiers pronunciaron discursos republicanos. Cuando nada hacía prever la república, una revolución casi sin sangre la proclamó.
Uno de los primeros promotores de la 2ª República fue Lamartine. Legitimista y católico ultramontano durante la Restauración, favorable a Luis Felipe y vagamente deísta después de 1830, era esencialmente un hombre sin ideas definidas. En uno de los banquetes que precedieron la revolución del 48, Ledru-Rollin, jefe de los republicanos, citó a Lamartine como una de las celebridades democráticas. Éste le respondió en los siguientes términos, en un artículo de periódico:
“El discurso de Ledru-Rollin es de los más elocuentes y más bien pensados que él haya pronunciado. El comunismo de Ledru-Rollin es más o menos el nuestro, esto es, un inteligente amor al pueblo, una viva pena por el sufrimiento de las masas, un resentimiento serio por las injusticias de que ellas son víctimas bajo una legislación en que no tienen voto ni representación, deseando, finalmente, la organización de instituciones verdaderamente fraternas: descendiendo de lo alto para la parte baja de la sociedad y sirviéndose de etapas para elevar por la enseñanza, por el salario, por la asistencia universal del Estado el nivel del trabajador al nivel del propietario y del ciudadano. Este es el comunismo verdadero y saludable que no mata la propiedad, pero que la fortifica multiplicándola”.
Era natural que, no deseando presentarse a la cabeza de la nueva república, el partido republicano fuese a procurar en Lamartine al jefe que necesitaba. Sin principios definidos, gran nombre de la literatura y repleto de vanidad, él sería en sus manos el juguete ideal. Lamartine se prestó a eso y la 2ª república fue proclamada.
La confusión fue completa. Nadie más se entendía. Todo el mundo era republicano, pero no todos entendían la república del mismo modo. Fue en ese ambiente que Francia por primera vez aplicó el sufragio universal, y que los católicos, desorientados, precisaron sus posiciones definitivamente.


Vea los anteriores capítulos de esta publicación aquí: Católicos franceses del siglo XIX

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