LA IGLESIA EN LA II REPÚBLICA
La campaña contra los jesuitas, que el
gobierno de Luis Felipe provocó con el fin de desarticular el partido católico,
tuvo pleno éxito. Además de la victoria obtenida con la disolución de la
Compañía en Francia, el gobierno consiguió mostrar que las divergencias entre
los católicos eran más graves de lo que se podría imaginar. Las dos tendencias
en pro y en contra de los jesuitas revelaron, aunque no de manera perfectamente
explícita, una diferencia profunda de principios y de mentalidad, que sólo
podría acentuarse siempre más. Esta división se tornó más clara con la
insurrección de 1848.
Bajo Luis Felipe —esto es, durante la llamada “Monarquía de julio”— el derecho de voto era ejercido exclusivamente por
los ciudadanos que pagaban un cierto mínimo de impuestos. Con el pretexto de
extender ese derecho a las “capacidades”, o sea, a los portadores de diplomas
universitarios, un ala del partido situacionista inició una oposición sui
generis en pro de una reforma electoral, realizando una serie de banquetes
donde los discursos inflamados a favor de la libertad y contra la tiranía eran
pronunciados por los grandes oradores de la época. Esa campaña demagógica era
apoyada entusiásticamente por todos los revolucionarios, que veían en ella no
un mero movimiento “doctrinario”, como imaginaban algunos orleanistas, sino
como una agitación que contribuía poderosamente para el progreso de la
revolución.
De toda esa agitación nació el movimiento
de 1848. Victorioso en pocos días, en vez de impulsar una simple reforma
electoral, determinó la caída de Luis Felipe y la proclamación de la república,
con el dominio completo de la situación por los revolucionarios.
La Segunda República fue una sorpresa
hasta para los propios republicanos. Recibida con pavor por el pueblo, que
preveía la repetición de las escenas de terror de la Revolución francesa, sus
líderes procuraron consolidar la situación con un régimen de blandura,
especialmente con respecto a la Iglesia, tratada por ellos con tal reverencia y
sumisión, que el nuncio apostólico, monseñor Fornari, respondió a la notificación
del gobierno sobre la proclamación de la república en los siguientes términos: “No
resisto a la necesidad de expresaros la viva y profunda satisfacción que me
inspira el respeto a la religión, demostrado por el pueblo de París durante los
últimos acontecimientos. Estoy convencido de que el corazón paterno de Pío IX
quedará profundamente tocado, y que el Padre común de los fieles pedirá con
todo el corazón la bendición de Dios sobre Francia”.
La confusión fue enorme entre los católicos.
Algunos, como Veuillot y Montalembert, procuraron salvar de los escombros del
pasado lo que fuese posible. Otros, como Lacordaire y Ozanam, juzgaron que había
llegado el momento de resucitar las doctrinas de L’Avenir. De ahí el inicio de la división del partido católico, que
se delineó claramente ya en el propio día de la caída de la monarquía.
En la tarde de la proclamación de la
república, en la redacción de L’Univers
Louis Veuillot comentó con sus colaboradores los últimos acontecimientos. De repente
entró Montalembert, diciendo: “No existen más Pares de Francia, yo ya no soy
más nada. Vengo a trabajar con ustedes”. Veuillot, como si nada hubiese habido
entre ellos, lo recibió efusivamente. La reconciliación estaba hecha, y luego
los dos líderes católicos pasaron a conversar sobre la causa común y a hacer
planes para el futuro.
La necesidad de reforzar la posición de L’Univers llevó a Veuillot a concordar
con Montalembert sobre la admisión de Lacordaire como redactor jefe. Éste, sin
embargo, se mostró intransigente, declarando a Montalembert: “Tu obra se acabó.
Tu campaña de sonderbund [alianza
especial], tu pasión por los jesuitas, tus combinaciones con los retrógrados te
condenan a desaparecer; ya no puedes ser una fuerza y serías una vergüenza. No quiero
emprender nada contigo”. Desolado, Montalembert regresó al L’Univers, donde Veuillot lo reanimó.
Pero Veuillot y Montalembert no sabían en
ese momento que Lacordaire y sus amigos pretendían fundar un nuevo periódico católico
dedicado enteramente a la república y a sus ideas. Por otro lado, Taconet,
propietario de L’Univers, alarmado
con los acontecimientos políticos, intentó venderlo. Los interesados en la
compra eran exactamente el grupo católico que deseaba una mayor aproximación con
la república. Todavía Veuillot y Montalembert consiguieron evitar la venta y el
L’Univers sufrió una saludable
reforma, habiendo Veuillot quedado solo en la jefatura de su redacción.
El 14 de abril la situación se esclareció.
Apareció el primer número del Ère Nouvelle. Tenía por director al padre Maret, por redactor jefe a Federico
Ozanam, por protector a Mons. Affre, y como principal colaborador a Lacordaire.
La orientación del nuevo periódico quedó patente luego en el primer número. Era
el sucesor del L’Avenir. Sus artículos tendían a considerar la república
como doctrina política y religiosa que se imponía a todo verdadero cristiano y
como el instrumento más seguro para el progreso social, después del triunfo de
la religión.
Mons. Affre
aplaudió la aparición del periódico con una carta que terminaba de la siguiente
forma: “Estamos muy agradecidos con esa devoción que la fe sostiene y
esclarece, porque ve en las grandes revoluciones que mudan la faz del mundo la intención
omnipotente de Dios. Nunca, como vos mismo observasteis, fue ella más evidente
de que en el nuevo estado político de Francia. Tengamos, por lo tanto más
confianza en Dios de que en nosotros mismos. Encontraremos en ese sentimiento
el verdadero coraje, como encuentro en mi corazón el sincero y afectuosa devoción
con la que soy todo vuestro”.
Con tal estímulo,
y dado el éxito de los primeros números, todo hacía suponer que el Ère
Nouvelle acabaría por obligar al L’Univers a cerrar. Todos los católicos
de la antigua escuela de Lamennais veían en él la resurrección del L’Avenir,
y en la república que se inauguraba la forma ideal de gobierno.
Veuillot y Montalembert también habían adherido
a la república, pero era una adhesión reticente. Dos días después de la victoria
de la revolución, habiendo enviado el ministro provisorio de la Instrucción
Pública una carta al L’Univers, garantizándole
el funcionamiento, Veuillot protestó contra el lenguaje de ese documento,
declarando que si la república mantuviese el monopolio universitario los católicos
la combatirían. Fue la primera palabra de oposición que sonó a los oídos de la
Segunda República.
La división entre los católicos estaba en
marcha y aumentaría con el tiempo, hasta el momento en que Mons. Dupanloup,
refrenando los excesos de la Ère Nouvelle, consiguió la reunión de los católicos de tendencia revolucionaria, la
reparación definitiva entre Montalembert y Louis Veuillot y la creación del
tipo clásico del “católico liberal”, que tan nocivo ha venido siendo hasta el
día de hoy.
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de esta publicación aquí: Católicos franceses del siglo XIX.
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