jueves, 5 de junio de 2014

Para que Él reine - Cap. 2

CAPÍTULO II
REALEZA, NO “DE ESTE MUNDO”, SINO SOBRE ESTE MUNDO
LECCIÓN DEL EVANGELIO
En verdad no nos parece inútil consagrar un capítulo entero al estudio de las palabras de Nuestro Señor: “Mi reino no es de este mundo”. No porque la exacta determinación de su sentido parezca difícil. Una sola frase del cardenal Pie y hasta un elemental conocimiento del latín bastarían con creces para fijar lo esencial.
“Su reino, ciertamente, comenta el obispo de Poitiers, no es de este mundo, es decir, no proviene de este mundo: non est de hoc mundo, non est hoc mundo: y porque viene de arriba y no de abajo: regnum meum non est hinc, ninguna mano terrestre podrá arrancárselo”.
Dicho de otro modo, la fórmula “de este mundo” no significa en modo alguno que Jesús se niegue a reconocer el carácter de realeza social a su soberanía. La frase “de este mundo”, “de hoc mundo”, expresa aquí el origen y ningún latinista lo ha negado nunca[1].
Mi reino no es de este mundo; es decir, mi realeza no es una realeza según este mundo, no es mi reino como los reinos de la tierra, que están limitados, sujetos a mil contratiempos… Mi realeza es mucho más que esto. Mi reino no reconoce fronteras; no depende de un plebiscito ni del sufragio universal. La buena o la mala voluntad de los hombres no puede nada contra él.
Mi realeza no es una realeza que pasa. Mi trono no es un trono que tenga necesidad de soldados para conservarse, ni que una revolución pueda derrocar. Ningún exceso, ni las ideas nuevas, pueden turbar este reino de orden eterno.
No soy un rey de este mundo, porque los reyes de este mundo pueden engañar y ser engañados; se puede uno librar de ellos; se puede huir de su justicia… Nada de esto es posible a mi respecto. No soy un rey de este mundo, los jefes políticos de este mundo, pueden ser crueles, perversos, insensatos, tiránicos, altaneros, así como lejanos, inabordables. Por el contrario, Mi soberanía es el reino del Amor, el reino de Mi Sagrado Corazón; Mi gobierno es el de la Eterna Sabiduría; Mi reino es, en fin, el de una Misericordia siempre pronta a derramarse en torrentes de gracia.
Tal es el sentido de la fórmula evangélica.
Jesús trata aquí de lo relativo al origen y no se refiere a territorio ni a competencia. Nada que signifique que Su reino no sea o esté en este mundo o sobre este mundo. “De ningún modo resulta de estas palabras, ha podido escribir el P. Théotime de Saint-Just, que Jesucristo no deba reinar socialmente, es decir, imponer sus leyes a los soberanos y a las naciones”[2].
*          *          *
Si consideramos necesario insistir sobre este punto a pesar de estas explicaciones rápidas, pero suficientes, es porque conocemos por experiencia la tozudez liberal.
Prueba de ello es que no hay fiesta de Cristo-Rey en la que no se encuentre, en alguna hoja, una alusión a estas palabras de Nuestro Señor, mas siempre con un sentido restrictivo y como queriendo dar a entender que esta realeza es una realeza exclusivamente espiritual, realeza sobre las almas, y no realeza sobre los pueblos, las naciones, los gobiernos.
Dar un buen golpe, pues, no es suficiente. Es necesario “machacar” la posición, perseguir al error en sus menores escondrijos. Y ante todo demostrar que es imposible que la frase “mi reino no es de este mundo” pueda significar lo que los más quisieran ver en ella, ya que si esto fuese así, sería colocar el absurdo en el corazón mismo de uno de los más importantes capítulos de la teología, y hasta sembrar la contradicción en la Sagrada Escritura.
Puede decirse que con ello se pone en juego lo que podríamos llamar la coherencia del Espíritu Santo.
Si “mi reino no es de este mundo” significara que la realeza de Nuestro Señor no sobrepasa el orden de la vida interior de las almas, sería necesario admitir que aquella otra frase de Jesús “todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra” no es nada más que una amable jactancia. Sería preciso decir que otros muchos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento son fórmulas huecas y sin valor. Habría que decir, sobre todo, que la Iglesia no ha cesado, desde hace veinte siglos, de equivocarse en este punto.
EL DIOS-HOMBRE: REY DE REYES
Además de esto, volvamos a la sinopsis de los cuatro evangelios en el capítulo del interrogatorio de Pilato…
Una simple ojeada nos permite comprobar la unanimidad de los cuatro textos.
A la pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?” del gobernador, Cristo respondió inmediatamente con la afirmación: “Tú lo has dicho”.
Extremadamente breve en San Lucas, San Marcos y San Mateo, el relato es más largo en San Juan.
A una primera pregunta de Pilato: “¿Eres tú el rey de los judíos?”, nos informa que Jesús respondió primeramente: “¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?”, y Pilato exclama, como romano orgulloso que afecta ignorar las disputas intestinas de ese pueblo al que menospreciaba: “¿Soy yo acaso judío? Tú nación y los pontífices te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”.
Pilato con esta pregunta demuestra claramente que no piensa más que en un posible complot, en una simple agitación del tipo político más sórdido. Y es para tranquilizarlo por lo que Jesús responde entonces: “Mi reino no es de este mundo”. Y para dar de ello un argumento particularmente claro: “Si mi reino fuese de este mundo, mis gentes habrían combatido para que no cayese en manos de los judíos”…. “Nunc autem regnum meum non est hinc”… “Nun autem”… Dicho de otra manera, lo estás viendo ahora claramente, tras lo que acabo de decir y por el mismo hecho de que no haya habido motín, maquinación ni revueltas políticas… “Nunc autem”… Mi reino no es de los que se ven aquí abajo.
Pero la sorpresa de Pilato aumenta[3]. En su pobre cerebro de romano positivista y pragmático, no alcanza a comprender que en tales condiciones se pueda persistir en declararse rey. E insiste en la pregunta: “Ergo rex est tu…” “Ergo”, es decir: Luego, no obstante, a pesar de todo…, ¿tú eres rey…?, ¿tú te llamas rey?
Entonces Jesús, ante esta alma que se interesa y que busca, responderá yendo directamente a lo esencial con soberana dignidad: “Tú lo has dicho, yo soy rey. Ego in hoc natus sum et ad hoc veni in mundum, ut testimonium perhibeam veritate: Omnis qui est ex veritate, audit vocem meam. Dicit ei Pilatus: Quid est veritas? Et cum hoc dixisset, iterun exivit…”.
Tú lo has dicho, yo soy rey”. Jesús rehusa servirse de todo término. “He nacido para esto y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz”.
He nacido para esto”… ¡Ha nacido para esto!... Lo que Jesús reclama aquí ya no es tanto el derecho de soberanía divina de la segunda persona de la Santísima Trinidad; es más bien el derecho soberano que Daniel, en su visión, vio entregar a ese Hijo de hombre por el anciano misterioso.
Natus sum…” Para esto ha nacido. Y lejos de hallarnos en contradicción con el menor pasaje de la Escritura o de la enseñanza de la Iglesia, ésta es la enseñanza unánime de los Santos Padres, admirablemente condensada por los dos grandes doctores escolásticos. “Natus sum…”. En cuanto hombre, escribe San Buenaventura, el Salvador ha sido magnificado por encima de todos los reyes de la tierra a causa de la asunción de su humanidad en la unidad de una persona divina…”[4]. Y Santo Tomás de Aquino “El alma de Cristo es un alma de rey, la cual rige todos los seres, porque la unión hipostática la coloca por encima de toda criatura”.
REINO DE LA VERDAD
¿Pero qué significa, pues, “dar testimonio de la verdad”, sino restablecerla? ¿Acaso no se dice del testigo veraz, en un proceso, que por su declaración ha restablecido la verdad?
Jesús, pues, ha nacido para esto. Y su realeza consiste esencialmente en eso mismo: el restablecimiento de la Verdad. Restablecimiento tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural. Su realeza es, por esencia, la realeza de la Verdad… Realeza universal de una doctrina, de una enseñanza. Realeza universal de la doctrina católica. Realeza universal de la enseñanza de la Iglesia. Doctrina y enseñanza que tienen repercusiones sociales y políticas.
Todo esto está incluido en la explicación de Jesús a Pilato.
Mi reino no es de este mundo”. Y con ello Jesús se ha esforzado en tranquilizar al funcionario que tenía ante sí. Conoce el miedo que invadió a Herodes cuando los Magos vinieron a preguntarle dónde había nacido el “rey de los judíos”. Herodes dedujo que muy pronto daría al traste con su corona. Y ello porque Herodes pensaba que la realeza de este “rey de los judíos” no podía ser sino una realeza como la suya, una realeza “de este mundo”.
Crudelis Herodes, Cruel Herodes”, canta la Iglesia en la fiesta de la Epifanía, “¿por qué temes el advenimiento de un Dios Rey? No arrebata los tronos mortales Quien da el reino celestial”.
Un temor semejante al de Herodes es el que Jesús quiso ahorrar a Pilato. No pudo, sin embargo, ocultarse su realeza. Realeza no de este mundo, sino sobre este mundo, o sea sobre las naciones y los príncipes, por la sumisión a la Verdad que Jesús vino a restablecer. Realeza sobre las naciones y los príncipes por la sumisión de estos últimos a la doctrina de Su Iglesia.
REINO DE LA VERDAD, REINO DOCTRINAL
El orden, el único orden que existe, el verdadero orden, el orden bienhechor, el orden divino, es el reino de Jesucristo sobre los Estados y sobre los individuos. “Para esto —escribe monseñor Pie— vino al mundo. Debe reinar inspirando las leyes, santificando las costumbres, iluminando la enseñanza, dirigiendo los consejos, regulando tanto las acciones de los gobernantes como las de los gobernados. Donde Jesucristo no ejerce este reino hay desorden y decadencia”.
Y Pío XI, en Ubi arcano Dei enseña: “Cuando los Estados y los gobiernos consideren deber sagrado y solemne suyo el someterse en su vida política, interior o exterior, a las enseñanzas y mandatos de Jesucristo, entones y solamente entonces gozarán, en lo interior, de una paz provechosa… No puede existir paz alguna verdadera —esa paz de Cristo tan deseada— mientras todos los hombres no sigan fielmente las enseñanzas, los preceptos y ejemplos de Cristo, tanto en la vida pública como en la privada; de tal suerte que, una vez instituida así la sociedad humana, pueda la Iglesia, finalmente, cumpliendo su divina misión, defender frente a los individuos y frente a la sociedad todos y cada uno de los derechos de Dios. Tal es el sentido de Nuestra breve consigna: EL REINO DE CRISTO”.
Así es en verdad: Porque es esto lo que Jesús ha expresado ante Pilato. Precisamente para esto ha nacido, para establecer el reino de la Verdad.
Y todo el que está con la Verdad, como Él mismo añadió, escucha su Voz.
Como si dijéramos: quien ame la verdad, quien la busque realmente con generoso arrojo, con abandono de sí mismo, con una sumisión total del “sujeto” al “objeto”, quien “quiera la verdad con violencia”, como decía Psichari, escucha la voz de Jesucristo o no tarda en oírla.
EL ENEMIGO IRREDUCTIBLE: EL LIBERALISMO
Por tanto, es harto evidente que en las perspectivas de este reino doctrinal, de este reino de verdad, de este reino de la enseñanza de la Iglesia, el grande, el irreductible enemigo, es el liberalismo, puesto que es un error que ataca la noción misma de la verdad y en cierta manera la disuelve…
¿Qué es la verdad para un liberal? “Quid est Veritas?”. Se ve que la misma fórmula de Pilato surge espontáneamente en los labios desde que se evoca al liberal.
Y con el conocido orgullo de la ignorancia que se toma por certidumbre, Pilato no espera siquiera la respuesta de Jesús.
Dicit et Pilatus: Quid est veritas? Et cum hoc dixisset iterum exivit ad Judaeos”. Y Pilato exclama: ¿Qué es la verdad? Y, diciendo esto, salió de nuevo a los judíos…”.
Jesús desde entonces guardará silencio. La verdad, en efecto, no se manifiesta a los que, por principio, rehúsan creer incluso en su posibilidad. Exige ese mínimum de humildad que debiera implicar la conciencia de la ignorancia.
Y así, cuando más tarde Pilato vuelve hacia Jesús, San Juan nos dice que no le será dada ninguna respuesta.
*          *          *
Quid es veritas?...”. Desde hace veinte siglos la fórmula no ha cambiado.
Quid es veritas?...”. Lo que significa: ¡Todavía otro que cree en ella! ¡Otro iluminado, otro pobre loco!
Un pobre loco. En efecto, Herodes arrojará sobre Jesús la túnica blanca de los locos. Y así se sellará la reconciliación de Herodes y Pilato… En eso coinciden ambos… ambos son liberales.
Herodes representa el liberalismo crapuloso del libertinaje; Pilato el liberalismo de la gente correcta, amiga de “lavarse las manos”, respetar las formas. Pilato es el liberalismo de la gente tenida por honorable. Pilato es el cristiano liberal que, en el fondo, trata de salvar a Jesús, pero que empieza por hacerle flagelar, para enviarlo luego a la muerte, ante el creciente tumulto que tanto su demagogia como su falta de carácter fueron incapaces de contener.
De hecho, hasta el fin de los tiempos, Jesús continúa siendo torturado, ridiculizado, enviado a la muerte, de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato.
Quid es veritas?...”. ¡Otro iluminado! ¡Otro de esos maniáticos que acuden a la “tesis”, a la doctrina, en los momentos más inoportunos!
“Y, diciendo esto, salió de nuevo a los judíos. Iterum exivit ad Judaeos”. Se concibe, ¡Pilato es un hombre “comprometido”! Entregado a la acción. ¡Tiene cosas más importantes que hacer que escuchar a un doctrinario!
Iterum exivit”… “Iterum”: Puesto que estaba perfectamente seguro de ello. Hacía tiempo que estaba ya decidido. Antes de actuar, no ha perdido su tiempo en reflexionar acerca de las terribles responsabilidades de su cargo. ¡Naturalmente! ¡Cómo iba a rehusarse semejante situación!
Iterum exivit ad Judaeos”. Que no es tanto como decir: Pilato se vuelve de nuevo, “iterum”, hacia el problema concreto del momento, “ad Judaeos”. Hacia esos judíos que están ahí, bajo el balcón, que gritan… Y esto sí que es más importante que las respuestas de ese Jesús. Eso es lo primero de todo.
Exivit ad Judaeos”. Pilato se volvió hacia los judíos. Pero —y este es su pecado— sin haberse tomado la molestia de esperar y de oír la respuesta y las directrices del Señor. Dicho de otra manera, Pilato vuelve a sumergirse en la “hipótesis”, lo único que le interesa. Pero sin esperar la respuesta de la doctrina, las luces de la “tesis” y de la verdad.
Dios hará, sin embargo, que esta verdad sea dicha en toda su integridad.
Un poco más tarde, cuando en su delirio la multitud exija la muerte de Jesús, lanzará a Pilato el último argumento que es también la explicación suprema: “quia Filium Dei se fecit…, porque se ha dicho del Hijo de Dios…”.
¡Hijo de Dios! He aquí la clave de todos los enigmas contra los cuales Pilato no cesa de tropezar.
¡Hijo de Dios! He aquí lo que explica todo y lo que, en su misericordia, Nuestro Señor ha querido que Pilato oiga, por lo menos una vez.
Se concibe el enloquecimiento del romano. Desde que tiene ante sí a este “rey de los judíos”, va de asombro en asombro. Todas sus concepciones de pragmático tortuoso quedan atropelladas, derribadas…
Jesús llama desesperadamente a la puerta de esta alma por todos los medios posibles…, hasta los sueños de su mujer… ¿Comprenderá al fin este liberal? ¡No! Solamente está asustado…, preso del pánico.
Cum ergo audisset Pilatus hunc sermonem, magis timuit”. “Cuando Pilato oyó esta palabra, temió más…”.
Esta vez, quiere saber: “¿De dónde eres tú?...”. Dicho de otro modo: ¿Quién eres? Pero… ¿de qué vienes, hombre extraordinario? Dime cuál es tu misterio para que yo comprenda de una vez.
Jesús guarda silencio. Después de todo lo que ha dicho, tras esa flagelación que Pilato acaba de ordenar, la verdad no tiene por qué responder a tales intimidaciones.
Ante el silencio de este singular prisionero el temor de Pilato se acrece. Tiene miedo como todos los débiles. Y como todos los débiles que tienen miedo, ¿mostrará su fuerza a esta turba ululante dando orden a los soldados de dispersarla? ¡No! Hará alarde de su fuerza ante este hombre condenado y al parecer impotente. Amenazará al Justo en nombre de lo que él cree “su autoridad”[5].
¿No me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y para crucificarte?”, y Jesús responde: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo Alto”.
“No tendrías…” tú…, Pilato… Es decir: tú, hombre político cualquiera investido de una parcela de autoridad…, quienquiera que seas, simple funcionario, juez, diputado, ministro, gobernador, príncipe o rey…, no tendrías ningún poder si no lo hubieras recibido de lo alto, es decir: de Dios, es decir, de Mí.
Y puesto que tu poder es un poder político, jurídico, social, el solo hecho de que acabe de afirmar, que este poder viene de Mí, prueba, sin posible discusión, que la realeza que yo reivindico, aunque no es de este mundo, se ejerce, a pesar de todo, sobre él, sobre los individuos como sobre las naciones. Y esto porque yo me llamo “Hijo de Dios”.
*          *          *
Para lo sucesivo, y a través de Pilato, Jesús ha querido dar la lección completa a los políticos de todos los tiempos. Explicación suprema que corona y confirma todo lo que se ha dicho.
Observemos cuidadosamente la admirable progresión de esta lección divina.
En primer lugar, y por caridad, Jesús se esfuerza en disipar el equívoco fundamental que podría asustar y, por esto mismo, cerrar el corazón al mismo tiempo que entenebrecer el espíritu: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mis gentes habrían combatido… etc.”.
Esto como preámbulo es un poco negativo… La explicación positiva viene en segundo lugar: “Tú lo dices, yo soy rey. Yo para esto he nacido, para dar testimonio de la Verdad”.
Por esta segunda respuesta Jesús explica cuál es la naturaleza de esa realeza. Realeza, no como las otras, sino reinado espiritual, reinado doctrinal, reinado de la verdad en todos los órdenes.
Y esto lo precisa la tercera parte que da la clave del enigma. Porque es Hijo de Dios, porque es Principio del orden universal, Su reino es algo humanamente inaudito: el reino de la verdad…, el restablecimiento del orden fundamental.
En cuarto lugar, la última respuesta de Jesús, nos da la confirmación concreta: “No tendrás ningún poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo Alto”.
En adelante, ya no es posible la duda; la realeza del Hijo de Dios no es sólo una realeza sobre las almas: es también una realeza social; puesto que está en el origen mismo del poder de Pilato. Prueba cierta, pues, de que el poder civil no escapa de ningún modo a su imperio.
Por propia confesión Jesús es, pues, rey en este dominio, como todos los demás. Su reino no conoce límites. Llena el universo.
REINADO SOCIAL DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Tal es la lección del Evangelio.
Sólo una lectura superficial unida a mucha ignorancia, puede dar a entender que en esta ocasión Jesús niegue a su soberanía el carácter de realeza social.
No hay duda posible. La doctrina es de una coherencia perfecta. ¿La doctrina  y la enseñanza del Pater Noster, no es idéntica? En él, como en las respuestas de Pilato, se distingue en primer lugar la afirmación del reinado: “Venga a nosotros Tu Reino”… En seguida, la sumisión a su voluntad, a su enseñanza: “Hágase tu voluntad…”. Porque en esto precisamente consiste tu Reinado social, en que, sobre la tierra, tu voluntad sea respetada y observada como lo es en el cielo.
Próxima la Ascensión, la víspera del día en que, en cuanto hombre, Nuestro Señor va a tomar posesión de su reino de gloria, la afirmación será aún más explícita[6].
Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, y enseñad a todas las gentes…”.
¡Siempre la misma relación! El “poder” afirmado por un lado, la “enseñanza” por el otro.
Dicho de otro modo, comenta admirablemente el R. P. Félix…, “En virtud de este poder se nos envía, id, enseñad a todas las naciones… Que todos acepten y se sometan al legítimo imperio de mi doctrina. Docete. Enseñadles a observar todos los preceptos que yo os he dado; pues las leyes que os confié, es la legislación que impongo a todos. Id, pues, por doquier. Id a imponer mis leyes a todas las naciones. Todas me deben obedecer y exaltar mi realeza”[7].
Salta a la vista que con estas palabras Jesús daba a entender que por su Iglesia, por su enseñanza, por su doctrina, quería ejercer su Reinado en la práctica.
En realidad, la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo no es otra cosa que la aplicación de la doctrina social de la Iglesia.
Cerremos nuestras filas más que nunca, en torno a la Iglesia. No sólo tiene promesas de vida eterna, sino que su doctrina social tiene además las promesas de la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.
Aprendamos a expensas nuestras lo que cuesta el rechazar esta soberanía. “El mundo —decía monseñor Pie— perdonaría a Dios su existencia con tal que se le permitiera desenvolver su acción sin Él; y ese mundo no es sólo el mundo impío, sino cierto mundo político cristiano. En cuanto a nosotros apliquémonos a sentir y acentuar cada vez más y mejor, las tres primeras peticiones del Padrenuestro. Y mientras dure el mundo presente, no nos conformemos con confinar el Reino de Dios al cielo o si acaso al interior de las almas: “sicut in coelo et in terra”. “El destronamiento de Dios es un crimen; no nos resignemos jamás a ello”.

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[1] Cf. principalmente: Synopse des Quatre Evangiles, en français, d’aprés la synopse greque du R.P. Lagrange, por el R. P. Lavergne (Lecoffre-Gabalda, edit.). Para disipar todo equivoco sobre este punto, se ha hecho uso de corchetes y se lee “la realeza (que es) la mía no es (originaria) de este mundo”.
[2] La royauté sociale de N. S. Jesus-Christ (Vitte, edit.), 3ª edición, p. 85 en nota: “¡Innovadores! Es el nombre que merecen los que se sirven de estas palabras para negar la realeza social de Jesucristo. Para convencerse, leer la Catena Aurea de Santo Tomás sobre este texto. Todos los Padres de la Iglesia rechazan la interpretación literal. Es considerada herética por San Juan Crisóstomo”.
[3] ¿Y cómo no asombrarse de ello? Los mismos judíos, ¿no esperaban un reino mesiánico de forma temporal, unido a una dominación mundial de su nación? “Jesús, escribe el abate Meyer, deberá rectificar y trascender esta concepción, disociar la causa del Reino, de la causa judía, de su ley, de sus costumbres, separar el reino de Dios de todo reino temporal. El Reino de Dios no estará ligado a ninguna raza, a ninguna nación, a ningún régimen. Será independiente de los poderes temporales que rijan los pueblos. Y esto es una novedad extraordinaria en una época en que toda religión es esencialmente nacional. Es al mismo tiempo una exigencia difícil, porque la historia mostrará esta tentación perpetua de las iglesias y de los jefes temporales a confundir los poderes. De hecho, cuando una iglesia se separa de la Iglesia Católica será para caer bajo la dominación de un régimen temporal…” Abate Meyer, Le Royaume de Dieu (L’Unión, mayo-junio 1951, 31, rue de Fleurus, París, VI.).
[4] Serm. I in dom. Palm. IX, 243a.
[5] Esta vez, Jesús va a responder, precisamente, por respeto a esa “autoridad” de Pilatos, que es la autoridad misma del poder civil, Jesús va a responder como respondió al Sumo Sacerdote invocando el nombre de Dios vivo. Poder espiritual y poder temporal: Nuestro Señor ha querido dejarnos este ejemplo de perfecta sumisión a los dos poderes instituidos por Dios.
[6] Con respecto a esta evidente relación entre la fiesta de la Ascensión y la realeza social de N. S. cf.: alocución del abate Henry (13 mayo 1945); Jeanne d’Arc, héraut de Jesus-Christ, Roi de France. “El día de la Ascensión de 1424 Juanita oye las voces por primera vez. El día de la Ascensión de 1428 se presenta al señor Beaudricourt; la víspera de la Ascensión de 1429 lanza su primer ataque contra Orleans y toma el castillo de Saint-Loup; la víspera de la Ascensión de 1430 es hecha prisionera en Compiègne; la víspera de la Ascensión de 1431 es amenazada con la tortura si no desmiente su misión divina y es entonces cuando ella lo afirma con más fuerza que nunca… Y cuando la Mensajera de Cristo Rey voló al reino de los cielos, era mediodía, hora de la Ascensión del Señor; y la hoguera humeaba aún cuando las campanas de Rouen sonaron, en este 30 de mayo de 1431, tocando las vísperas del día del Corpus, fiesta cuyo oficio de Maitines comienza por estas palabras: Adoremos a Cristo Rey, que domina sobre los pueblos…”.
[7] La royauté de Jésus-Christ, p. 11-13.

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