Plinio Corrêa de
Oliveira
Santo del día[1]
del 17 de mayo de 1969
[Nota: Las siguientes reflexiones se pueden aplicar
perfectamente para una comunión espiritual en el caso en que no sea posible la comunión
sacramental]
Hoy [17 de mayo] es la fiesta de nuestra Señora del
Santísimo Sacramento y también es la fiesta de nuestra Señora Reina de los
Apóstoles.
Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, iglesia de S. Claudio, Roma |
Estamos en la novena del Espíritu Santo y en la novena
de nuestra Señora Auxiliadora.
Considero conveniente detener particularmente nuestra
atención en esa invocación de nuestra Señora del Santísimo Sacramento, es
decir, nuestra Señora considerada especialmente en sus relaciones con el
Santísimo Sacramento.
Como no puedo hacer un Santo del Día (*) largo, procuraré esquematizar, para
que quepa lo más posible de materia dentro del poco tiempo disponible.
Pongo para que consideremos, los siguientes puntos:
1 – Una de las mayores gracias que el género humano
recibió fue la institución de la Sagrada Eucaristía, o sea, la presencia real
de nuestro Señor Jesucristo en todos los sagrarios de la tierra, hasta el fin
del mundo.
Para que midamos la importancia de esa gracia, basta
que consideremos cómo consideraríamos magnífico el favor de, súbitamente, tener
a nuestro Señor visible ante nosotros… Consideraríamos, con toda razón, que una
eternidad no bastaría para agradecer una tal merced.
Sin embargo, nuestro Señor no está visible, pero está
tan real en el santísimo sacramento cuanto estuviese visible. Por ahí podemos
medir un poco la importancia de esa gracia.
2 – La importancia de la gracia de la comunión no es
apenas las presencia del Él en el Santísimo Sacramento, también es la presencia
de Él en nosotros.
3 – En el orden de los valores, el supremo, el mayor de
todos es la santa misa que es la renovación incruenta del sacrificio del
Calvario, y que está vinculada a la Eucaristía. No habría Misa sin Eucaristía.
Todas esas gracias, si las recibimos, vienen por los
ruegos de María, porque todas las gracias vienen por medio de Ella. De manera
que esos favores insondables los debemos a nuestra Señora. Ella es quien obtuvo
el Santísimo Sacramento para el género humano.
4 – Todas las gracias que nuestro Señor distribuye en
el Santísimo Sacramento, Él las distribuye por el pedido de Ella. Si ella no
pidiese, no se obtendría.
5 – La única criatura humana que presta al Santísimo
Sacramento un culto enteramente digno es nuestra Señora. Las otras criaturas
humanas algún defecto siempre tienen, que macula el alcance de ese culto. Por
el contrario, nuestra Señora presta un culto perfecto.
6 – Nuestra Señora conoce todos los lugares de la
tierra donde está el Santísimo Sacramento, y Ella, desde lo alto del cielo,
está adorando continuamente las Sagradas Especias en todas partes. Donde las
Sagradas Especies son debidamente adoradas, ahí Ella ofrece un culto jubiloso.
Cuando son tratadas con indiferencia o hasta con blasfemia o sacrilegio, Ella
ahí ofrece un culto reparador.
La devoción del Santísimo Sacramento en cada alma es
una gracia, luego es un fruto de Ella. Por Ella es que somos devotos del
Santísimo Sacramento.
El modo de comulgar de un verdadero esclavo de María
¿Qué uso debemos hacer de los puntos antes numerados?
Cada uno de ellos es un tema para la meditación, que
nos debe ayudar a comulgar como San Luis María Grignion de Montfort quiere.
Todas nuestras comuniones son actos de culto a nuestro
Señor Jesucristo, pero con María, por María, en María.
Entonces, dadas todas esas relaciones que nuestra
Señora tiene con el Santísimo Sacramento, deben prepararnos para la comunión
con el auxilio de Ella. ¿Qué quiere decir eso? Pedir a Ella que venga a nuestra
alma, que disponga nuestra alma y que diga por nosotros a nuestro Señor todo
cuanto Ella diría si estuviese comulgando.
Debemos recibir la Eucaristía junto con Ella. ¿Qué
significa eso concretamente? Pedir con que Ella esté como que a la entrada de
nuestra alma para recibir a nuestro Señor, y que, en nuestra alma, preste los
actos de culto a Él. Los actos de culto, como sabemos, son cuatro: adoración,
acción de gracias, reparación y petición de las gracias que necesitemos.
Entonces, pedir que Ella haga todo eso en unión con nosotros.
Decir a nuestro Señor en la comunión, por ejemplo, lo
siguiente: “Mi Dios, vos encontrasteis vuestro paraíso estando en María durante
la concepción de Ella. ¡Cómo es inferior la acogida que yo os doy! Ten, por
tanto, en consideración que, en espíritu, vuestra Madre está presente en mí,
dispensándoos una acogida incomparable. Recibid, así, con benignidad, mis
pobres actos de culto, enriquecidos por pasar a través de Ella, a fin de llegar
a vos”.
De este modo, nuestra piedad eucarística se vuelve
enteramente marial, enteramente embebida del espíritu, del modo de la devoción
de San Luis María Grignion de Montfort. Este es el modo de comulgar de un
esclavo de María. Y evita que, a respecto de la
comunión, se caiga en dos errores: la idea de la inaccesibilidad de Dios y la
falta de respeto para con Él.
La comunión hecha en unión con nuestra Señora es plenamente
confiada y jubilosa
Porque nuestro Señor Jesucristo es Dios, quiere decir,
Él es tan infinitamente santo, que no hay ninguna proporción posible entre
nosotros y Él bajo de ningún punto de vista.
Entonces, si se tiene apenas este aspecto en
consideración, se va a comulgar y se corre el riesgo de hacerlo de modo
avergonzado, casi deprimido.
Si se tiene en vista que nuestra Señora está en
nosotros espiritualmente ―no realmente como está Él― se comulga alegre, porque,
a pesar de ser lo que somos, Ella está ahí.
Les doy un ejemplo: imaginen un mendigo que va a
recibir la visita del mayor rey de la tierra. Él no tiene nada que ofrecerle,
pero consigue que la reina madre esté ahí para recibirlo. El mendigo queda
tranquilo. La recepción de él fue excelente, no le falta nada si la reina madre
está en la entrada de la cabaña y dice al rey: “Hijo mío, yo quise honrar esta
casa con mi presencia. Esta casa es mía. Entrad…”.
El dueño de caso no tiene otra cosa sino sonreír,
regocijarse, transbordar de alegría porque la recepción está a la altura del
rey. Es hecha por la madre de Él, no hay nada más que decir.
Entonces, la comunión es plenamente confiada,
plenamente tranquila, alegre y jubilosa.
La gente debe comulgar con el alma así. Sin timidez,
sin desconcierto. Y así es, porque si cada uno de nosotros pensara en ese
momento apenas lo que lleva consigo… ¡Dios mío! ¡Qué desastre!... Pero ahí está
nuestra Señora, ¡se acabó! ¡Qué tranquilidad, alegría, paz de alma, esperanza
para todo!
La devoción a nuestra Señora pone en equilibrio todos los
problemas que pueden perjudicar nuestra comunión
Así se evita también la falta de respeto que tendría,
por ejemplo, un mendigo a quien el rey fuese a visitar todos los días. Nunca el
mendigo tiene nada para ofrecer al rey. En el “tantésimo” día, él le dice al
rey: “¿Queréis saber una cosa? Siéntese aquí y conversemos, porque yo no tengo
siquiera nada que ofreceros, no puedo nada. Si vos quisisteis venir aquí, la
realidad es esa. Aquí está mi te viejo para ofrecerle, y mi tasa rota. No tengo
otra cosa. Consecuencia: falta de respeto…
Entonces, la devoción a nuestra Señora no solo quita la
vergüenza, la desconfianza, sino también la rutina, la falta de respeto. Por lo
tanto, equilibra la situación. Se comprende quién es a quien estamos
recibiendo.
Hay, por lo tanto, una especie de equilibrio de la
piedad eucarística simplemente magnifica, por la conjunción de la mayor de las
veneraciones, una veneración que se llama adoración, de un lado. Pero también la
mayor de las ternuras. Puedo tomarme con relación a Él las libertades más
afectuosas, porque ha sido recibido por la Madre de Él.
Todos deberíamos, habitualmente, comulgar con ese estado
de espíritu, tomando, cada día, por ejemplo, uno de esos puntos para meditar
durante la comunión.
Decir: “Mi Madre, yo os debo la institución de la
Sagrada Eucaristía. Todo el género humano os debe esta institución. Ayudadme a
agradecerle a vuestro divino Hijo, venid a mi alma”. Al recibirlo, darle a Él las
gracias por ello.
Creo que es un método enteramente válido para la comunión,
y así se pueden evitar esas comuniones en que las personas tienen la impresión de
que no saben qué decir a Dios, como dos viejos amigos que se encuentran todos
los días y que ya no tienen mucho que decirse uno al otro…
Siempre tenemos cosas nuevas para decirle a nuestro
Señor. Es cuestión de profundizar esos horizontes.
Que nuestra Señora del Santísimo Sacramento, que es
nuestra Señora en cuanto relacionada con todos esos títulos al Santísimo
Sacramento, nos conceda a todos esa gracia tan preciosa de una piedad eucarística
en unión con Ella.
[1] Los
Santos del Día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía
una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se
celebraba aquel día.
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