Plinio Corrêa de de Oliveira
En este proceso de interacciones de dinamismos que hemos discutido en los tres artículos anteriores (aquí, aquí y aquí), hay un momento en que Dios toca a un pueblo con la punta de su dedo asumiendo con ello una vitalidad que produce algo memorable.
¿Cuál es ese punto hacia donde se orienta todo en el momento en que Dios toca a un pueblo en particular?
No estoy suponiendo que Dios actúa sin considerar el contexto de la situación, como quien entra abruptamente en una escena y le da una dirección completamente nueva a los acontecimientos. Antes bien, planteo que Dios normalmente actúa a través de las causas segundas. Y estas causas segundas suelen tener sus dinamismos propios, que también entran en el plan divino. Él los creó y ellos concurren en hacer lo que Dios quiere que hagan.
Otra cosa que se debe decir es que el hombre tiene la libertad de actuar que puede ser admirable o también terrible. Un factor importante en esta ecuación es su asseitas[1], es decir, la característica principal de su ser que él tiene que realizar. Esta asseitas o vocación, es parte del conjunto del plan de Dios, y el hombre lo puede estropear. Cuando el hombre no realiza lo que Dios quiere en su plan A, el hombre puede arrastrar la historia al plan B. A veces Dios permite que el hombre haga esto; en otro momento, Él aniquila a ese hombre, repara el mal causado, y continúa con su plan deseado.
En su primera fase, cada pueblo es una especie de bosquejo de lo que debería ser; tiene un potencial, como el que tiene un niño. Un niño es como un embrión, tiene la personalidad que el hombre tendrá más tarde. Su formación y circunstancias externas actuarán sobre ese embrión. El hombre mismo actuará sobre su propia persona de diferentes maneras.
Existe un plan A para ese hombre, que Dios revela en un determinado momento. Si el hombre no sigue ese plan, será siempre una persona deficiente, un frustrado, como alguien a quien se le deformó el pie en un accidente y no puede caminar bien. Él no está siguiendo el plan ideal para el cual Dios lo creó y no progresa normalmente. Dios puede tener misericordia de él y ayudarlo a caminar, pero esto ya es otra cosa.
[1] Asseitas o aseitas en lenguaje escolástico es la característica del ser que existe per se (a se) y no por otra (ad alio), en su sentido propio, es el carácter del ser que es per se, id est, cuya la existencia no proviene de otro; es increado. Es un atributo propio de Dios. En su sentido lato, es el carácter de lo que es per se, que tiene su propia existencia (Pablo Fouquié, Dictionnaire de la Langue Philosophique, París: PUF, 1962). En el texto asseitas se utiliza analógicamente como la característica ontológica principal que Dios le dio a un hombre que él tiene que desarrollar con el fin de realizarse perfectamente a sí mismo y a la misión divina que Dios le dio.
Dios puede intervenir en la vida de un pueblo o de un hombre de una manera milagrosa, como fue el caso de la conversión de San Pablo. Pero por lo general, Él actúa a través de las causas segundas, como en el caso de la conversión de San Agustín. Esto es, Dios se aprovechó de la relación madre-hijo con todo su especial dinamismo ―vivida por Santa Mónica como una santa y vivida por San Agustín como un pecador― para producir la victoria final de la santa sobre el pecador.
En cada pueblo que comienza a desarrollarse, hay un plan divino. Se puede decir que no necesariamente es un gran plan. No todos los pueblos fueron llamados a ser lo que el antiguo Egipto fue en tiempos de Ramsés II. Puede ser un plan modesto. Pero si ese pueblo es fiel a ese plan, todos los dinamismos de las distintas familias y grupos se desarrollarán de una manera excelente y producirán algo original, es decir, la explicitación de la promesa inicial de Dios.
La cultura y las instituciones de un pueblo avanzan siguiendo este desarrollo. La marcha de un pueblo en la historia está marcada por este dinamismo interactivo. Cuando un pueblo llega a dar fruto todo aquello que está implícito en su asseitas original, es cuando cumple su rol en la historia.
La marcha de un pueblo desde su fase embrionaria hasta su plenitud se puede describir como su proceso de hacer explícito su particular mensaje para sí mismo, para la historia y para Dios. Cuando un pueblo sigue el camino de su auto-explicitación, todas sus partes alcanzan una armonía que perfecciona el proceso de las interacciones de los dinamismos a medida que avanza hacia su auto-realización.
Este proceso será cada vez más perfecto en la medida que el pueblo sigue el proceso de auto-explicitación y en la medida que los aspectos más profundos de la personalidad de cada uno encuentran la expresión adecuada.
Un pueblo puede ser comparado a una orquesta donde cada persona, incluyendo al hombre que toca el pequeño triángulo con el batidor de acero, juega su parte de manera que la orquesta logra una excelente armonía. El hombre que golpea el pequeño triángulo no debería desanimarse porque él nació para desempeñar sólo ese modesto rol, porque en un determinado momento en esa sinfonía de personas, los tonos que él hace dan al conjunto un toque tan delicado y lleno de una brillante alegría plateada que contribuye a la quintaesencia que el pueblo fue llamado a expresar. Él se vuelve virtuoso porque tocó su instrumento en el momento perfecto.
Cruzando lentamente por uno de los principales canales de Brujas-la-Morte, en Bélgica, un turista encuentra que en una vuelta se revela una casa característica de la ciudad. Supongamos que una mujer que vive en esa casa, una sencilla dueña de la casa que no tiene idea que ella puede estar desempeñando un papel histórico, ha colgado una encantadora cortina de encaje en una ventana.
Cuando ese turista ve la cortina, en un instante él comprende todo sobre Brujas-la-Morte, y lo que representa. Es esa cortina la que hace explícita en su mente la fisonomía de toda la ciudad. ¡Qué toque especial tuvo esa cortina en ese proceso! Así, la señora que arregló su cortina en su casa, como el hombre que tocó el pequeño triángulo en la orquesta, desempeñó un rol en la sinfonía que Dios quiere que esa ciudad y ese pueblo desempeñen.
Lo que es extraordinario en Europa es que en un determinado período casi todos los pueblos de la cristiandad estaban alcanzando su plenitud. Porque ellos estaban siguiendo algo parecido al plan A de Dios, incluso algunas pequeñas naciones se convirtieron en magníficas obras de arte de Dios. Holanda es uno de ellas, Bélgica, es otra.
En esta última no tuviera nada salvo la Gran Plaza de Bruselas y las espléndidas salsas de un restaurante donde cené con unos amigos (lo siento, pero su nombre se escapa a mi memoria en este momento), se podría decir que Bélgica desempeñó su rol. Es posible que no haya realizado su plan A en todo, pero en esos puntos correspondió al primer plan. Por esta razón ocupa un lugar de honor entre todas las naciones que tienen honor en el mundo. Esto es lo que constituye el honor de una nación: haber cumplido algo del plan inicial que Dios tenía para ella.
De aquí proviene el principio de que las interacciones de los dinamismos de un pueblo serán vigorosas y lo conducirán hacia la perfección en la medida en que haga explícito el mensaje original que recibió de Dios. Cada pueblo debe desempeñar su propio rol en la sinfonía universal que da gloria a Dios. Cuando un pueblo expresa ese mensaje, alcanza un ápice, una plenitud que es magnífica.
Todos los dinamismos fluyen juntos en una armonía comunicativa, de manera que en la misma época histórica del hombre que es un calígrafo llega a la cúspide de su arte al mismo tiempo que el más grande poeta de ese pueblo necesita un calígrafo que escriba sus poemas. Al mismo tiempo, la arquitectura característica de ese pueblo está llegando a su máxima expresión. La vocación de cada uno interactúa con la vocación de los demás de tal manera que el conjunto constituye un unum, una unidad en la variedad, que se convierte en la característica principal y el encanto de ese pueblo.
Cuando ocurre en un pueblo, los asseitas de cada hombre tienden a florecer por medio de un fértil dinamismo que se dirige hacia el exterior. Esa es la hora de Dios para un pueblo. Es como el verano para las plantas, cuando la temporada de cultivo está en su apogeo. No hay fatalismo en esas acciones de los pueblos, como no hay fatalismo en decir que el verano lleva a las plantas a su apogeo. Esto no excluye el rol del jardinero, que siembra, cultiva y cosecha de las plantas. El rol del jardinero sigue siendo el mismo. Él tiene que aprovechar el verano, pero él no es el único que hace el cambio de estaciones.
Cuando todo llega a su perfección al mismo tiempo por el mismo pueblo, el resultado es una magnífica sincronía que revela la unidad de ese pueblo, que es mejor que cada una de sus partes. Este es el apogeo de un pueblo. Cada elemento ha dado todo, y el conjunto se orientó a cumplir el plan pre-establecido por Dios en el gobierno de la historia.
¿Es posible mostrar este ideal para un pueblo?
Si lo es, y al hacerlo puede tener el efecto de una resurrección para un pueblo que ha abandonado su vocación, sus asseitas. Pero para mostrar el ideal, es necesario por lo menos captar un atisbo o vislumbre de lo que es que el plan inicial de Dios para ese pueblo en la historia. Esta es una gracia que podemos pedir a la Virgen de rodillas.
Un pueblo puede rechazar su plan A y desarrollarse erradamente. En algún momento, sin embargo, la hora de la misericordia puede sonar para él y Dios puede tratar de reconstruirlo haciendo que una nueva estrella brille en su horizonte, invitándolo no sólo a regresar al plan A, pero para realizar el plan A + A: un Canticum novum (una nueva canción) para ser cantada para la gloria de Dios por toda la eternidad.
Esto sucedió con Carlomagno. En él, el viejo ideal del Imperio Romano continuó. Después de que el Papa lo coronó emperador, él consideró su imperio para ser una continuación del viejo ideal de imperio romano. Pero también levantó el mundo germánico con él, porque el nuevo César fue una característica alemana. En Carlomagno todos estos dinamismos que estamos estudiando tuvieron una interacción embriagante, y de ahí nació Europa. Fue él quien cantó el canticum novum, él asumió con amor toda la herencia del pasado y la presentó de una manera nueva.
Continuará con la parte V titulada: CÓMO LOS ESPÍRITUS Y LOS MITOS INFLUYEN EN LA PSICOLOGÍA DE UN PUEBLO
Véase la primera parte “Discerniendo el dinamismo de los individuos y de los pueblos”, la segunda parte “Discerniendo los roles históricos de las naciones” y la tercera parte “Pueblos que desaparecen, pueblos que permanecen” de este ciclo haciendo clic aquí y aquí y aquí.
Publicado originalmente en TIA
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