sábado, 17 de mayo de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 4

El partido católico

                A inicios del siglo XIX, la idea de la unión de los católicos para la defensa de la Iglesia era una novedad que encontraba oposición por parte hasta de los mejores de ellos. Los obispos y la gran mayoría del clero no apoyaban la constitución del partido católico, y los legos veían con indiferencia o amedrentados los esfuerzos de Montalembert para formar el movimiento. Era natural que el desánimo comenzase a abatir al líder; desánimo que se agravó cuando una enfermedad de la condesa de Montalembert lo obligó a retirarse de París, procurando en la isla de la Madeira un clima más propicio para su esposa.

               
Otro ejemplar de L'Univers, el periódico del partido
católico contrarevolucionario francés
Al despedirse de Veuillot, Montalembert no pudo esconder su desánimo a la vista de la perspectiva, que parecía casi cierta, de la extinción del partido durante la temporada que iría a pasar lejos de Francia. Veuillot hizo todo para animarlo, mostrando cuánto L’Univers podría hacer para mudar el curso de las cosas, y prometiendo que, si Montalembert no abandonase la causa y enviase desde Madeira artículos vigorosos para el periódico, él trabajaría con ahínco. Le garantizó que, al volver, encontraría un gran partido católico del cual sería el jefe. Concluyendo, dijo Veuillot: “Yo os prometo un ejército”.

                Fue lo que ocurrió. Habiendo iniciado su colaboración en L’Univers con la responsabilidad de una única sección —titulada Propos divers—, Veuillot se convirtió desde luego en el principal redactor del periódico. Sus artículos inflamados, llenos de amor a la Iglesia y de la más pura ortodoxia, eran acogidos entusiásticamente, y Francia, admirada, veía surgir un periodista exclusivamente católico y un periódico dedicado únicamente a la causa de la Iglesia.

                Con Melchior du Lac, cuyas dificultades de familia lo obligaron a renunciar a sus aspiraciones al sacerdocio, y Eugène Veuillot, que también se convirtió, Louis Veuillot reformó completamente L’Univers, transformando la pequeña hoja en un periódico combativo, vivo y respetado, que no dejaba impune el menor ataque a la Iglesia. L’Univers era el órgano del partido católico. A medida que el periódico progresó, creció el partido, y la adhesión del clero se generalizó y las victorias se sucedieron.

                Como era de esperarse, la oposición fue también violentísima, no sólo de parte de los enemigos de la Iglesia como también de los católicos “prudentes”, que no veían con buenos ojos un periódico que les recordaba sus deberes a toda hora.

                Cansado de defenderse de los injustos ataques que recibía, y temiendo que los colaboradores se desanimaran, Veuillot redactó para ellos un programa. Después de recordarles que los redactores de L’Univers pertenecían exclusivamente a la Iglesia y la Patria, y deberían obedecer fielmente a la Iglesia, agregó:

                “Iglesia y Patria quiere decir sumisión amorosa a las verdades de la fe; sumisión a las adorables disposiciones de la Providencia, incluso cuando son difíciles, y principalmente cuando parecieren imposibles; constancia en el trabajo que parece inútil; generosidad en el sacrificio desconocido; lealtad en el más vivo combate y contra el enemigo más desleal; perdón y olvido; en la derrota y en la victoria, dedicación por el adversario vencedor o vencido, porque él es menos un adversario que hermano, y fue en su beneficio que se combatió contra él”.

                “Sí, obedecer a la Iglesia contra nuestros deseos y contra los instintos de nuestros corazones; contra esos instintos también amar a los hermanos ingratos; soportar los prejuicios, los rencores y los odios que existen en contra nuestra; aniquilar hasta los resentimientos más legítimos; soportar no sólo la injuria y la calumnia de los malos, como también la sospecha y las quejas de los que profesan nuestra fe”.

                Mostrando que la obra de L’Univers pertenecía a la Iglesia, y por lo tanto a la necesitad que había de que los redactores no se apartasen del camino que les presentaba, continúa:

                “Por el fondo y por la forma, estamos fuera de las condiciones que ayudan o dificultan, sustentan o arruinan la prensa. Vivimos de dedicaciones infatigables, y por eso no queremos presumir independencia, pero es mejor sufrir cien calumnias que escribir una palabra claramente injusta. Criticaremos, si fuere necesario, a nuestros amigos más generosos, aunque nos abandonen”.

                “Poco importa que la columna de sombra y luz que nos guía se dirija, a veces, para las montañas infranqueables, y otras veces nos aparezcan las inmensas extensiones de los mares. Nuestro Jefe es Aquel que ordena a las aguas que se abran y a las montañas que se allanen”.

                Esa línea de conducta, establecida en 1843, fue rigurosamente mantenida durante toda la vida de L’Univers. Muchas veces Veuillot no era comprendido, y en los primeros tiempos no fueron pocas las ocasiones en que Montalembert e incluso Lacordaire tuvieron que intervenir en su defensa, con argumentos que ellos mismos habrían aprovechados si los hubiesen leídos más tarde, cuando el liberalismo los apartó de gran periodista.

               
Lacordaire 
En carta a Montalembert, del 21 de julio de 1843, Lacordaire dijo: “Estoy muy contento con tu aproximación con L’Univers. Son personas buenas y valientes, y sus excesos de periodistas son bien difíciles de evitar en una polémica cotidiana. ¿No sabemos bien de eso? Verdaderamente, sin ese periódico, ¿habría por ventura en Francia el menor ruido en defensa de nuestros derechos?”

                Montalembert, en carta a T. Foisset, defiende brillantemente al periodista:

                “Sin duda, L’Univers es bien difícil de dirigir y deploro sus excesos. No apruebo que él compare las blasfemias de Michelet a salchichas colgadas en una salchichería. Pero muéstreme en las actuales circunstancias un periódico que tenga su valor. Él hizo un gran bien, forzando a nuestros opresores hipócritas a desenmascararse”.

                “En cuanto a los católicos que Ud. me cita, pienso de ellos lo siguiente: son nuestros peores enemigos, mil veces más peligrosos y odiosos que los filósofos y los liberaloides; éstos no quieren sino oprimirnos y amordazarnos; aquéllos nos deshonran. Ellos venderían una a una nuestras libertades a cambio de un abrir de manos del Sr. Saint Marc Girardin. Hace mucho tiempo nos dejamos engañar por su cobardía y traicionar por su servilismo. Hace mucho tiempo, por un vergonzoso silencio, entregamos a los dientes de nuestros enemigos lo que más nos importaba defender y glorificar de nuestro pasado. Es preciso acabar con eso, y entrar nuevamente en la posesión de lo que nos pertenece”.

                “Si después de la revolución ganamos alguna cosa —os pido que reflexionéis—, ¿a quién se lo debemos? ¿A los prudentes, los tímidos, los hombres de transacción, a la escuela cuya más alta y más noble personificación es ciertamente monseñor Frayssinous? No, ciertamente. Es a los bravos, a los valientes altaneros, a los locos, como llamaban al conde de Maistre y al P. Lamennais. Esos son los hombres que hicieron lo que somos”.


                El partido católico estaba formado, y la unión entre sus jefes era la más perfecta posible. Él se lanzará a la lucha contra el monopolio de enseñanza y conseguirá la mayor manifestación de fuerza y fe del catolicismo en el siglo XIX.

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