El partido
católico
A inicios del siglo XIX, la
idea de la unión de los católicos para la defensa de la Iglesia era una novedad
que encontraba oposición por parte hasta de los mejores de ellos. Los obispos y
la gran mayoría del clero no apoyaban la constitución del partido católico, y
los legos veían con indiferencia o amedrentados los esfuerzos de Montalembert
para formar el movimiento. Era natural que el desánimo comenzase a abatir al
líder; desánimo que se agravó cuando una enfermedad de la condesa de
Montalembert lo obligó a retirarse de París, procurando en la isla de la
Madeira un clima más propicio para su esposa.
Otro ejemplar de L'Univers, el periódico del partido católico contrarevolucionario francés |
Fue lo que ocurrió. Habiendo iniciado su colaboración
en L’Univers con la responsabilidad
de una única sección —titulada Propos
divers—, Veuillot se convirtió desde luego en el principal redactor del periódico.
Sus artículos inflamados, llenos de amor a la Iglesia y de la más pura
ortodoxia, eran acogidos entusiásticamente, y Francia, admirada, veía surgir un
periodista exclusivamente católico y un periódico dedicado únicamente a la
causa de la Iglesia.
Con Melchior du Lac, cuyas dificultades de familia lo
obligaron a renunciar a sus aspiraciones al sacerdocio, y Eugène Veuillot, que
también se convirtió, Louis Veuillot reformó completamente L’Univers, transformando la pequeña hoja en un periódico combativo,
vivo y respetado, que no dejaba impune el menor ataque a la Iglesia. L’Univers era el órgano del partido
católico. A medida que el periódico progresó, creció el partido, y la adhesión del
clero se generalizó y las victorias se sucedieron.
Como era de esperarse, la oposición fue también violentísima,
no sólo de parte de los enemigos de la Iglesia como también de los católicos “prudentes”,
que no veían con buenos ojos un periódico que les recordaba sus deberes a toda
hora.
Cansado de defenderse de los injustos ataques que
recibía, y temiendo que los colaboradores se desanimaran, Veuillot redactó para
ellos un programa. Después de recordarles que los redactores de L’Univers pertenecían exclusivamente a
la Iglesia y la Patria, y deberían obedecer fielmente a la Iglesia, agregó:
“Iglesia y Patria quiere decir sumisión amorosa a las
verdades de la fe; sumisión a las adorables disposiciones de la Providencia,
incluso cuando son difíciles, y principalmente cuando parecieren imposibles;
constancia en el trabajo que parece inútil; generosidad en el sacrificio
desconocido; lealtad en el más vivo combate y contra el enemigo más desleal;
perdón y olvido; en la derrota y en la victoria, dedicación por el adversario
vencedor o vencido, porque él es menos un adversario que hermano, y fue en su
beneficio que se combatió contra él”.
“Sí, obedecer a la Iglesia contra nuestros deseos y
contra los instintos de nuestros corazones; contra esos instintos también amar
a los hermanos ingratos; soportar los prejuicios, los rencores y los odios que
existen en contra nuestra; aniquilar hasta los resentimientos más legítimos;
soportar no sólo la injuria y la calumnia de los malos, como también la
sospecha y las quejas de los que profesan nuestra fe”.
Mostrando que la obra de L’Univers pertenecía a la Iglesia, y por lo tanto a la necesitad
que había de que los redactores no se apartasen del camino que les presentaba,
continúa:
“Por el fondo y por la forma, estamos fuera de las
condiciones que ayudan o dificultan, sustentan o arruinan la prensa. Vivimos de
dedicaciones infatigables, y por eso no queremos presumir independencia, pero
es mejor sufrir cien calumnias que escribir una palabra claramente injusta. Criticaremos,
si fuere necesario, a nuestros amigos más generosos, aunque nos abandonen”.
“Poco importa que la columna de sombra y luz que nos
guía se dirija, a veces, para las montañas infranqueables, y otras veces nos
aparezcan las inmensas extensiones de los mares. Nuestro Jefe es Aquel que
ordena a las aguas que se abran y a las montañas que se allanen”.
Esa línea de conducta, establecida en 1843, fue rigurosamente
mantenida durante toda la vida de L’Univers.
Muchas veces Veuillot no era comprendido, y en los primeros tiempos no fueron
pocas las ocasiones en que Montalembert e incluso Lacordaire tuvieron que
intervenir en su defensa, con argumentos que ellos mismos habrían aprovechados
si los hubiesen leídos más tarde, cuando el liberalismo los apartó de gran
periodista.
Lacordaire |
Montalembert, en carta a T. Foisset, defiende
brillantemente al periodista:
“Sin duda, L’Univers es bien difícil de dirigir y
deploro sus excesos. No apruebo que él compare las blasfemias de Michelet a
salchichas colgadas en una salchichería. Pero muéstreme en las actuales
circunstancias un periódico que tenga su valor. Él hizo un gran bien, forzando
a nuestros opresores hipócritas a desenmascararse”.
“En cuanto a los católicos que Ud. me cita, pienso de
ellos lo siguiente: son nuestros peores enemigos, mil veces más peligrosos y
odiosos que los filósofos y los liberaloides; éstos no quieren sino oprimirnos
y amordazarnos; aquéllos nos deshonran. Ellos venderían una a una nuestras
libertades a cambio de un abrir de manos del Sr. Saint Marc Girardin. Hace mucho
tiempo nos dejamos engañar por su cobardía y traicionar por su servilismo. Hace
mucho tiempo, por un vergonzoso silencio, entregamos a los dientes de nuestros
enemigos lo que más nos importaba defender y glorificar de nuestro pasado. Es preciso
acabar con eso, y entrar nuevamente en la posesión de lo que nos pertenece”.
“Si después de la revolución ganamos alguna cosa —os
pido que reflexionéis—, ¿a quién se lo debemos? ¿A los prudentes, los tímidos,
los hombres de transacción, a la escuela cuya más alta y más noble
personificación es ciertamente monseñor Frayssinous? No, ciertamente. Es a los
bravos, a los valientes altaneros, a los locos, como llamaban al conde de
Maistre y al P. Lamennais. Esos son los hombres que hicieron lo que somos”.
El partido católico estaba formado, y la unión entre
sus jefes era la más perfecta posible. Él se lanzará a la lucha contra el
monopolio de enseñanza y conseguirá la mayor manifestación de fuerza y fe del
catolicismo en el siglo XIX.
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