A partir de
hoy publicaremos la célebre obra de Jean Ousset Para que Él reine. La edición que publicamos es de la
editorial española La ciudad católica publicada en 1961.
Primera Parte
CRISTO-REY
CAPÍTULO I
ALFA Y OMEGA
CRISTO REY, AUTOR Y FIN DE LA CREACIÓN
“En el principio era el Verbo, y el Verbo
estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Todas
las cosas han sido hechas por Él y nada de lo que existe ha sido hecho sin Él”[1].
Pero
si es principio del universo, el Verbo es también su fin.
“Nada
tiene esto de extraño escribe Dom Delatte[2].
La primera causa eficiente es también la última causa final; la armonía de las
cosas quiere que el Alfa sea el Omega, principio y fin, y que todo se termine y
vuelva finalmente a su primer principio. ¿Cómo no había de ser el heredero y el
término de los siglos Aquél por quien los siglos comenzaron?”
Ya
desde el segundo versículo de su Epístola
a los Hebreos, San Pablo lo enseña vigorosamente. “Los términos son de una
rigurosa precisión; nunca se ha hablado de este modo: es el mismo Hijo de Dios
quien ha hecho los siglos y en quien los siglos terminan como en el heredero de
su obra común: en verdad han trabajado, y trabajan, para Él…”[3]
“y que todas las cosas se acaben en Él, que en Él encuentren su término y su
consumación, proviene de que el Padre le ha instituido heredero de todas las
personas y cosas. Filiación y herencia van juntas: la una es consecuencia de la
otra. Pero esta concepción de la herencia no quiere tan sólo decir que las almas
y los pueblos son suyos; significa igualmente que toda la historia se orienta
hacia Él, que es el término de la creación, pero también de la historia, que
los sucesos se encaminan hacia Él, que es el heredero del largo esfuerzo de los
siglos, y que todos han trabajado para Él.
”¿Acaso
Sócrates, Platón y Aristóteles no han pensado para Él? ¿Es que la Iglesia no ha
venido, a su hora, para recoger como bien suyo, como una riqueza preparada por
Dios para ella, todo el fruto de la inteligencia antigua? ¿Para quién sino para
la Iglesia, han hablado la ley y los profetas, la religión judía se ha
desarrollado, las escuelas socráticas han discutido, la escuela de Alejandría
balbuceado su ‘logos’, los pueblos se han mezclado, los judíos han sido puestos
en contacto sucesivamente con todas las grandes monarquías, el Imperio Romano
adquirió su poderosa estructura?
”El
Señor es el heredero de todo; a Él, primero en el pensamiento de Dios, se han
ordenado todas las obras de Dios”[4].
Esto
es lo normal, lo prudente. Porque un querer perfectamente ordenado quiere,
desde el comienzo, el Fin[5].
El orden consiste, pues, en que todo el universo gravite hacia el Verbo como hacia su término.
Y
el Verbo, es Jesucristo nuestro Señor.
*
Dios
quiere primero su gloria.
“Dios
quiere crear porque quiere su glorificación fuera de sí mismo. Y queriendo su
glorificación exterior, Él quiere, en primer lugar y principalmente, lo que, en
la historia actual de la humanidad es el primero y universal medio de
procurarla: la encarnación redentora, obra de Cristo, cumplida con la
cooperación de su Madre. Así Jesús y María son principalmente queridos por Dios
como aquellos de quienes dependen todas sus otras obras… Tienen sobre la
creación entera la preeminencia y una verdadera realeza…”[6].
“Frecuentemente
se representa al Creador en la obra de los seis días, trabajando en función del
hombre… Esto es cierto. Pero el primer hombre y la primera mujer para quienes
prepara estas maravillas no son Adán y Eva, son Jesucristo y María.
”En
la historia del mundo, Adán y Eva están bajo la dependencia de Jesús y de
María, por quienes ellos y sus descendientes han recuperado la Gracia. Jesús y
María son, en efecto y en el orden actual de las cosas, los primeros en la
intención divina y las verdaderas cabezas de la humanidad”[7].
CRISTO ES REY
Por
tanto, Jesucristo es Rey.
“No
hay —escribe Monseñor Pie— ni un profeta, ni un evangelista, ni uno de los
apóstoles que no le asegure su cualidad y sus atribuciones de rey”.
“Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido
dado”, escribe Isaías en su visión profética. “El imperio ha sido asentado sobre sus hombros…” Daniel es aún más
explícito: “Yo les miraba en las visiones
de la noche y he aquí, sobre las nubes, vino como un Hijo de hombre; él avanzó
hasta el anciano y le condujeron ante él. Y éste le dio el poder, gloria y
reinado, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominación es
una dominación eterna que no acabará nunca y su reino no será nunca destruido…”.
Pero
en este sentido podría invocarse toda la Sagrada Escritura y la tradición toda.
La unanimidad es absoluta.
“Príncipe de los reyes de la tierra” le
llama San Juan en el Apocalipsis y sobre sus vestiduras como sobre Él mismo,
pudo leer el apóstol: “Rey de los reyes y
Señor de los señores”.
CRISTO ES REY UNIVERSAL
Por
tanto, Jesucristo es Rey.
Rey
por derecho de nacimiento eterno, puesto que es Dios…
Rey
por derecho de conquista, de redención, de rescate.
Y
esta realeza se comprende que es universal. Nada, en efecto, puede ser más
universal, más absoluto que esta realeza, puesto que Cristo es, Él mismo, el
principio y el fin de toda la Creación.
Para
que no quepa duda alguna, no obstante, Nuestro Señor se cuidó de precisar: “Omnia potestas data es mihi in coelo et in
terra”. “Todo poder me ha sido dado en el cielo y la tierra”.
En
el cielo y en la tierra…, que es como decir: en el orden sobrenatural y en el
orden natural.
“Ahí
está efectivamente, escribe Monseñor Pie, el nudo de la cuestión… No olvidemos
ni permitamos que se olvide lo que nos enseña el gran Apóstol: que Jesucristo
después de haber descendido de los cielos, ha ascendido a ellos, a fin de
cumplir todas las cosas: ut impleret
omnia. No se trata de su presencia en cuanto Dios, puesto que esta
presencia ha existido siempre, sino de su presencia como Dios y hombre a la
vez. De hecho, Jesucristo se halla, desde entonces, presente en todo, así en la
tierra como en el cielo; llena el mundo con su nombre, su ley, su luz, su
gracia. Nada existe fuera de su esfera de atracción o de repulsión; ninguna
cosa, ninguna persona, pueden serle del todo extrañas e indiferentes: se está
con Él o contra Él; ha sido colocado como piedra angular; piedra de edificación
para unos, piedra de tropiezo y de escándalo para otros, piedra de toque para
todos. La historia de la humanidad, la historia de las naciones, la historia de
la paz y de la guerra, la historia de la Iglesia sobre todo, no es sino la
historia de Jesús que todo lo colma: ut
impleret omnia”[8].
“Ni
en su persona, ni en el ejercicio de sus derechos, puede ser Jesucristo
dividido, disuelto, fragmentado; en Él, la distinción de las naturalezas y de
las operaciones no puede ser jamás la separación, la oposición; lo divino no
puede repugnar a lo humano, ni lo humano a lo divino. Al contrario, Él es la
paz, la aproximación, la reconciliación; es el engarce que de dos cosas hace
una… Por eso San Juan nos dice: ‘Todo
espíritu que disuelve a Jesucristo no es de Dios, sino que es justamente ese
anticristo de quien habéis oído que está para llegar y que al presente se halla
ya en el mundo…’ Así, cuando yo oigo, concluye Monseñor Pie, ciertos
rumores que crecen, ciertos aforismos que prevalecen de día en día y que
introducen en el corazón de las sociedades, el disolvente bajo la acción del
cual debe perecer el mundo, lanzo este grito de alarma: guardaos del
anticristo”[9].
CRISTO ES REY TODOPODEROSO
Sí,
todo poder ha sido dado a Cristo en el cielo y en la tierra.
Esta
verdad está en la base misma del catolicismo.
La
encontraremos en las epístolas y los discursos de San Pablo. La volvemos a
encontrar, subyacente en toda la enseñanza de San Pablo. Su fórmula “non est potesta nisi a Deo”, no es, en
el fondo, otra cosa que la expresión de la misma idea, de una más particular.
Jesucristo
a pedido y su Padre le ha concedido. Todo desde entonces le ha sido entregado.
Está a la cabeza y es el jefe de todo, de todo sin excepción. “En Él y rescatados por su sangre”,
escribía San Pablo a los Colosenses[10],
“tenemos la redención y la remisión de
los pecados; que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura;
porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las
Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo
subsiste en Él. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Él es el principio,
el primogénito de los muertos; para que tenga la primacía sobre todas las
cosas. Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud de la divinidad y
por Él reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su Cruz todas las
cosas, así las de la tierra como las del cielo en Jesucristo Nuestro Señor”.
Tal es la enseñanza del Apóstol.
“No
establezcáis, pues, en modo alguno excepción allí donde Dios no ha dejado
lugar la excepción, exclama monseñor
Pie. El hombre individual y el jefe de familia, el simple ciudadano y el hombre
público, los particulares y los pueblos, en una palabra, todos los elementos de
este mundo terrestre, cualesquiera que sean, deben sumisión y homenaje al
nombre de Jesús”.
CRISTO ES REY DE LAS NACIONES
Jesucristo
rey universal… y, por tanto, rey de los reyes, rey de las naciones, rey de los
pueblos, rey de las instituciones, rey de las sociedades, rey del orden
político como del orden privado.
Después
de lo que se acaba de decir, ¿cómo se concibe que pueda ser de otro modo?
Si
Jesucristo es rey universal, ¿cómo podría esa realeza no ser también realeza
sobre las instituciones, sobre el Estado: realeza social? ¿Cómo se la podría
llamar universal sin ella?
Si
las discusiones son tan vivas sobre este punto, es porque tocamos el terreno de
aquel a quien la Escritura llama precisamente “el príncipe de este mundo”. He
aquí que perseguimos al dragón hasta su último reducto, que lo acosamos donde
pretende hacer su guardia… ¿qué hay de extraño que redoble la violencia
escupiendo llamas y humo para intentar cegarnos?
¡Cuántos
se dejan engañar!
“Hay
hombres en estos tiempos, observaba monseñor Pie, que no aceptan y otros que
sólo aceptan a duras penas los juicios y decisiones de la Iglesia… ¿Cómo dar el
valor de dogma (dicen o piensan) a enseñanzas que datan del “Syllabus” o de los
preámbulos de la primera constitución del [primer concilio] Vaticano?
”Tranquilizaos,
responde el obispo de Poitiers, las doctrinas del “Syllabus” y del Vaticano son
tan antiguas como la doctrina de los apóstoles, de las Escrituras… A quienes se
obstinan en negar la autoridad social del cristianismo, San Gregorio Magno da
la respuesta[11].
En el comentario del Evangelio en que se cuenta la adoración de los Magos… al
explicar el misterio de los dones ofrecidos a Jesús por estos representantes de
la gentilidad, el santo doctor se expresa en estos términos:
”Los
Magos —dice— reconocen en Jesús la triple cualidad de Dios, de hombre y de rey.
Ofrecen al rey oro, al Dios incienso, al hombre mirra. Ahora bien —prosigue—,
hay algunos heréticos: sunt vero nonnulli
hoeretici, que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es
hombre, pero que se niegan en absoluto a creer que su reino se extiende por
todas partes: sunt vero nonnulli
hoeretici, qui hunc Deum credunt, sed ubique regnare nequanquam credunt.
”Hermano
mío, continúa monseñor Pie, dices que tienes la conciencia en paz, y al aceptar
el programa del catolicismo liberal, crees permanecer en la ortodoxia, ya que
crees firmemente en la divinidad y humanidad de Jesucristo, lo que basta para
considerar tu cristianismo inatacable. Desengañaos. Desde el tiempo de San
Gregorio, había ‘algunos heréticos’ que, como tú, creían en esos dos puntos:
pero su herejía consistía en no querer reconocer en el Dios hecho hombre una
realeza que se extiende a todo… No, no eres irreprochable en tu fe, y el Papa
San Gregorio, más enérgico que el “Syllabus”, te inflige la nota de herejía, si
eres de los que considerando un deber ofrecer a Jesús el incienso, no quieren
añadirle el oro…”[12],
es decir, reconocer y proclamar su realeza social.
Y,
en nuestros días, Pío XI, con particular insistencia ha querido recordar al
mundo la misma doctrina en dos encíclicas especialmente escritas sobre este
tema: Ubi arcano Dei y Quas primas.
Esta
es, pues, la enseñanza eterna de la Iglesia, y no una determinada prescripción
de detalle, limitada a una sola época. En los comienzos de la era cristiana,
como más tarde, lo relativo a la conducta ha podido venir a mezclarse con lo
relativo a los principios. “Pero el derecho, señala monseñor Pie[13],
el principio del estado cristiano, del príncipe cristiano, de la ley cristiana,
que yo sepa jamás han sido discutidos hasta estos últimos tiempos, ni escuela
católica alguna pudo nunca entrever en su destrucción un progreso y un
perfeccionamiento de la sociedad humana…”, como hoy se oye repetir tantas
veces.
[1]
Comienzo del evangelio de San Juan.
[2] Dom Paul Delatte, Les êpitres de saint Paul, t. II, p.
288.
[3] Dom Paul Delatte, ídem, p. 287.
[4] Ídem, p. 287-8.
[5] …
quiere, ante todo, el fin, en el orden de la intención. El enfermo quiere, en
primer lugar, curarse: tal es su intención. Para esto tomará la medicina… “Finis primun in intentione, ultimátum in
executione”. “El fin primero en el
orden de la intención, es el último en el orden de la realización”.
[6]
San Francisco de Sales…: Dios “eligió crear a los hombres y a los ángeles como
para acompañar a su Hijo, participar de sus gracias y de su gloria y adorarle y
alabarle eternamente” (Traité de l’Amour
de Dieu, t. II, cap. IV, p. 100).
[7]
René Marie de la Broise, “Etudes” de los Padres jesuitas, t. LXXIX, 301.
[10]
Epístola de San Pablo a los Colosenses, I, 12-20… Epístola de la Fiesta de
Cristo Rey.
[11]
Excelente ocasión para destacar cuán perfectamente ilustra este pasaje la
doctrina de Pío XII en Humani generis.
“Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan, de por sí
nuestro asentimiento, pretextando que los romanos pontífices no ejercen en
ellas la suprema potestad de su magisterio. Pues son enseñanzas del magisterio
ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a Mí me oye, y, la
mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las encíclicas
pertenece —por otras
razones— al patrimonio
de la doctrina católica…”.
[12] Op. cit., t. VIII, p. 62 y 63.
[13] Op. cit., t. V, p. 179-180.
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