lunes, 21 de octubre de 2013

La bondad y el celo de un alma apostólica

San Pío X cuando era obispo de Mantua
“Un sacerdote, a quien conocí mucho, llegaba a su primera parroquia. Creyó suyo visitar a cada familia. Judíos, protestantes y aun los mismos francmasones no fueron excluidos, y anunció desde el púlpito que cada año renovaría la visita. Esto produjo gran emoción entre sus colegas, que se quejaron al obispo. Este llama inmediatamente al acusado y le amonesta seriamente. “Monseñor, respondió con humildad el cura: Jesús en su Evangelio ordena al pastor conducir al rebaño todas las ovejas, oportet illas adducere. ¿Cómo conseguir esto si no se va en busca suya? Por otra parte, yo no transijo jamás sobre los principios doctrinales y me limito a manifestar mi solicitud y mi caridad a todas las almas, aun a las descarriadas, que el Señor me ha confiado. He anunciado públicamente esas visitas desde el púlpito; si vuestro deseo formal es de que no las haga, dignaos darme la prohibición por escrito, a fin de que se sepa que no hago con ello más que someterme a vuestras órdenes”. Conmovido por la precisión y entereza de este lenguaje, el obispo no insistió más. El tiempo, por lo demás, dio la razón a este sacerdote, quien tuvo el consuelo de convertir a algunos de aquellos descarriados e indujo a los demás a que profesaran gran respeto a nuestra religión. El humilde párroco ha llegado a ser, por voluntad del Señor, el Papa que os da, amado hijo, esta lección de caridad. Manteneos, pues, firmes sobre los principios, pero que vuestra caridad se extienda a todos los hombres, aunque entre ellas halla enemigos encarnizados de la Iglesia”*

Al centro, San Pío X cuando era cardenal patriarca de Venecia

Estas palabras son del mismo Papa San Pío X contando un hecho de su propia vida, citadas por Dom Chautard en su magnífica obra El Alma de Todo Apostolado, parte IV, cap. IV.

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