Plinio Corrêa de Oliveira
Hemos visto que a medida que un pueblo se desarrolla, la ley que él elabora es una especie de desdoblamiento o despliegue del conjunto de sus mitos y convicciones iniciales. Los miembros de ese pueblo no exigen un fundamento racional para esos mitos; ellos unánimemente aceptan ese conjunto de mitos y convicciones como evidente sin necesidad de demostración.
Es
muy interesante preguntarse cómo, a-racionalmente, esas convicciones se establecen
firme y unánimemente en el espíritu de un pueblo.
La vocación histórica
de los griegos
Como
nota al margen, quiero recalcar que antes de los griegos, el mundo no había conocido
la filosofía como tal. Antes de los griegos no existió un cuestionamiento
ordenado, metódico, lógico acerca del hombre, de su naturaleza y de sus
objetivos, analizándolos como un sistema.
Aristóteles y Platón, los mayores exponentes de la filosofía clásica |
Sabemos
que Dios dio revelación a los judíos. Yo diría que Él dio el don de la
filosofía a los griegos. Esta opinión se ve confirmada en San Pablo, cuando
dice: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan la sabiduría” (1
Corintios 1,22). San Pablo estaba escribiendo en la lengua griega para los
griegos, por lo tanto, la expresión “buscan sabiduría” es sinónimo de
philosophia, que significa literalmente “el amigo de la sabiduría” (filo =
amigo de y sophia = sabiduría). Así, San Pablo se refiere al amor de los
griegos por la filosofía. Incluso sin este texto de la Escritura, sabemos por
la historia que los griegos recibieron el don de la filosofía, pero es bueno
tener esta confirmación indirecta en las palabras de San Pablo inspiradas por
el Espíritu Santo. Los judíos, tuvieron la revelación, no tuvieron la
filosofía.
Con
los griegos, por primera vez el hombre comenzó a ordenar las grandes preguntas acerca
de la vida y del hombre. Hoy nos parece increíble que, hasta entonces, el
hombre haya ignorado esas cuestiones, que se volvieron elementales después de
los griegos. Esto es porque Dios todavía no le había dado ese don a la
humanidad. Este don no es un don sobrenatural, sino un don natural, como el
sentido musical que Él les dio a los italianos.
La
ausencia de esa herramienta filosófica explica por qué los pueblos de la
antigüedad tuvieron tantas fábulas y leyendas que eran creídas casi sin
reflexión.
Puesto
que pertenecemos a una civilización que, directa o indirectamente mantiene el
legado cultural de Roma y Grecia, para nosotros la razón es el primer paso del
pensamiento. Razonar es pensar. Pero esto no es común en nuestra decadente naturaleza
humana manchada por el pecado original.
Esto
también explica por qué casi no había guerras ideológicas entre los pueblos
antiguos. Entre los asirios, babilonios, persas, etc., sólo hubo breves
episodios de conflictos entre clases, e incluso cuando ocurrían, no se basaban
en una filosofía, como el marxismo.
El abandono del legado
del razonamiento
Los impulsos, la euforia y las sensaciones, es el resultado del abandono de la razon |
En
la medida en que el hombre decae, su capacidad de razonar disminuye. El hombre
del siglo XVIII era más filosófico que el hombre del siglo XIX, y el segundo era
mucho más filosófico que el hombre del siglo XX. Con cada siglo que pasa, el hombre
razona menos debido a la pereza de pensar y disciplinar nuestra mente. Esto es
más o menos como un hombre que aprendió a caminar erguido y luego vuelve a
gatear como un niño. Esto representa la decadencia de nuestra época.
Nosotros,
los contrarrevolucionarios debemos razonar e invitar a todos a razonar. La
reticencia al pensamiento es la invasión del virus revolucionario, que es el
virus de neo-paganismo.
San
Pablo define la fe como un obsequium
rationabile (Rom 12, 1), un don dado a la razón con el fin de iluminarla y
dirigirla. Por lo tanto, supone el funcionamiento normal de la razón.
Cuando
la revolución nos dice que no debemos razonar sobre lo que vemos y nos sugiere
que es suficiente tener sólo una visión fugaz de la realidad, nos está llevando
a neo-paganismo. El paganismo no razonaba, propiamente hablando, sino se
desarrolló en estas miradas fugaces que todos compartían unánimemente.
Los defectos en los
mitos y la razón & la infalibilidad de la Iglesia
La fe es una fortaleza que defiende a la civilización cristiana de los errores y las herejías |
La
creencia en un mito puede ser más profunda que el razonamiento en sí. Vemos
esto, por ejemplo, con los partidarios del brahmanismo. Independientemente de
lo que piensan, el mito es erróneo. Aquellos que lo siguen a menudo pueden ver
que sus fábulas no son razonables, sin embargo, ellos optan por escapar de la
realidad y se entregan a la fantasía. Este escapismo tiene una explicación.
Si
no fuera por la fe, la razón a menudo puede decepcionar a un hombre. Por
ejemplo, yo sé que la razón es un medio para conocer la verdad, pero luego veo
que me he equivocado en muchos puntos de mi pensamiento. A veces la razón me
informa de la verdad, en otras ocasiones no es así; incluso otras veces me dice
una mentira. Por lo tanto, ¿cómo puedo confiar en la razón?
La
respuesta a esta pregunta es que hay una autoridad establecida por Dios que me
enseña la verdad; con ella puedo comprobar si mi pensamiento es correcto o no.
De esta manera, la razón está en paz. Cuando llego a una conclusión en
conformidad con dicha autoridad, estoy en el camino correcto; y cuando mi
conclusión choca con esa autoridad, estoy equivocado. Pero yo estoy en paz ―incluso
cuando estoy equivocado― porque sé que la Iglesia objetivamente estudió ese
tema, llegando a la conclusión correcta, y está ahí para corregirme.
El
naturalismo nos dice que el objetivo principal de la razón es comprender el
aspecto más profundo de la realidad. Yo creo que hay algo más esencial. El
objetivo principal de un hombre concebido en pecado original no consiste en
sondear los aspectos más profundos de la realidad, sino en estar en lo
correcto. Su primera preocupación no es estar en el error; entonces, si él está
en el camino correcto, él puede ir más profundo. Si está equivocado,
profundizar sólo hace que su situación empeore.
Por
lo tanto, debemos tener el hábito de verificar todo lo que pensamos con las
enseñanzas de la Iglesia. Incluso deberíamos revisar las cosas que sentimos en
nuestro subconsciente. Aquello que aprueba el test, lo podemos mantener; lo que
no, debemos descartarlo. El verdadero católico no puede tener zonas de su alma
que no estén aprobadas por el magisterio de la Iglesia. Este orden y limpieza
es una necesidad.
La unanimidad de la
creencia en el origen de una sociedad
Después
de esta digresión sobre la razón y el papel de los griegos, vuelvo a la
pregunta inicial acerca de cómo se forman los mitos-convicciones de un pueblo.
Es
mi opinión que una sociedad orgánica no puede desarrollarse a menos que exista
un consenso sobre algunas afirmaciones básicas. No estoy diciendo que esas
afirmaciones siempre son verdaderas. Hemos visto el caso de los romanos que
creían en el mito de su dios Quirino. El mito era errado, pero esa unanimidad
de la creencia en él era indispensable para la formación de su sociedad.
Para
ser orgánica, una sociedad no debe tener riñas internas; todos sus miembros
deben trabajar juntos para sacar de ese depósito original todos los frutos que
pueden. Su desarrollo viene de la inter-colaboración entre todos. Este
movimiento genera las costumbres que son pacíficamente aceptadas por todos.
Cuando
una sociedad carece de esto y está volcada hacia disputas internas, como
podemos ver en las democracias modernas, una sociedad orgánica se hace
imposible. Estas divergencias son enfermedades que matan a una sociedad orgánica;
la sociedad se vuelve inorgánica.
Alguien
podría objetar: “¿Está diciendo que o bien tenemos que tener el tipo de
unanimidad propio de los pueblos primitivos para construir una sociedad
orgánica o sino nuestra sociedad estará enferma?”.
Respondo:
No, estoy diciendo que si usted tiene una sociedad basada en la razón e
iluminada por la fe, las cosas se desarrollan correctamente. Las opiniones
sostenidas por todos guiadas por una verdad racional, que es dirigida por el
magisterio divino e infalible de la Iglesia, crea las condiciones ideales para
una sociedad orgánica.
No
defiendo la ecuación de que el consenso es igual a sociedad orgánica, y como una
sociedad orgánica es igual a perfección, entonces toda sociedad basada en el
consenso equivale a una sociedad perfecta.
El
consenso no es igual a perfección. Es la posesión de la verdad lo que es igual
a perfección. El hombre sólo tiene la posesión de la verdad cuando su razón se
ordena a los principios de la filosofía iluminada por la fe. En las demás
cosas, él es falible. Pero cuando esto sucede, tenemos un consenso de que se
encuentra dentro del contexto de la civilización católica.
Dentro
de este contexto, cada hombre es único; cada uno ve un aspecto de la verdad de
una manera especial y excelente. En conjunto, esto crea un convivio armónico,
un fruto que da la mejor idea de la verdad que uno puede tener.
Creo
que con esto nos acercamos a la característica más profunda de una sociedad
orgánica.
Publicado
originalmente en TIA
Véanse
los 5 artículos anteriores que completan esta serie:
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