La supremacía de la tradición,
del derecho, del esplendor y de la sacralidad sobre la riqueza y el poder
militar
Plinio
Corrêa de Oliveira
Reunión santo del día[1] del 27 de mayo de 1974
Haremos hoy algo en la línea de
los Ambientes,Costumbres y Civilizaciones para poner en evidencia lo siguiente: uno de
los aspectos que más marcan la Revolución actualmente es lo que sus secuaces
más modernos llaman de “desmitificación” o “desacralización”.
Para
comprender bien lo que eso significa, tenemos, antes que nada que entender la
noción que los revolucionarios tienen del “mito” o de cosas “sagradas”. Para
llegar hasta el fondo de la noción, en dos palabras yo diría lo siguiente: en
la pieza de Edmond Rostand intitulada “Chanteclair”, él hace uso de la figura
principal de su composición, que es el gallo, para decir al sol algo en esta
línea: “Gloria a ti, oh sol, sin el cual las cosas no serían lo que son”.
Quiere
decir, viene un rayo de sol y cae sobre una simple cartulina, por ejemplo, y
esa incidencia puede sacar de la cartulina efectos magníficos, por donde de
hecho no hay una mentira en lo que el rayo de sol presenta, sino que acrecienta
algo a la cartulina que le confiere una belleza especial.
Recuerdo
que durante años yo pasaba por la calle de la Consolación camino al colegio San
Luis, y siempre encontraba en una mansarda un vidrio de ventana sucio abierto.
La propietaria de la mansarda no alcanzaba la ventana y el sol golpeaba sobre
ese vidrio y era un verdadero esplendor. Sobre la suciedad, el sol refulgía y
hacia un espejo maravilloso y yo siempre me divertía buscando descubrir en mi
alma cuántas cosas quería decir eso: el cielo iluminando la suciedad y en
reflejándose en ella, sacando de este modo de la suciedad un brillo especial…
Así,
las cosas vistas por el hombre con verdadero espíritu filosófico ―y
sobretodo con espíritu de fe― reflejan algo de un orden
superior. O sea, ella tiene una analogía, una semejanza con algo que existe.
Por
ejemplo, un puñado de vidrios rotos en el cual refulge el sol tiene una
analogía con lo brillante, aunque éste sea mucho más que el puñado de vidrios
rotos. A su vez, lo brillante posee una analogía con alguna piedra maravillosa
que existiría en el paraíso terrenal en comparación con el cual el brillante no
era él mismo sino un pedazo de vidrio roto. Pero lo brillante del paraíso
terrenal tiene una analogía con alguna substancia que existe en el paraíso
celestial cerca del cual él mismo no es sino un pedazo de vidrio roto…
Y
esta cosa preciosísima del paraíso celestial no es sino un pedazo de vidrio
roto y hasta menos que un pedazo de vidrio roto en comparación con la
inteligencia del menos dotado de los hombres, porque lo brillante que brilla es
el símbolo de la inteligencia. Hasta se acostumbra decir que cuando una persona
es muy inteligente, ella tiene una “inteligencia brillante”.
El
menos dotado de los hombres tiene incomparablemente más luz en sí de que un
brillante, porque posee una luz de otra naturaleza. Pero ese mismo hombre es, a
su vez, una imagen de una persona inteligente. Esta, a su vez, es una imagen
del ángel. Éste es una imagen de Dios…
Entonces,
a partir del pedazo de vidrio roto de ventana ―por
sucesivas ascensiones―, los Sres. pueden llegar hasta
la perfección infinita que es Dios nuestro Señor.
El
espíritu bien formado busca ver siempre en una cosa la imagen de algo más
elevado y busca siempre dirigir el espíritu para una consideración más elevada,
siendo insaciable de analogías de esas hasta llegar a Dios. Es por esta forma
que utilizamos todas las cosas creadas para subir hasta Dios nuestro Señor.
Esto
que se puede decir en el orden natural, sobretodo se puede decir del orden de
la gracia. Porque ella ilumina más a los hombres de lo que el sol ilumina a
todas las criaturas de la tierra. La gracia, a su vez, es un don sobrenatural,
creado por Dios y a través de la cual podemos tener una idea de cómo es Dios
nuestro Señor…
El
resultado de esa tendencia de espíritu consiste en que todos los pueblos que tienen
un mínimo de sanidad psicológica, de sanidad mental, buscan presentar todos los
aspectos de la realidad, de manera de hacer con que tales aspectos reporten a
una realidad superior.
Coronel John Ripley, héroe de la guerra de Vietnam, 29/06/1939 – 1/11/2008 |
Entonces, por ejemplo, si
consideramos a un militar,
gustaríamos de verlo revestido de un uniforme que nos hiciese pensar en el
esplendor del coraje que es el trazo distintivo del militar. Y eso de tal
manera que nosotros, de “proche en proche”, acabamos reflexionando en el coraje
angélico y en el vigor con que San Miguel Arcángel expulsó del cielo al
demonio. De donde entonces el gusto de un cierto esplendor por el uniforme
militar.
San Felipe Neri celebrando la santa misa |
Si consideramos al sacerdote
cuando está en el ejercicio de sus funciones, debemos querer considerar en él
la sacralidad de su misión. A través de esa consideración, algo que nos haga
pensar en Dios. De suerte que es útil y beneficioso realzar la figura del sacerdote ―sobretodo
cuando está celebrando la santa misa― con adornos que nos den una idea de la importancia de su misión y a
través de esa nos haga pensar en Dios.
Así
también podríamos decir de cualquier otra profesión. El profesor universitario,
por ejemplo. Lo normal es que él dé clases con toga. ¿Por qué? Para realzar el
esplendor, la gravedad, la importancia del oficio y de la misión del profesor.
El traje material realza la idea de la misión; la idea de la misión nos lleva a
Dios, fuente de toda verdad y Maestro de todos los profesores.
Entonces,
hay una tendencia natural del espíritu que no es ateo en ver siempre algo de
más alto como que presente en lo que es inferior y busca realzar lo que está
más abajo para conducir al espíritu hasta lo que está más elevado.
Esto,
que es una tradición de la civilización católica, es un principio que ella
transformó y aplicó en innumerables hábitos sanos que quedaron vivos hasta
nuestros días. Es precisamente esto que el espíritu moderno considera “mito”.
El ver en una cosa la presencia de una realidad superior, y hacer de aquello un
“mito”. O sea, procurar ver algo por sus aspectos más altos sería “mitificar”,
sería considerar ese algo de modo fantasioso y de imaginario.
Entonces,
esto que para nosotros es una serie de elevaciones que nos conducen hasta Dios,
para el ateo es una serie de “mitos” que nos conducirían hasta la mentira.
Porque Dios no existe para él y no existiendo, evidentemente es un mito que
esas cosas puedan conducir hasta Dios, y todo eso no es sino poesía y vacío.
De
donde entonces la tendencia para lo que ellos llaman “desmitificación” o la
desacralización. Quiere decir, quitar de las coas todos sus adornos, probar de
todas las formas de belleza para presentarla lo más tierra-tierra “como ellas
son”, para evitar la mitificación, la sacralización.
Francisco José recibe a los príncipes alemanes (como Guillermo II) en la sala María Antonieta. Palacio de Schönbrunn, Viena, 1908 (por Franz von Matsch) |
El
encuentro, representado en el cuadro que analizaremos, se da en el palacio de
Schönbrunn, en Viena, en 1908, precisamente en el remoto año en que nací. Tal
encuentro tiene los siguientes antecedentes: Francisco José celebraba en
aquella ocasión 60 años de reinado. Él subió al trono muy cerca de la muerte de
un tío y que era descendiente de los emperadores del Sacro Imperio Romano
Germano.
Simplificando
mucho la narración histórica, durante buena parte de su reino, Francisco José
fue el jefe de todos los pueblos de lengua alemana; el Sacro Imperio había sido
abolido, pero fue substituido por Napoleón Bonaparte por una organización
llamada Confederación Germánica y los emperadores de Austria eran los
presidentes herederos de esa Confederación.
Por
cerca de la mitad del siglo XIX, Prusia promovió una coalición de estados
germánicos contra él, lo expulsó de la Confederación Germánica, quedando,
entonces, emperador de Austria y Hungría. Y los demás pueblos de lengua
germánica pasaron a constituir un solo imperio, bajo la dirección del Kaiser.
Entonces,
había varios reyes, príncipes que eran señores de diversas partes del
territorio alemán, pero el Kaiser era el jefe de todos ellos. Francisco José ―además
de ser de las más antiguas dinastías de Europa y ciertamente de la más ilustre
y de la más sacra de todas ellas que es la Casa de Austria―
quedó expulsado del mundo alemán y presidiendo apenas un conglomerado de estados de lengua magiar, de lengua eslava,
un poquito de lengua italiana, etc., que se llamaba la monarquía austrohúngara.
Él
estaba, por lo tanto, en un estado de resentimiento en relación al mundo
alemán. Como Guillermo II necesitaba de su apoyo, por ocasión del 60º
aniversario del reinado de Francisco José, el Kaiser fue acompañado de una
comisión de príncipes alemanes para visitarlo. El cuadro representa la sala
María Antonieta del castillo de Schönbrunn, en el cual están siendo recibidos.
Los
Sres. están viendo una escena altamente sacralizada, en el sentido siguiente:
el esplendor del ceremonial militar y del ceremonial estatal es llevado al
máximo de la gala y de la pompa para reportar al espíritu las consideraciones
más altas que digan respecto a Dios nuestro Señor.
Francisco
José está solo en frente de todos los otros príncipes alemanes. El Kaiser está
con el penacho grande. Todos los otros son reyes y príncipes de pequeños
estados alemanes.
En
Alemania había tres ciudades libres con organización burguesa, no eran
monarquías, sino repúblicas: Bremen, Hamburgo y Lübeck. Aquí está el
representante de una de esas ciudades libres.
El
Sr. “X”, gran especialista en estas cosas, me dio hasta una lista de los
principales monarcas aquí presentes: este viejo de barba blanca es el regente
de Baviera; al lado de él, el rey de Sajonia; parece que este bien junto al
marco del cuadro de María Antonieta es el rey de Würtemberg; este con uniforme
azul con borlas doradas es el duque de Saxe Meinigen, si no me engaño. Los
otros son representantes de príncipes alemanes.
Los
Sres. tienen ahí la atención tomada por una idea de gran esplendor. Los Sres. notan
cómo todo es luminoso: la sala tiene una luz… es la luz natural, pero es una
luz como que plateada que se refleja en las paredes, que rebotan en el piso…
Se
diría que el piso es una piedra preciosa sobre el cual ellos están pisando,
cuyo reflejo incide en el blanco de la mese junto a la cual está encostado
Francisco José, bien como en el blanco de los penachos de los capacetes de los
varios príncipes ahí presentes; refulge en la borla dorada que ese duque usa;
refulge en los lustres, en los espejos… hay una inundación de luz.
Esa
luz brilla en las condecoraciones, en las dragonas, por todas partes lo que los
Sres. ven es luz y esplendor. De otro lado, los Sres. notan las personas todas
ellas en una actitud de mucha compostura y de mucho respeto de quien sabe quien
es, lo que representa, que usa ese uniforme por respeto para consigo mismo y
para con su propio cargo.
La
idea es sublimar cuanto posible el poder
público, el Estado, por respeto a la dignidad de la criatura humana a la cual
el Estado es llamado gobernar.
Los
Sres. ven el aire militar de ellos, lo que confiere una idea de poder, de
fuerza, de tal manera que se podría decir: fuerza,
esplendor, sacralidad, son elementos muy presentes en ese cuadro.
Aquí
los Sres. tienen a Alemania, pero Alemania dominada por Prusia. El Kaiser tiene
un papel en la mano, que puede ser el texto de un discurso que está leyendo o
acabó de leer, y Francisco José lo oyó o está oyendo el saludo.
¡Un
verdadero primor es Francisco José! Son dos escuelas completamente diferentes.
La Alemania nueva, militar, industrial que es representada por el Kaiser y por
los que lo siguen. La vieja Alemania, antigua, sacral, noble, distinguida ―guerrera,
es verdad, pero no principalmente guerrera, sino patriarcal―
que está representada por el emperador de Austria. Son dos figuras diversas, dos ideas diversas: la de Alemania
militarista, pre-nazista, y la idea del viejo mundo germánico, sacro y
católico.
Los
Sres. observen esto de curioso: Francisco José está enteramente sólo, no se
hace acompañar de nadie; su uniforme es simple, tres colores apenas: una túnica
blanca, unos pantalones rojos con un galeón dorado que viene de alto a bajo.
Dorado, rojo, blanco… por coincidencia los colores de la TFP. Él trae una faja
que es de una condecoración, que viene en diagonal sobre el pecho y tiene en
las manos un casco con plumas de un verde claro y discreto.
Él
enteramente solo, pesa en la balanza tanto cuanto o más de que todos los otros
reunidos. Se tiene la impresión que los otros hacen fuerza para ser tanto
cuanto él. De otro lado, una cierta simplicidad en su actitud, en cuanto los
otros están erguidos, con el cuello alto para dar la idea de que valen alguna
cosa. Francisco José está en una naturalidad completa, pero al mismo tiempo
tiene una distinción que deja a todos los otros en el zapato… A tal punto que
los Sres. observen que hay una especie de vacío en torno de él y que nadie
llega cerca de él.
Consideren
la fisonomía de él: es un hombre sumamente consciente de que no necesita de
arreglos, ni de nada para ser él mismo. Tiene atrás de sí siglos de historia,
siglos de gloria; posee un derecho que la fuerza no violó y por causa de eso
recibe a sus visitantes de modo serio, afable, pero no risueño.
Recibe
visitantes en relación a los cuales tiene una queja, la cual él vela con toda
urbanidad. Pero está quejoso y los mira con una fisonomía como quien dice lo
siguiente: “Mucha simplicidad, etc., etc., pero miren aquí mi palacio, símbolo
de mi fuerza. Si hubiere nueva guerra, yo recibo en la punta de la espada
porque yo no me dejo dominar por nadie”. Esto queda insinuado con toda la
afabilidad, con toda dignidad, con toda distinción.
Ahí
el comentario podría ser: cuánto vale la
tradición, cuánto vale el derecho, cuánto vale la sacralidad por encima de todas
esas cosas como riqueza, poder, etc…
Para
quien analiza el ambiente, hay un valor simbólico especial en ese cuadro aquí
de María Antonieta. Es un cuadro que la mayor parte de esos príncipes abomina.
Todos ellos o casi todos son muy anti-franceses. Austria, por el contrario, en
el último periodo de la monarquía austriaca, era muy pro-francesa.
Los
Sres. ven al militarista alemán desdeñando el charme austriaco y la gracia
francesa, considerando que todo se consigue por la espada. Allí atrás
(refiriéndose a María Antonieta) está el símbolo del charme austriaco y de la
gracia francesa: el cuadro representa a María Antonieta, reina de Francia,
pintada por Mme. Vigée Lebrun, uno de los cuadros más famosos y también más
graciosos representando a la reina mártir.
Los
Sres. saben que María Antonieta era austriaca
y que mandó ese cuadro para María Teresa, que era su madre y emperatriz
del Sacro Imperio Romano Germano, por lo tanto, antecesora de Francisco José en
el trono imperial.
Hay
una antítesis entre dos mundos: aquí (refiriéndose al Kaiser y a los príncipes
alemanes) el esplendor de la fuerza, del poder, de la riqueza. Por encima de
ese esplendor los Sres. tiene brillando aquí
solo, el esplendor de la fuerza también, del poder también, de la riqueza
también, pero que considera la fuerza, el poder y la riqueza valores
secundarios, y que da importancia a la historia, a la tradición y a la
sacralidad. Ahí los Sres. tienen a Francisco José.
Los Sres. tienen
ahí un aspecto maravilloso de la civilización cristiana.
Ya
no se ve una ceremonia pública que tenga ese esplendor, ni de lejos e incluso
los hombres de esta categoría van siendo cada vez más raros. Hay un descenso en
todo. Porque nada es hecho para recordar algo de más elevado y menos aún para
reportar a Dios. Hay un achatamiento, la invasión de la vulgaridad ―para
no decir de la indecencia― a fin de
substituir lo maravilloso de otros tiempos…
(Parte inaudible)
No, cuando se es
él, no. El Sr. imagina una señora que tiene un broche de brillantes. Es una
cosa muy bonita. Pero si ella tiene un súper brillante solo, ella usar aquello
en una cadena colgada al pecho vale más de que un collar de 500 brillantitos.
Pero tiene que ser un súper brillante…
En
este cuadro, de un lado los Sres. tienen un brillante con la ayuda de los
otros; allí los Sres. tienen un brillante solitario que reluce solo.
(Aparte:
¿El señor podría explicar cuál es el proceso del alma para considerar este
cuadro y hacer el recorrido que el señor indicó?)
Es
la lógica. Toda alma habituada a analizar todas las cosas con esta
preocupación, por vía de la lógica, llega hasta allá.
Para hacer eso es
preciso propiamente
no comenzar por ahí, sino comenzar por
amar el brillo de todas las cosas en abstracto, tener un modo de alma por donde
se quiera siempre lo más alto, lo más elevado y ser insaciable en ese punto.
Entonces, cuando se mira para esas cosas, la gente puede hacer esos largos
análisis.
El primer punto
es el aprovechamiento de la gracia bautismal, de la rectitud que el pecado
original no quita enteramente al hombre, de
la rectitud por donde el espíritu humano, en sus primeros movimientos, ya se
dirige a lo más alto.
Es
claro que quien toma con mucha con-naturalidad
lo que hay de horrible y monstruoso hoy en día, embota el alma para
consideraciones de esas, es evidente. Quien, por ejemplo, mira para esos
camiones de basura, con aquel aparato medio cónico de triturar, con mal olor,
el ruido que hace, y dice “¡esta mecánica qué bonita es!..., ese ―al
considerar un cuadro como el que comentamos― no
ve nada… Pero es porque ya antes él hizo una renuncia… Cuando él tuvo una
exclamación de ese género delante del camión de basura, ya está listo para ver
todas las cosas al nivel del suelo.
(Parte
inaudible)
No
se es arrogante cuando se sabe que se representa a Dios y no está hablando con
pretensión propia. Exactamente lo que no se nota sobre todo en el Kaiser. Él es
un hombre que considera que su poder viene de la fuerza de las armas. Otro que
es del mismo género ―el Sr. “X” no tiene certeza―
pero parece que es el rey de Würtemberg. No sé si perciben la acidez y la
impertinencia con que está mirando para Francisco José. Observen la punta de
los pies de él, el pescuezo, todo lo de él está en la punta para ver si queda
más alto que Francisco José. Francisco José ni siquiera está mirando para él.
No puede competir porque no simplemente no se puede.
Toda
la manera de ser del Kaiser es de un hombre que confía en el poder, en el poder
de la riqueza, en el poder de las tropas y en la fascinación personal de la
personalidad de él para llevar la nación a la guerra. Ese es el Kaiser.
Los
Sres. vean a Francisco José. Él no
está nada arrogante, sino natural, ni siquiera está preguntándose si es un gran
hombre… Pero sabe otra cosa: él tiene un gran derecho y atrás de sí una gran
historia, y ese derecho es un derecho
sacro: es el de los emperadores del Sacro Imperio. Y él sabe que ese derecho
brilla en él no como una luz que habita dentro de sí, sino que viene de fuera y
que lo circunda. Ese es el sacro emperador.
Aquí está la
impertinencia; allí está la dignidad. Hay un abismo entre ambos…
Los
Sres. consideren ese regente de Baviera, por ejemplo. Los Sres. están viendo
cómo es diferente del Kaiser: un hombre viejo, tranquilo, digno, mirando para
Francisco José hasta con cierto respeto como diciendo: “¡Oh, qué hombre!...”. Casi
como si dijera: “Oh, qué ganas tengo de haber sido de este emperador y no de
este otro”. Él no está sin siquiera un poco de aire arrogante, porque está
haciendo el reconocimiento de una superioridad real.
Siempre
que nosotros nos queremos mostrar en campaña, contar con nuestra propia
presentación personal para brillar, corremos el riesgo de quedar arrogantes.
Cuando consideramos que somos heraldo de una causa, que somos siervos de una
causa y que debemos apenas hacer brillar la causa, la arrogancia sale de
nosotros.
El presente texto
es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una
conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el
autor.
Si el Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase
explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia
en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus
propias palabras:
“Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la
enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no
está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en
el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera
edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.
[1] Los santos del día eran unas
breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario
relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.
Sublime artículo. ¡Brillante! Se agradece su publicación.
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