Plinio Corrêa
de Oliveira
Por lo que he podido observar, es la admiración lo que
realmente hace que las personas se
unan para formar grupos.
Cada uno de nosotros fue creado sobre todo para adorar a Dios en un aspecto especial de
su perfección. Durante nuestras vidas, ya consciente o inconscientemente, de una manera más o menos definida, buscamos a una o varias personas que estén impregnadas por esa perfección que vive en Dios. Cuando consideramos esa perfección como un reflejo de Dios,
ello despierta simultáneamente una gran
admiración y un enorme afecto. La
admiración y el afecto nacen
de la misma raíz.
Cuando alguien que está en este camino encuentra ya sea a una
persona, grupo, institución, ambiente o incluso un
simple libro que lo alimenta o confirma
en esa admiración que él siente
por una perfección particular de
Dios, entonces se siente que está realmente haciendo lo que debería hacer en su vida
y adquiere una
gran paz. Movido por su inocencia,
la persona ya está
buscando en esta vida la satisfacción por aquella
profunda predisposición del alma.
Rothenburg, una ciudad construida sobre la admiración común por la inocencia y la seriedad |
A menudo la persona viaja en un peregrinaje personal e inconsciente buscando otras personas que le proporcionen un
argumento o le den una respuesta para
satisfacer lo que él está
buscando en Dios. Muchas veces
no se da cuenta que está buscando a Dios.
Él busca una cierta perfección, una cierta excelencia humana que refleje una perfección y una excelencia de Dios. Cuando lo encuentra, él
la admira.
Según el orden natural, los que están llamados
reflejar una perfección similar de Dios son los miembros de una misma familia. Sin embargo, este no
es siempre el caso. Por ejemplo, la vida de San Francisco de Asís y Santo Tomás de Aquino nos muestran que sus familias trataron de desviarlos de la admiración a la que estaban
llamados a poseer por la pobreza
y la sabiduría respectivamente. No
obstante, la tendencia natural es encontrar esta afinidad en la
propia familia. La vida de San Isidoro
de Sevilla, que fue el hermano de San Leandro de Sevilla, San Fulgencio de Cartagena y Santa Florentina, proporcionan
un ejemplo que nos muestra cómo esta
regla de la naturaleza se aplica
y cómo la familia puede favorecer una mutua admiración por las perfecciones de Dios.
Cuando una familia está bien ordenada, ella o conoce, o se esfuerza instintivamente por encontrar
su luz primordial, es decir, aquella especial virtud o perfección que está llamada a reflejar de Dios. Entonces ella admira esa perfección
y se esfuerza por favorecer esa admiración tanto como sea posible. La admiración en común es la mejor manera de mantener una familia unida.
La admiración genera dedicación y un sentido de sacrificio por ese ideal.
Cuando el padre, la madre, los hijos y por extensión la
familia se esfuerzan todos por la realización de un
ideal, este ideal se convierte en
un muy gran principio orientador para la familia. Los problemas se hacen mucho más fáciles
de resolver. La paciencia mutua, el respeto, la fidelidad de los esposos,
y la obediencia de los hijos son las consecuencias naturales de esta admiración
común. Cada miembro
de la familia está volcado hacia un
objetivo religioso o metafísico más alto, en vez de estar
simplemente volcados hacia sí mismos.
San Agustín y Santa Mónica: un afecto mutuo fortalecido por el deseo de realizar un reflejo especial de Dios |
Hay familias, sin embargo, que no construyen
sus vidas sobre una admiración
común, sino que la construyen sólo en el afecto. El
afecto es, sin duda, un sentimiento muy noble. Sin embargo, el afecto da lo mejor de sí mismo cuando está subordinado a la admiración. Un afecto que nace de la admiración por un ideal común es un afecto profundo,
estable y que se mantiene en el tiempo.
El afecto es la relación placentera que disfrutan dos personas porque
comparten los mismos principios e
ideales más altos que los de
carácter personal. Ellos también valoran y aprecian
lo que tales principios e ideales tienen de digno e importante.
Incluso los afectos paterno y filial
nacidos de la naturaleza ―por
ejemplo, la paternidad y maternidad son la causa
inmediata del hijo― deben elevarse
a la altura de esta común admiración de principios e ideales. De lo contrario, incluso estos afectos naturales decaerán.
Un padre cuyos hijos tienen esta admiración católica podrá darse cuenta que la fidelidad que ellos tienen a ese ideal no constreñirá
la personalidad de los hijos, sino más
bien ampliará sus horizontes, lo que hará que los hijos superen sus incompatibilidades,
y se unan en una gran armonía con el paso del tiempo.
Las familias que construyen sus vidas basadas sólo en el afecto, sin admiración, por lo general enfrentan más
problemas. El afecto sin admiración es un sentimiento que se vuelve egoísta. Por
lo tanto, la vida familiar se convierte en un conjunto de relaciones en las que la madre ―por lo general son las madres las que hacen esto― trata de crear un ambiente de afecto para mantener la familia unida. Pero las madres a menudo no se dan cuenta
de que esta relación carece de
principios, carece de ideales.
Sin ellos, el afecto se convierte en un
fin en sí mismo, un pote de miel que no atrae a los
miembros de la familia. La casa se convierte en un lugar donde sus miembros se reúnen para comer y dormir,
pero cada vez menos un lugar para "”estar
en casa”, para descansar y vivir. Los hijos
van a sus juegos, las hijas a sus compromisos, y muchas veces el marido también se va para su club. Y
la madre se queda sola en casa y
frustrada tratando de descubrir qué hizo mal.
Este afecto sin principios también
se deja abrir a todo tipo de concesiones
con respecto a las malas acciones de los miembros de la familia. Los padres que no tienen principios creen que si no consienten con las
malas acciones o actitudes de los
miembros de la familia, hará que las
cosas empeoren aún más. Luego, o
ellos consienten o cierran sus ojos a esas malas
relaciones, esos malos modales, inmoralidades,
actitudes igualitarias, etc., a fin de
mantener la familia unida. Pero esto
realmente no funciona porque cuando
los hijos ven que
la vida familiar no tiene nada superior que dar, ellos
pierden el respeto por ella, y siguen su propio camino.
Es completamente
diferente cuando una familia se centra en la admiración y en la realización
del valor especial que Dios
la llamó a realizar, y ello da a sus hijos una
formación volcada hacia la admiración de ese valor, en vez de la mera ternura.
El presente texto es una adaptación resumida de la
transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira y no fue revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese
vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial
disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la
Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto
se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si,
por lapso, se expresa algo que no está conforme a aquella enseñanza, desde ya lo
rechaza categóricamente”.
Las palabras
“Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da
el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100
de "Catolicismo", en abril de 1959.
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