Plinio Corrêa de Oliveira
El orden de la historia es así. Para algunos pueblos la vida germina de una manera misteriosa, de una especie de sueño antes de la historia, donde podemos distinguir un cierto movimiento aquí y allá. En determinado momento, Dios toca uno de esos pueblos, y las cosas comienzan a ponerse en orden.
En esa etapa sueño, como cuando un niño en un determinado momento comienza a hablar, de manera semejante un pueblo comienza a elaborar su propio lenguaje. Así como en ese momento es un hito en la vida del niño, así también lo es en la prehistoria de un pueblo. Si un psicólogo perceptivo analizara los primeros balbuceos de un niño, él podría prever elementos del futuro discurso de esa persona en su plena madurez.
El mito del rey cruzado, San Luis IX de Francia, perdura desde hace siglos
En el proceso de crecimiento de un adolescente, así como también en el de un pueblo, surgen nuevas circunstancias y se unen para desarrollar y completar aquellos elementos que estaban en gestación en la fase de la infancia. En el adolescente delfín de Francia, por ejemplo, se podría predecir el futuro rey sol, Luis XIV.
En la adolescencia de una familia, se podría anticipar al líder de un clan que influiría en su familia por tres o cuatro generaciones. Su nieta, que se convirtió en madre de una familia, podría decirle a sus hijos: “Su abuelo no hizo cosas como esas”. Si bien que el hombre está muerto, él continuará gobernando su posteridad.
Pueblos llamados a desaparecer
Simétrica a la regla por la cual Dios llama a un pueblo a la vida para desempeñar su papel en la historia, hay una regla por la que Él hace que un pueblo desaparezca después que haya terminado su papel en la historia. De hecho, algunos pueblos desaparecen por completo. En Oceanía hay ciudades desiertas que una vez estuvieron pobladas por pueblos cuya memoria se ha perdido por completo. Sólo sabemos que una vez ellos existieron, y nada más.
Estos pueblos nos muestran cuán efímera es la historia y cómo los hombres deben estar volcados hacia Dios y la eternidad. Encontramos el paradigma de esta regla en el Diluvio, cuando Dios destruyó a todos los pueblos de la tierra para mostrar su poder y castigarlos por su infidelidad y decadente comportamiento.
Los grandes momentos y apogeos de la historia se equilibran por este aspecto fugaz de todos los asuntos humanos. Esto pone un freno a la soberbia del hombre y le impide caer en los peores males. Para dar una imagen de esta fugacidad, imagínese si las piezas en un tablero de ajedrez pudieran pensar y considerar que, más allá de ese tablero de ajedrez, hay todo un mundo que no pueden ver o controlar. Este aspecto efímero y fugaz de la historia nos invita a pensar en Dios, adorarlo y reflexionar sobre la realidad celestial a la que estamos llamados a compartir eternamente después de esta vida.
Pueblos llamados a marcar la historia para siempre
Hay algunos pueblos, sin embargo, que marcarán la historia para siempre. Y otros mueren y tienen resurrecciones. Particularmente sentimos la mano y la elección de Dios cuando Él hace que un pueblo entre en la historia o emerja de la muerte en una post-historia.
El surgimiento de un pueblo en la historia ocurrió, por ejemplo, cuando Dios le prometió a Abraham que sus descendientes serían el pueblo elegido: El rechazo o la aceptación de esa promesa constituye en una gran parte de la historia del Antiguo Testamento. Este fue también el caso cuando Clovis y los francos se convirtieron a la fe católica: de ahí vino la Gesta Dei per Francos, las obra de Dios a través de los francos, que constituyó una gran parte de la historia de la cristiandad.
Con el bautismo de Clovis, Francia entró en el escenario para interpretar su papel en la historia
Parece que estos dos pueblos, los judíos y franceses, sea para bien o para mal, van a durar hasta el final de la historia, puesto que Dios les hizo a ellos grandes promesas. Y, de acuerdo con el principio enseñado por San Pablo (Romanos 11, 2), Dios no revoca las promesas que Él hace.
Cuando comienza la primavera, las plantas de un jardín toman una nueva vida; de igual manera, cuando Dios llama a un pueblo, las interrelaciones de influencias y dinamismos entre sus individuos, familias, ciudades y regiones adquieren una nueva actividad y se desarrollan y florecen. Al hacer esto, ese pueblo marca la historia de una manera particularmente propia a él, para así cumplir la vocación que Dios le dio.
La post-vida de algunos pueblos
La post-vida de un pueblo también sigue algunas reglas. A veces Dios transforma el pasado de un pueblo en un mito y la leyenda que más tarde fascinarán a otras culturas y civilizaciones. Entonces, el mito mismo se duerme y esa historia se queda como en un estante de un museo hasta el momento en que un escritor, poeta o compositor lo saca del sarcófago y le da una nueva vida.
Esto fue lo que hizo Gustavo Flaubert por los antiguos cartagineses cuando escribió su exitosa novela Salanmbô. Salambó era una hija ficticia del renombrado general de Cartago Amílcar Barka, el padre de Aníbal. A través de la imagen que retrató en esa novela, la civilización de la antigua Cartago de alguna manera reapareció en el siglo XIX.
Otro ejemplo es el mito del antiguo Egipto que revivió a través de la famosa ópera Aida de Verdi. Siguiendo las concepciones del siglo XIX, esa ópera revivió la gloria del antiguo Egipto y capturó la imaginación de Europa. Poco después que Egipto se independizó de Turquía, Jedive Ismail Pasha encargó a Verdi componer una ópera para que se conmemorara el hecho en 1871. Así la hizo, y su ópera fue interpretada por primera vez en la Casa de la Ópera de El Cairo.
Una producción grandiosa de Aida de Verdi en el Teatro de la Ópera de Verona
El éxito de Aida en realidad dañó el mito del millonario norteamericano, que estaba siendo presentado entonces como un ideal para el hombre moderno. El millonario norteamericano fue representado como práctico, pragmático, recientemente enriquecido gracias al ferrocarril que él construyó y las especulaciones sobre las tierras a su alrededor que él compró a precio de nada y que luego vendió a precio de oro. En la imaginación de los hombres de aquel tiempo, Aida de Verdi remplazó este mito revolucionario por un tiempo.
Los recuerdos del antiguo Egipto, Verdi los representó con los grandiosos aires de la marcha triunfal de Aida, las grandes compañías de soldados marchando en el escenario, etc., influyendo inadvertidamente a aquellos que la veían a no admirar al exitoso millonario. La marcha triunfal de Aída hizo que los hombres de aquel tiempo volcasen su admiración a otros valores, distintos de los del magnate de los ferrocarriles. Eran valores metafísicos que entraron en el panorama y tomaron vida en la memoria de los hombres. Si bien que fue algo transitorio, ese ideal frenó el desarrollo del revolucionario mito del millonario.
Así es como los mundos de luz y oscuridad se desarrollan en la historia, influidos por la forma en que resucitamos los recuerdos de los pueblos que ya han pasado. Esto revive las cenizas gloriosas como también las vergonzosas del pasado, produciendo continuamente efectos en nuestros tiempos.
Estas son algunas consideraciones que nos pueden ayudar a entender cómo es que nace un ciclo histórico y cómo puede ser analizado.
Continuará con la parte IV titulada: CÓMO LOS PUEBLOS CUMPLEN SU VOCACIÓN
Véase la primera parte “Discerniendo el dinamismo de los individuos y de los pueblos” y segunda parte “Discerniendo los roles históricos de las naciones” de este ciclo haciendo clic aquí y aquí.
Publicado originalmente en TIA
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