jueves, 26 de marzo de 2009

Meditación para la Cuaresma

Los reproches de la Pasión – I
Por Plinio Corrêa de Oliveira

Una de las más bellas maneras de acompañar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo es la meditación de los Improperia, o Reproches de la Pasión. Los Improperia son una serie de lamentaciones del Antiguo Testamento sobre la ingratitud del pueblo Judío que son una prefigura de la Pasión de Nuestro Señor. Son doce los reproches que se inician con las lamentaciones del profeta Micheas (Mic. 6: 3-4).
La Iglesia los canta en la ceremonia de adoración de la Santa Cruz el Viernes Santo después de la muerte y el entierro de Nuestro Señor. Tras la consumación de la Pasión, la gratitud de la Iglesia se vuelve hacia la Cruz, aquel vil instrumento de tortura que se convirtió en el sublime instrumento de la Redención.
En mi opinión, los Improperia personifican el conmovedor contraste entre la inocencia de Nuestro Señor y la ingratitud y culpabilidad del pueblo judío.
Ellos presentan a Nuestro Señor preguntando a su pueblo, recordándoles los beneficios que Dios les otorgó y les pregunta por qué ellos infligen tales tormentos contra Él. Son doce los Reproches que se cantan en una misma melodía de canto llano.
Cuando escuchamos los Reproches, no sólo debemos considerarlos como hechos de un pasado histórico del Antiguo Testamento evocados por la liturgia de la Iglesia después de la Pasión, sino que debemos aplicar sus lamentaciones a nuestros días y a nosotros mismos. Nuestra piedad debe imaginar a Nuestro Señor en cada paso de su Pasión – la Agonía en el Huerto de los Olivos, la Flagelación, la Coronación de Espinas, el Camino de la Cruz, la Crucifixión y la Muerte – como si Él estuviese presente frente a nosotros sufriendo sólo por los pecados de cada uno de nosotros. Debemos imaginarlo a Él haciendo a cada uno de nosotros aquellas conmovedoras preguntas que Él dirigió contra su pueblo.
Es de conocimiento común que la Divina Providencia da gracias especiales para cada conmemoración de la Iglesia. Durante Semana Santa, hay, por lo tanto, torrentes de gracias – gracias necesarias, abundantes gracias, y superabundantes gracias – que el cielo nos envía para que podamos unirnos a Nuestro Señor y a Nuestra Señora. Debemos abrir nuestra alma para aquellas gracias especialmente en los pasos de la Pasión en que sentimos más afinidad.
El resultado normal de esas meditaciones debería ser un sentimiento de remordimiento por el mal que hemos hecho. No un arrepentimiento perturbado, agitado que lleva a la desesperación, como fue el de Judas, sino que debe ser un arrepentimiento tranquilo, pacífico y amargo, lleno de confianza, que nos invita a pedir ayuda a Nuestra Señora y a cambiar nuestras vidas, como fue el arrepentimiento de Pedro.
Es un tiempo para recordar nuestra vida pasada, de las gracias que hemos recibido y que tanto sufrimiento costaron a Nuestro Señor, y las malas o insuficientes correspondencias que hicimos a esas gracias. ¿No debiéramos arrepentirnos y reparar por nuestros pecados? ¿No deberíamos hacer reparación por el mal que hemos hecho? ¿Cómo no vamos a cambiar nuestras vidas en otra dirección con el fin de unirnos más a Nuestro Señor? Debemos pedir esas gracias por los méritos y heridas que Él recibió y las lágrimas que Nuestra Señora derramó. Debemos estar seguros que podemos recibir esas gracias porque incluso un gran pecador, como el buen ladrón San Dimas, fue perdonado y ganó el paraíso.
El primer Reproche es el siguiente:
Pueblo mío, ¿qué te he hecho yo? ¿En qué te he contristado? ¡Respóndeme! Porque Yo fui quien te sacó de la tierra de Egipto: y tú llevaste a tu Salvador a la Cruz.
Nuestro Señor es perfecto y nunca hizo mal a nadie. Él hace esas preguntas para subrayar la ingratitud de aquellos responsables del crimen de la Crucifixión. Él los invita ¡Respóndeme! Él sabe que los culpables no tienen una respuesta, pero Él los invita al arrepentimiento.
De hecho, el pueblo Judío fue liberado por Nuestro Señor de la tierra de Egipto. Ellos fueron allí esclavos por siglos y Dios los condujo y les entregó a la Tierra Prometida. Por lo tanto, Nuestro Señor pregunta: “¿Estáis ofendidos porque Yo os liberé de vuestro cautiverio? Oh hijos míos, ¿es esa una razón de odio contra Mí?”
El paso del Pueblo Hebreo de su cautiverio en Egipto hasta la Tierra Prometida es un símbolo del paso de todos nosotros nacidos en el pecado original al estado de gracia por medio de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Es también un símbolo del paso de nuestras almas desde el estado de pecado mortal al estado de gracia. ¿Cuántas veces nuestra alma ha sido muerta por causa de nuestros pecados, y cuántas veces Nuestro Señor nos ha restaurado a la vida de la gracia?
Así pues, la pregunta que Él hace a los Judíos es válida también para nosotros. Él nos pregunta: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho Yo? ¿Cómo te he ofendido? Porque Yo os saqué de la muerte del pecado, y tú llevaste a tu Salvador a la Cruz. Hijo mío, mira el estado de tu alma.”
El segundo Reproche es el siguiente:
“Porque te conduje cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná, y te introduje en una tierra deliciosa, y tú llevaste a tu Salvador a la Cruz.”
Esta es otra figura de la liberación de Egipto presentada de una manera diferente. El maná es un símbolo de la Sagrada Eucaristía. El reproche para nosotros sería el siguiente: “A causa de mi amor a la humanidad, Yo asumo la forma de las Sagradas Especies que vive entre vosotros y entra en vuestros corazones, pero vos crucificasteis a vuestro Salvador.”
La tierra deliciosa es la Iglesia Católica. Ella es la tierra perfecta, la patria de nuestras almas. Ser católico es el más alto honor y la mayor felicidad que Dios nos puede dar. ¿Es esta la razón por la que Lo hacemos sufrir?
Es a la vez una tierna recriminación y una pregunta de una implacable lógica para la cual no tenemos respuesta. Cualquier posibilidad de justificación se desvanece en el aire. Nuestra única respuesta es caer de rodillas, arrepentirse, llorar y cambiar nuestras vidas. Sólo podemos recurrir a la Santísima Virgen y pedir su ayuda y hacer nuestro acto de contrición.
Es hermoso escuchar estas estrofas de los Reproches siendo cantadas por un buen coro porque las preguntas de Nuestro Señor con un especial tono de dulzura y súplica que tocan el alma. Ellas demuestran de una manera magnífica la mezcla de fortaleza y ternura presentes en el alma de infinita santidad de Nuestro Señor Jesucristo.

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