Por Julio Alvear T
De vez en cuando es útil releer a Friedrich Nietzsche (1844-1900). Su postura intelectual es representativa de aquella corriente subterránea de la filosofía moderna que ha cantando mórbidas loas a la esencia de la Revolución y a sus metas últimas.
Entendemos por "Revolución", en el sentido que le da Plinio Corrêa de Oliveira, como un inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis de una deterioración moral nacida de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica.
A partir del orgullo y de la impureza se van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente opuesta a la obra de Dios. Esa concepción, en su aspecto final, ya no difiere de la católica solamente en uno u otro punto. A lo largo de las generaciones, esos vicios se van profundizando y volviendo más acentuados y se va estructurando toda una concepción gnóstica y revolucionaria del Universo. Históricamente la puesta en marcha de esta concepción fue iniciada en el siglo XVI con el Renacimiento y el Protestantismo y está siendo consumada en nuestros días, con la apostasía de las naciones ex-cristianas.
Volvamos a Nietzsche. No es que para nosotros sea un gran pensador metafísico, en el sentido clásico del término. Su interés reside en que muestra uno de los aspectos de la meta de la Revolución, a la que él sin duda sirve, como gran parte de la filosofía germana moderna.
Entendemos por "Revolución", en el sentido que le da Plinio Corrêa de Oliveira, como un inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis de una deterioración moral nacida de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica.
A partir del orgullo y de la impureza se van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente opuesta a la obra de Dios. Esa concepción, en su aspecto final, ya no difiere de la católica solamente en uno u otro punto. A lo largo de las generaciones, esos vicios se van profundizando y volviendo más acentuados y se va estructurando toda una concepción gnóstica y revolucionaria del Universo. Históricamente la puesta en marcha de esta concepción fue iniciada en el siglo XVI con el Renacimiento y el Protestantismo y está siendo consumada en nuestros días, con la apostasía de las naciones ex-cristianas.
Volvamos a Nietzsche. No es que para nosotros sea un gran pensador metafísico, en el sentido clásico del término. Su interés reside en que muestra uno de los aspectos de la meta de la Revolución, a la que él sin duda sirve, como gran parte de la filosofía germana moderna.
Verdaderamente repulsivo, este espacio virtual ha sabido acrecentar mis inefables corrientes de odio hacia los teístas.
ResponderEliminarDios ha muerto. Y su cadáver yace putrefacto en el espacio metafísico de algunos serviles creyentes que se arrodillan ante la fe.
Vuestro teísmo no es más que una idea obcesiva, una idea falsa que os domina y os convierte en servidumbre.
No he podido encontrar un tratado o pensamiento exterior, sea este antiguo o moderno que sepa explicar la realidad que se proyecta ante mis ojos.Yo soy la nada y el todo, tu dios ha muerto.