martes, 22 de julio de 2008

Fervorosa oración de Santa Teresa

Padre Santo, que estáis en los cielos. No sois Vos desagradecido para que piense yo dejaréis de hacer lo que os suplicamos a honra de Vuestro Hijo… No por nosotros Señor, que no lo merecemos, sino que por la sangre de Vuestro Hijo, y de sus merecimientos, y de su Madre gloriosa y de tantos mártires y santos como han muerto por Vos. Pues, Creador mío, ¿Cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras, que lo que se hizo con tan ardiente amor de Vuestro Hijo, sea tenido en tan poco? Estáse ardiendo el mundo, quieren retornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo, desechos los templos, perdidas tantas almas, los sacramentos quitados. Pues, ¿qué es esto mi Señor y mi Dios? O dad fin al mundo, o poned remedio a tan gravísimos males, que no hay corazón que los sufra, aun de los que somos ruines. Os suplico, pues, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos. Atajad este fuego Señor, que si queréis podéis, algún medio ha de haber, Señor mío. ¡Póngale Vuestra majestad! Habed lástima de tantas almas que se pierden y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños a la Cristiandad. Señor, dad ya la luz a estas tinieblas. ¡Ya Señor!, ¡ya Señor! haced que sosiegue este mar. No ande en tanta tempestad esta nave de tu Iglesia y salvadnos, Señor mío, que perecemos.

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