lunes, 24 de marzo de 2008

La Revolución y Contra-revolución en las tendencias.

Hay un aspecto de la realidad que suscita muy poca atención dentro de las filas del catolicismo, me refiero a la influencia que ejercen las formas, los colores, los sonidos, los ambientes, las maneras en el trato social, etc., sobre los estados temperamentales de las personas, y, por consiguiente, en las ideas que estas elaboren de la realidad misma. Por ejemplo, es fácil comprender que un niño que crezca en un ambiente vulgar y grosero adopte como por osmosis esas actitudes y pasen para él a ser como que connaturales. Y por consecuencia de lo mismo, es fácil comprender que ese niño cuando sea mayor adopte ideas liberales y probablemente izquierdistas. Al contrario, un niño que crezca en un ambiente aristocrático, donde las normas y lenguaje en el trato personal sean refinados, o bien, en un ambiente modesto pero virtuoso, es fácil comprender que cuando sea mayor sus ideas sean conservadoras. Esto es así, porque lo normal, es que las ideas que uno adopte sean conformes al modo acostumbrado de vivir.
Llevando el mismo argumento al plano histórico podemos dar como ejemplo que Lutero y la irrupción de protestantismo difícilmente habrían obtenido éxito, si antes el ambiente creado por el humanismo y el renacimiento no le hubieran pavimentado el camino.
Las reformas litúrgicas introducidas en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II nos dan otro ejemplo muy vivo de cómo estas transformaciones favorecieron enormemente el debilitamiento de la fe, la proliferación de las herejías y la disminución abismante de fieles.
Los ideólogos llaman precisamente de “revolución cultural” al proceso de cambiar las mentalidades a través, no de las doctrinas, sino de los ambientes y las costumbres.
Este argumento ha sido, a mi ver, magistralmente desarrollado por el prof. Plinio Correa de Oliveira en su célebre ensayo Revolución y Contra-revolución. Que mejor que transcribir lo que él desarrolla en el cap. X de dicha obra titulado:

La cultura, el arte y los ambientes en la Revolución.

Así descritas la complejidad y amplitud que el proceso revolucionario tiene en las zonas más profundas de las almas, y por tanto de la mentalidad de los pueblos, es más fácil señalar toda la importancia de la cultura, de las artes y de los ambientes en la marcha de la Revolución.
1. La cultura
Las ideas revolucionarias proporcionan a las tendencias de las que nacieron, el medio de afirmarse con fueros de ciudadanía, a los ojos del propio individuo y de terceros. Ellas sirven al revolucionario para debilitar, en estos últimos, las convicciones verdaderas y así desencadenar o agravar la rebelión de las pasiones. Son inspiración y molde para las instituciones generadas por la Revolución. Esas ideas pueden encontrarse en las más variadas ramas del saber o de la cultura, pues es difícil que alguna de ellas no esté implicada, por lo menos indirectamente, en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución.
2. Las artes
En cuanto a las artes, como Dios estableció misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos, perfumes, sabores, y ciertos estados de alma, es claro que por estos medios se puede influenciar a fondo las mentalidades e inducir a personas, familias y pueblos a la formación de un estado de espíritu profundamente revolucionario. Basta recordar la analogía entre el espíritu de la Revolución Francesa y las modas que durante ella surgieron. O entre las efervescencias revolucionarias de hoy y las presentes extravagancias de las modas y de las escuelas artísticas llamadas avanzadas.
3. Los ambientes
En cuanto a los ambientes, en la medida en que favorecen costumbres buenas o malas, pueden oponer a la Revolución las admirables barreras de reacción, o por lo menos de inercia, de todo cuanto es sanamente consuetudinario; o pueden comunicar a las almas las toxinas y las energías tremendas del espíritu revolucionario.
4. Papel histórico de las artes y de los ambientes en el proceso revolucionario
Por esto, en concreto, es necesario reconocer que la democratización general de las costumbres y de los estilos de vida, llevada a los extremos de una vulgaridad sistemática y creciente, y la acción proletarizante de cierto arte moderno, contribuyeron al triunfo del igualitarismo tanto o más que la implantación de ciertas leyes, o de ciertas instituciones esencialmente políticas.
Como también es preciso reconocer que quien, por ejemplo, consiguiese hacer cesar el cine o la televisión inmorales o agnósticos, habría hecho por la Contra-Revolución mucho más que si provocase la caída de un gabinete izquierdista, en la rutina de un régimen parlamentario.

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